Esta semana he leído con mis alumnos un ensayo de Rafael Tomás Caldera que se llama “La emoción original de la bondad”. Forma parte de un libro cuyo título es En busca de nuestra expresión.

Trata sobre el mensaje de Rómulo Gallegos, y lo que he percibido en su obra, me lleva a coincidir con las ideas del profesor Caldera. Pienso, como él, que el trato bondadoso hacia el otro; el ayudarle a experimentar que es valioso, que es persona; “afirmarle en la existencia”, como dice, es, efectivamente, prioritario en ese gran mensaje con el que Gallegos intenta, además, formar la conciencia de un país muy grande y, ya para entonces, descoordinado.

Pienso que él captó la esencia de nuestros problemas y confió en que el trato personal con bondad es realmente lo que motiva al otro a cambiar, pues al tocar su voluntad, le ayuda a experimentarse amado. Y solo el amor “afirma en la existencia”; solo él centra afectivamente en la vida. Solo él ayuda a todo ser humano a crecer con seguridad: con esa confianza ante la vida, por saberse persona, digno de existir.

Un pueblo interpretado de modos a veces tan desacertados por muchos; que viene, además, cargando con luchas que le han resultado difíciles, precisa de una mirada sencilla que le ayude a redescubrir la bondad original de las cosas, de las personas, del mundo creado en que vive, y de esa que late en su propia intimidad.

Lo fundamental en un país es su gente. Y es a esta gente a la que hay que empezar a tratar bien para que crea que el mundo no es un lugar hostil, y que lo que ella (cada uno) sabe hacer, es relevante, importante, necesario.

El trato que Santos Luzardo le da a Marisela es honesto, directo, sencillo. Se lee que gracias a su trato, ella se sintió una persona diferente. Se vio movida a ser mejor: a ponerse zapatos, a peinarse, a lavarse, a pronunciar mejor las palabras. La novela dice que ese encuentro con Santos fue lo que despertó en ella emociones dormidas, antes desconocidas. Pienso que el país necesita eso: una civilización que supere la barbarie, pero entendida de un modo bastante más profundo, como he visto que lo captó Gallegos. No se trata solo de “educar”; de enseñar a leer y a escribir, aunque la barbarie se asocie a la ignorancia. Civilizar es ante todo formar el corazón: enseñar a amar, a tratar al otro como nos gustaría que nos trataran, acercarse sin prejuicios, sin complicaciones, a todo el que se ponga en contacto con nosotros. La civilización integra; la violencia y la fuerza -eso en que consiste la barbarie- empobrece.

El cambio se puede lograr “si se procura con bondad”, dice Caldera, pues lo acertado es comprender nuestros problemas y no intentar imponer formas que nos son ajenas y no van a encajar en nuestra realidad. Si procuramos acercarnos a las “palpitaciones del pueblo”, como dice Gallegos, para escuchar y comprender sus necesidades reales, pienso que la brecha que existe entre las varias Venezuela (s) podrán ir cerrándose poco a poco.

Esta bondad se funda en el respeto al otro, en la real percepción de su valía, de su “ser” más íntimo, de esa realidad que compartimos todos y que se concreta en el hecho de que somos personas. La opresión niega esta realidad; por eso, ayudar a redescubrir, a través de un trato personal genuino y humano, el “ser” oculto en todo hombre, afirmando así “que es bueno que existamos”, es lo que podrá ir ayudándonos a abrir cauces hacia formas civilizadoras de respeto y paz.

El libro de Caldera, En busca de nuestra expresión, tiene que ver con esta inquietud de encontrar, en nosotros mismos, los venezolanos, la solución de nuestros problemas. Tenemos que ser capaces de descubrir ese “cauce” que nos enrumbe por caminos nuevos, y los que abren los caminos somos las personas. Por eso importa esmerarnos en limpiar nuestro corazón, en convertirnos en serio, para ver con ojos nuevos (limpios) la realidad de un país cuyos latidos han sido debilitados por las muchas medicinas que se le han aplicado, sin asegurarnos antes de su real enfermedad, de su verdadera necesidad. Los lentes con que lo hemos visto (unos más que otros) pueden estar muy sucios. Hay que limpiarlos. Y antes de ver tanto la opresión en el régimen imperante, veámonos nosotros mismos, cada uno a sí mismo, y veremos cómo mucho empieza a cambiar.               


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