Imagen: mincultura.gob.ve

2024 será clave para consolidar los síntomas de recuperación que observamos el año pasado. Para ello es fundamental seguir estrenando sin censura, haciendo cumplir la ley. En tal sentido, recomendamos brindar mayor apoyo en la difusión de las películas que llegan a la cartelera, generalmente ignoradas por la escasa información y campaña de publicidad que las precede.

Es necesario invertir en promoción.

En cuanto a producción, notamos que se deben transparentar los concursos, dando más oportunidades a las generaciones de relevo y a los creadores de las regiones, fuera del eje central de Caracas, donde se concentran los principales esfuerzos.

Observamos un recambio generacional importante, una ruptura respecto al principio del milenio, con chicos que se expresan desde la inconformidad y el intimismo, echando mano de sus propios recursos.

Requieren respaldo institucional para terminar de surgir.

Resumo varias de las críticas que escucho: problemas de acceso a las películas y cortos, quejas sobre distribución y exhibición, preocupaciones acerca del destino del cine venezolano en un año tan convulso en lo político.

Ojalá la furia no llegue a la industria para repetir errores que se cometieron en el pasado.

El objetivo debe ser mantener el foco, priorizando el arte y la libre expresión, por encima de los conflictos de interés y la propaganda tóxica.

Los números de 2023 deberían doblarse en el 2024, insistiendo en cine de género y autor que pueda conectar con las ansiedades y gustos de las nuevas audiencias.

A tal efecto, el lenguaje necesita modernizarse y adaptarse a las condiciones estéticas de la contemporaneidad.

Se cuestiona el formato de la guerrilla, la improvisación y el look pirata de baja calidad en producción.

Los espectadores buscan historias bien narradas y filmadas, con interpretaciones verosímiles y cuidado por los detalles.

El amateurismo se nota y nadie quiere padecerlo en la pantalla, tampoco el disfraz de una telenovela que pasa por película.

La marca del cine venezolano ya no significa nada por sí misma. El público no asiste al cine porque una película sea hecha en el país o por talento criollo. Es un mito.

En realidad, la gente compra el boleto porque se siente reclamada por un trabajo retador e interesante.

Por ende, las películas venezolanas exitosas llegan a serlo al saber concitar el interés del público alrededor de una trama que tiene identidad, personalidad y un look profesional.

Respecto a los cortos, vemos que se producen en cantidades industriales, con calidades dispares. Pero con dificultad para conseguir un público.

Por tanto, el corto debe emplear nuevas formas de atacar a la audiencia.

Se puede estrenar una película con 3 buenos cortos.

Los festivales siguen siendo los contextos naturales para la existencia y reconocimiento del arte del corto. Pero no es suficiente.

De pronto se tiene que establecer un Netflix o un streaming que los promueva en línea.

Los críticos hacemos lo que podemos, igual que los cineastas y espectadores. Los críticos no estamos en una burbuja aislada del país. Por tanto, tenemos limitaciones de todo tipo para poder ver y reseñar los trabajos. Importante que se entienda y profesionalice nuestro rol.

Por último, la influencia de la diáspora es rotunda en cuanto a desarrollo del cine venezolano. Lo estamos viendo en el impacto que se está teniendo en el extranjero, gracias a una generación que consigue trabajo y oportunidades en el exilio. De ahí nacerán proyectos y alianzas.

En suma, hay razones para mirar con optimismo el cine venezolano. Siempre estoy esperanzado con lo que puede aportar, cada año. Por aquí lo celebro como crítico y documentalista, en un año que también me retará en la pantalla.

Feliz Día del Cine Venezolano para todos.

El año pasado vi cerca de 200 trabajos venezolanos, entre largos y cortos, de la ficción al documental.

Son números respetables que hablan del enorme yacimiento que anida en nuestra cultura audiovisual, en nuestro séptimo arte.

 


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