Estamos a días de terminar el año. Para la mayoría de la población venezolana esta no será una Navidad feliz. Las razones para sentirnos frustrados, agotados y desesperanzados son innumerables. Muchas familias estarán separadas, muchas mujeres y niñas serán explotadas, muchos hombres o niños serán maltratados, la xenofobia en muchos países marcará a muchas personas, las personas privadas de libertad injustamente seguirán aisladas y torturadas, muchas otras cruzarán la frontera en busca de un futuro menos agobiante. ¿Qué hacemos frente a esta crisis, que ya sobrepasó lo político? Aquí algunas ideas.

Las dimensiones y la naturaleza de este conflicto no tienen precedentes en la región y aun es difícil comprender cómo pudo expulsar a casi 5 millones de personas, dejar a miles de familias sin luz, medicamentos y alimentos, llevar a miles de niños y niñas a la desnutrición, y un etc., de injusticias. Ahora bien, por más duro que aparente ser, esto ya es un hecho. La pregunta que me hago es: ¿qué hemos aprendido de esta grave situación? ¿Nos interesa saber las penurias que vive nuestra gente desplazada? ¿Estamos al tanto de la xenofobia, la explotación infantil, la pobreza, la carencia de alimentos y medicina que a diario viven millones de venezolanos dentro y fuera del país? ¿Leemos las noticias para enterarnos si han deportado a personas venezolanas de algún país? Si la respuesta es no, tenemos mucho por hacer.

Varios estudios sobre transiciones han demostrado que la identidad nacional es una variable muy importante en el proceso de democratización de un país. Dicho de otra forma, aquellos países que entienden lo que les sucedió y tienen un sentimiento colectivo que los identifica como nación, logran democratizarse con mayor éxito. En nuestro caso, esto significa que debemos empezar por aceptar nuestro pasado y nuestro presente para poder crear un futuro para todos. Y esto comienza por dejar a un lado el odio, el resentimiento, la exclusión de toda persona que piense distinto. Nos guste o no, el chavismo es parte de nuestra historia y siempre lo será. Y mientras más se niegue, más nos alejaremos de una reconstrucción sostenible.

¿De qué puede servir seguir insistiendo en que el chavismo es una peste y un error histórico? ¿A quién le puede gustar que lo denigren por haber creído o por creer en ese proyecto político? ¿Se piensa humillar a la población chavista al mismo tiempo que se desea su apoyo para el futuro? ¿No es suficiente con las grietas creadas por el chavismo como para que ahora terminen de abrirse de la mano del liderazgo opositor?

La idea es simple: tenemos que reconocernos y aceptarnos mutuamente. Informémonos sobre la situación de nuestros paisanos. Impulsemos una nueva identidad colectiva en la que todos y todas podamos ser parte de un proyecto país.

En segundo lugar, considero que ha llegado el momento de explícitamente hacer un llamado al liderazgo opositor a asumir responsabilidades por los errores cometidos en el pasado y, sobre todo, a buscar un camino factible que conduzca al país a una transición. Gran parte de la población ha apoyado fielmente las propuestas hechas a lo largo de los años y ha acompañado a la dirigencia en marchas, plebiscitos, referendos, más marchas, elecciones y abstenciones. Es la hora de que las palabras del gran Pedro Nikken, quien se marchó cuando más lo necesitábamos, sean asumidas por aquella oposición que desea una democratización.

Sabiamente, Nikken explicó varias veces que la negociación es el único camino viable para Venezuela y que para poder transitar a la democracia necesitamos mucha generosidad. Las personas que estudiamos transiciones sabemos que no hay ninguna perfecta. Estos son procesos largos y sumamente duros. Además, aun cuando algunas personas aseguran lo contrario y tratan de confundir a la población, no existe reconstrucción o democratización sin perdón y reconciliación. Si bien esto no implica impunidad, lo que significa es que toca aceptar que no todo aquel que violó la Constitución o cometió violaciones de derechos humanos irá preso.

Sin duda tendrán que haber responsables y se tendrán que buscar otros mecanismos de justicia para poder crear memoria histórica y sanción colectiva. Lo importante hoy en día para Venezuela es que se construya una oposición viable y estratégica que esté dispuesta a asumir el costo político que implica negociar con aquellos que nos han hecho sufrir. La historia universal nos enseña que no seríamos los primeros -tampoco los últimos- en haber transitado ese camino.

Por último, otro de los puntos clave para el próximo año es lograr vencer la polarización que tanto daño nos hace. Estamos atrapados entre un populismo de izquierda y otro de derecha que alimenta la división y el odio. Recordemos que la esencia básica del populismo es dividir a la población en dos polos iguales: los buenos y los malos. Ahora bien, sabemos que eso no es así. Nos toca resistir las falacias de ambos polos políticos y nos toca, como sociedad, buscar los matices y las zonas grises entre ese pensamiento «blanco y negro» que nos quieren imponer.

No es correcto asegurar que en Venezuela no hay polarización. Somos un país extremadamente polarizado y estamos pagando un alto costo por ello. Esta creación de bandos está exacerbando la paranoia, acusaciones, intrigas, desconfianza y nos ha llevado por el camino de la censura.

Propongo entonces que seamos críticos y nos opongamos a las lecturas populistas y simplistas. No sabemos cuándo se va a materializar la transición y hay muchos temas urgentes que se van desplazando, muchas propuestas que se desechan porque “no son convenientes” en este momento, y mucha autocensura “porque se le hace el juego a Maduro”. Sin embargo, aquellos que construyen esos marcos están justamente promoviendo la polarización entre “lo que se debe hacer” y “no se debe hacer” en estos momentos.

Creo que llegó la hora de decir ¡basta! Así como resistimos el autoritarismo y la polarización chavista, también tenemos que resistir las propuestas inviables y la polarización impuesta por parte de la oposición.

Nos sobran muchas razones para seguir adelante. Mi deseo para este 2020 es que tengamos empatía con las personas más vulnerables y que aceptemos, por más duro que aparente ser, que no hay salidas rápidas. Construyamos entonces un camino sin atajos para que -en un futuro próximo- nuestra aspiración a vivir en democracia se haga realidad.


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