Un pequeño microorganismo ha puesto en jaque la soberbia humana. Esto ha pasado ya antes, no es la primera pandemia que vive la humanidad pero es la más agresiva de nuestro tiempo, desde la explosión tecnológica de la segunda parte del siglo XX y principios del siglo XXI.

Podemos afirmar que las «pestes» anteriores han sido más terribles si consideramos la tasa de mortalidad pero ninguna ocurrió en una época en donde el ser humano se sintiera tan seguro de su control sobre este planeta. La raza humana ha conquistado la tierra, los mares, los cielos e incluso parte del espacio. Se han conquistado las principales leyes de la naturaleza y de la física. Se ha comprendido como nunca antes el universo y nuestra casa, la Tierra.

El mundo funciona en un sistema que no se puede detener porque si se detiene se destruye. La estabilidad y el progreso de los países hoy en día dependen de que las actividades humanas económicas se hagan cada vez más rápido, más frecuentemente y de mejor manera. Si esto no sucede el sistema empieza a colapsar. La parálisis es el peor enemigo de este sistema.

Justo ahí es cuando entra en escena este microorganismo llamado COVID-19 que resulta ser el gran paralizador del sistema que rige al planeta. En muy poco tiempo el COVID-19 ha recorrido todo el planeta y ha logrado paralizarlo como nunca antes había sucedido a esta escala. Recorrió nuestro planeta en nuestros aparatos aéreos, en nuestros barcos, en nuestros carros y en todo aquello que usamos nosotros, ya que recorrió la Tierra con nosotros y por eso la forma de pararlo es pararnos nosotros.

Esto plantea un gran dilema. Nos paramos nosotros para parar el virus generando la tan temida parálisis del sistema que genera la viabilidad de nuestra vida en comunidad o dejamos que el virus siga adelante matando a miles y miles de personas a sus anchas para no enfrentar los daños colaterales de la parálisis (el desempleo, la escasez, el crecimiento de la pobreza, la conflictividad social, la falta de producción de bienes y servicios, entre otros). Este dilema se ha enfrentado de distintas maneras a lo largo y ancho del mundo buscando básicamente ganar tiempo. No obstante, como se ha visto que no se puede esperar tanto tiempo en parálisis se están innovando formas para lidiar con la situación.

Se necesita ganar tiempo para que los equipos científicos puedan elaborar alguna vacuna o alguna cura contra el COVID-19. Hay que decir que se está haciendo un esfuerzo sin precedentes en esta dirección. Quizás nunca antes la humanidad había estado tan abocada a lograr un objetivo común. Se han invertido billones de dólares y laboratorios en todas partes trabajan en esto. Sin embargo, no es una tarea fácil y todo sugiere que no vendrá tan rápido como quisiéramos. Incluso, cabe la posibilidad de que nunca llegue, como en el caso del VIH.

En este escenario es un gran error pensar que es solo un problema científico el que estamos enfrentando. La bestial secularización que ha vivido Occidente nos lleva a pensar que es así. Sin embargo, al día de hoy se siguen teniendo más preguntas que respuestas con respecto al COVID-19. A veces no se sabe por qué se lleva a una persona y a otra no, pues el virus tiene comportamientos muy disímiles.

Una vez escuché que el ser humano debe ser sensibilizado para volver a su origen que es Dios. Cuando ocurren hechos traumáticos, fuertes, duros en la vida de las personas es cuando la gente vuelve a Dios.

Los venezolanos tenemos grandes experiencias en este sentido. Las grandes devociones de Venezuela tienen curaciones de por medio: la Divina Pastora, el Nazareno de Caracas, la Virgen del Valle, la Virgen de las Mercedes del Llano, entre otras, son grandes ejemplos de cómo la fe logró lo que la ciencia no pudo.

Vivimos en un mundo que aparta lo espiritual y trata de enfocarse solo en lo material, pero cuando se cierran las puertas de lo físico se recuerda que también tenemos otra dimensión.

Para nosotros los creyentes la oración tiene un poder extraordinario. Hay que ser humildes, dejar la soberbia y volver a Dios. Pruebas de milagros hay por todos lados. Podemos apoyar mucho el trabajo científico de los expertos con oración y fe. Algunos pensarán que es algo ingenuo y absurdo, pero los milagros suceden cuando de verdad nos convencemos que la fe mueve montañas.


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