Cuando podía caminar, yo daba paseos por el Parque del Este. Me detenía ante las rosas. Descubrí una espléndida, viva. La grabé en mi memoria, la visité varios días seguidos. No la visité varios días seguidos. A la maravilla de su imagen, se agrega la alegría de hablar. Es un nuevo lenguaje. Quien vive por la poesía sabe que las eras poéticas se funden en una memoria de viejos libros. ¿Por qué su vida es efímera? Acaricio sus pétalos y no caen.

Me adentro en la arquitectura de la rosa. Es otro mundo. Puedo afirmar que para sentir vivamente la poesía de las rosas que duran una mañana, es preciso salir de las garras de esa carroña que se llama enfermedad. El fondo y término de todo es el cementerio. Lo único cierto en este mundo de dolor y amor, de inquietudes infinitas, es la muerte. Entonces ¿por qué no escribir sobre esa quietud oscura? Siempre estamos solos para las cosas de la vida que dan miedo. ¿El gran temor de Dios?

Es preciso morir y dar cuenta de la vida; esta es la gran enseñanza de las enfermedades. Prepararse para la partida, eso es lo que gritan la conciencia y la razón. Toda pasión atrae como el abismo, por el vértigo. El horror fascina. El abismo está en nosotros, el antro está abierto. Nuestra libertad nada en ese vacío. El dolor me parece un castigo y no una misericordia. ¿Qué me dijo este pájaro  con su tristeza serena, apagada y tranquila donde las nubes recogen su fría palidez?

Desde siempre la poesía, la lírica, ha escogido distintos símbolos para reflejar estados de ánimo y sentimientos y, precisamente por ello, las flores suelen acompañar con su presencia multitud de poemas. Las flores y su uso que ya se pueden considerar como tópicos literarios en muchos poemas, con una larga tradición sobre sus espaldas. De una manera que nunca será exhaustiva vamos a tratar de centrar algo más el papel de las flores en la poesía.

La rosa debe ser una de las más evocadas por su belleza, pero también porque es efímera y a menudo sirve de advertencia a aquellos que creen que lo mundanal ha de durar, cuando es justo lo contrario. La azucena o las flores de azahar son indicadoras de pureza, de candor, de virginidad al lado de los lirios o de la flor del alhelí o los nardos. La violeta o la amapola como humildes presencias, cada una en su territorio, una en jardines y otra de manera salvaje, casi descuidada. La margarita como señal de los estados de ánimo volubles o infinidad de flores que aportan alegría, tristeza, melancolía, dramatismo o ternura a los poemas.

Escribía memorablemente Rilke: Poner sin marcador. Deje que las rosas florezcan cada año para su memoria. Orfeo está ahí. Su metamorfosis en esto y aquello. No debemos molestar con otro nombre. Todo está floreciendo más imprudentemente; si se tratara de voces en lugar de colores, habría una sorpresa increíble en el corazón de la noche.

Miro con los ojos llenos de lágrimas a esos pobres callejeros que tienen fe en su estrella, como los Reyes Magos. Se puede adivinar el porqué de una lágrima y encontrar que es un camino de espinas hacer esa revelación. Una lágrima puede ser el libro de lo que uno vivió, sufrió, y amó hasta la locura.

Un perfume descansa sobre mi corazón, entre los pétalos de esta rosa y su ruiseñor. Puedo ahora decir que la vida me ha enseñado todo lo humano. En mis últimos años he conocido la fealdad, la miseria, la muerte por hambre; también la demolición de un país. La revolución como peste. Pienso en la Rosa Cuántica. En Chernóbil.

Pero también me llevo la belleza, el amor suave, la amistad pura y desinteresada. Y el recuerdo del inagotable poema de Gertrude Stein: una rosa, es una rosa, es una rosa. Una catedral en cuyas increíbles naves está el otro mundo. Existe.


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