Ferdinand Tönnies, uno de los fundadores de la sociología moderna, nos legó una dicotomía de gran valor heurístico: la “comunidad” frente a la “sociedad”. En términos sencillos, en cualquier asociación humana encontramos, por un lado, unas caracterizadas por lazos naturales afectivos, donde predomina el encuentro cercano, la unión orgánica y un  sentimiento  fuerte de pertenencia y solidaridad, que el autor denominó como “comunidad”, junto a otras donde los lazos son artificiales, la voluntad es mecánica, predomina la racionalidad instrumental y los seres humanos se relacionan fundamentalmente por el interés, asociaciones que Tönnies definió como “sociedad”. El capitalismo en sus diversas fases, con el desarrollo consiguiente del industrialismo y el posindustrialismo, habría conducido al predominio cada vez más aplastante de la “sociedad” sobre la “comunidad”, manifestado en lo que Max Weber llamó la jaula de hierro de la burocracia, dado  el encierro del ser humano dentro de su dialéctica impersonal, el hombre se deshumaniza y “cosifica”, la competencia reprime la solidaridad, convirtiendo al trabajo en una entidad mercantil y alienada.

Tanto Marx como Engels intentaron en sus escritos sobre el futuro del capitalismo, el conflicto inevitable que conduciría a su destrucción y el consiguiente advenimiento del socialismo, entrever cual sería la definitiva forma de sociedad  que surgiría de la desaparición del conflicto político y social,  concluyendo ambos que sería una suerte de  regreso, claro que en una etapa superior de desarrollo, a la “comunidad”, que identificaron como la comuna, y de la cual sus propios ojos vieron un asombroso adelanto en la insurrección de los comuneros de París el año 1871. En su Crítica al Programa de Gotha del año 1875, Marx definió diáfanamente los rasgos fundamentales de la sociedad comunista:

“En la fase superior de la sociedad comunista, cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en su bandera: ¡De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades!“.

Ni Marx ni Engels (quien había  estudiado la sociedad primitiva y sus transformaciones en su libro sobre el origen de la familia, la propiedad privada y el Estado), pretendieron ser originales en su análisis sobre la temática, pues ya los “socialistas utópicos”, y de manera especial Fourier, habían encontrado en las asociaciones comunitarias el núcleo de la sociedad socialista a construir. Es más, otras ideologías, aparte del marxismo (donde se inscribe el caso del socialismo autogestionario de la antigua Yugoslavia), incluso aquellas de soporte cristiano, reflejadas en la forma de apreciar positivamente el cristianismo primitivo y sus formas asociativas fuertemente comunitarias, encontraron en el socialismo comunitario un modo de trascender las miserias del sistema capitalista. Ensayos autogestionarios diversos, y la peculiar experiencia de los kibutz en los comienzos del Estado de Israel, son otras tantas maneras  de intentar formas asociativas que se amoldan a la “comunidad” definida en su momento por Tónnies.

En suma, la experiencia concreta del comunismo realmente existente no pudo ser más desastrosa y frustrante. En la Rusia soviética, primero Lenin y luego Stalin, aplastaron sin misericordia cualquier manifestación comunitaria de la sociedad; y en la China de Mao, las comunas surgidas dentro de una exitosa estrategia a nivel campesino para imponerse sobre las ciudades, acabaron siendo instrumentalizadas en función de objetivos de grandeza, “El Gran Salto Adelante”, que concluyeron en la muerte por hambruna de 20 millones de personas.

Ni en los documentos primarios de Chávez, tampoco en las proclamas del Movimiento Bolivariano 200, y menos en los correspondientes al Movimiento V República, se encuentran indicios fehacientes a favor de las comunas. Será con Chávez presidente, insatisfecho con la Constitución de 1999 y sus mecanismos de distribución territorial del poder público, que comenzará su andadura por realizar una transformación profunda de nuestra morfología republicana, bajo el postulado de de una nueva geografía del poder, cuyo centro son las comunas y el poder comunal. El fracaso de su proyecto de reforma constitucional el 2 de diciembre del año 2007, pese a la frustración generada, no lo amilana, dada la consiguiente aprobación el año 2010 de un paquete de leyes sobre el Estado comunal, que debían implementarse en la ocasión más cercana y propicia posible.  Las leyes comunales constituyen la herencia más sentida y auténtica de Chávez, y así lo hizo saber a sus sucesores. La consigna ¡Comuna o nada! refleja un mandato que sus sucesores deben cumplir, y que Maduro como presidente pretende impulsar. Por lo demás, la “legalidad” de las leyes comunales está supuestamente  garantizada por el rango supraconstitucional de la que fueron dotadas por la “asamblea constituyente” que no he dudado de calificar de espuria, en la medida en que fue convocada fuera de los procedimientos por la misma Constitución establecidos, nada más y nada menos que su aprobación por el constituyente originario, el pueblo soberano, que debió manifestarse en el referéndum recogido en la propia Constitución.

El desafío es grande, y sus consecuencias impredecibles. Los aspectos que entran en juego no son poca cosa, pues afectan profundamente los postulados existenciales del republicanismo venezolano dese sus orígenes hasta la actualidad, es decir, los postulados recogidos por nuestra auténtica Constitución, la Constitución de 1999. Están en juego la república, la democracia, los derechos fundamentales, la división de poderes, el valor del municipio como “la  unidad política primaria de la organización nacional”, como lo establece nuestro texto fundamental. Un desafío de altísimo riesgo que pondrá a prueba el sentimiento nacional en pro de una patria libre, republicana y democrática.

No le avizoro éxito al desafiante reto que nos plantea el régimen. Pertenece a la comuna, así como a todo tipo de asociación que responda al concepto de “comunidad”, el surgir natural de los lazos que se construyen autónoma y solidariamente  en la sociedad, en ningún caso impuestos y embozados desde los centros centralizados del poder. Será entonces el “poder popular” del régimen un cascarón vacío más del esqueleto sin vida en que han intentado hasta ahora sin éxito de convertir a la República.


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