Colegio San Ignacio de Loyola | www.jesuitasvenezuela.com

El pasado domingo, 8 de enero, tuve la dicha de asistir a la Misa Solemne en conmemoración del primer centenario de la fundación del Colegio San Ignacio de Loyola. ¡100 años!

La homilía de Su Eminencia Reverendísima Baltazar Cardenal Porras capturó la atención de los presentes y nos llevó de su mano sobre consideraciones que cualquiera –creyente o no creyente, cristiano o de otra religión- podría aprovechar, enriquecerse con ellas y compartirlas.

Me referiré solo a una de las consideraciones: perseverar a pesar de las dificultades.

Refería S. E. R. Baltazar Cardenal Porras que durante estos cien años de existencia del Colegio San Ignacio –esta y otras muchas instituciones, civiles y religiosas, quizás con más o menos años de existencia– han atravesado períodos que les han sido muy adversos.

Pese a las adversidades que las rodeaban, sea por razones comunes o particulares, el hecho comprobable hoy es que existen y que continúan con sus actividades en consecución de sus objetivos pese a las situaciones anómalas que tuvieron que superar.

Las anomalías –en su momento– fueron situaciones que podríamos describir como insuperables, increíbles, incomprensibles, descabelladas, alarmantes o peligrosas para los venezolanos que las vivieron en sus respectivos momentos históricos. Hoy, quizás, nos hemos «acostumbrado» a ellas porque pasaron hace muchos años y se transformaron en hechos históricos despojados de las cargas emocionales de quienes fueron sujetos activos y pasivos de las decisiones y acciones consecuenciales a las anomalías. No fue así el caso para quienes en vida las sufrieron.

Posiblemente me equivoque, pero creo que los casos de crueldad y de torturas durante tiempos pasados no se perciben con igual intensidad emocional como los que ocurren hoy en día pese a que son exactamente lo mismo. Podrán variar los instrumentos y los medios pero siguen siendo actos idénticos.

Algunas de las situaciones anómalas del pasado pudieron ser neutralizadas; otras no y se transformaron en situaciones aún más anómalas y, sin embargo, aquí están esas instituciones –nuevas y antiguas– y aquí estamos nosotros.

Lo hecho, hecho está. Es una fantasía y un ejercicio inútil ponderar cómo sería el presente si hubiera ocurrido –o no ocurrido– esto o aquello. La realidad es la que es y el futuro no es sino se construye.

No es nada nuevo ni anormal dedicar los esfuerzos a señalar o a encontrar culpables o responsables de uno o varios hechos anómalos y entiendo perfectamente que –habiéndoles neutralizado previa y adecuadamente– es lo que se debe hacer: responsablemente y siguiendo los dictámenes de las leyes que son justas. Pero creo que –previa o concurrentemente– el mayor esfuerzo debe invertirse en contener los daños previsibles y prepararse para enfrentar los imprevisibles; porque unos y otros ocurrirán.

A mí me resulta difícil manejar el término “esperanza” pues, por la formación religiosa que recibí, la esperanza es una de las virtudes teologales que –digámoslo así– es un concepto cuyo origen es metafísico. Tal vez no sea yo solo quien tiene esa dificultad y, quizás, de esa circunstancia provenga el aforismo popular “A Dios rogando y con el mazo dando”. Por ello, me resulta más fácil manejar la virtud de la perseverancia que –me atrevo a pensar– es también común a todos: los creyentes y los no creyentes.

Perseverar y considerar que en el pasado se superaron o se modificaron aquellas anomalías o la nación pudo sobrevivir a ellas, no implica que necesariamente volverá a ocurrir o -quizás sea más exacto decir- que esta vez sí ocurrirá por primera vez y para siempre.

Así las cosas, neutralizar a los «fabricantes» de anomalías, contener los daños, prever, dar el primer paso y perseverar en el verdadero objetivo es un camino que otros ya han transitado y que –mal o bien– ha tenido como resultado que usted, estimado lector, esté aquí, vivo y leyendo esta exposición que termino deseándole, de entre todo lo bueno, lo mejor de todo.

Dios guarde a V. E. muchos años,

@Nash_Axelrod.


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