Jóvito Villalba (URD), Rafael Caldera (Copei) y Rómulo Betancourt (AD) luego de la firma del Pacto de Punto Fijo

Releyendo el Pacto de Punto Fijo y  demás documentos de 1958, gracias al valioso aporte del historiador Naudy Suárez  (Punto Fijo y otros puntos. Los grandes acuerdos políticos de 1958, Fundación Rómulo Betancourt, Caracas, 2006), me surgen inquietudes y sugerencias que deseo compartir con mis lectores. Si es cierto que la historia es la ciencia de lo que solo ocurre una vez, no es menos cierto que es maestra de vida, de la cual se pueden aprender muchas lecciones. Para mí el estadista es  el político que sabe captar el presente, el momento histórico en que transcurre su vida,  y reflexiona sobre la pregunta existencial  ¿dónde estamos?;  a partir de allí se pregunta ¿de dónde venimos?, y  entonces  el conocimiento histórico cobra toda su importancia, para luego plantearse la pregunta crucial y más difícil de contestar ¿adónde queremos ir? Pues bien, esas preguntas y sus respuestas exitosas se la  hicieron  algunos, más bien pocos hombres lúcidos, que nos condujeron a la primera experiencia  exitosa en la construcción de una República civil y democrática en una historia como la de nuestra patria, la más de la veces traumática y cargada de violencia, donde reverdecieron las conspiraciones y los golpes de Estado.

En efecto, 1958 fue guiado por lo que se denominó en palabras certeras “el espíritu del 23 de enero”,  el empeño por construir una democracia digna y estable que exorcizara  las tentaciones dictatoriales, predominara la tregua política y la búsqueda afanosa de un gobierno de unidad nacional, por encima de las naturales banderías partidistas y su afán legítimo por hacerse del control del  poder. Su conclusión fue el Pacto de Punto Fijo y su derivación en un Programa Mínimo de Gobierno, en el cual se comprometieron los tres relevantes partidos democráticos para ese entonces, Acción Democrática, Unión Republicana Democrática y el partido socialcristiano Copei. No constituyó una tarea fácil, pues implicó una laboriosa tarea en la convergencia de posiciones siempre guiada, la fuerza de las convicciones, por la unidad que garantizara el éxito de la frágil democracia que recién iniciaba su andadura. La prueba de fuego llegó terrible, dado los arteros golpes tanto del autoritarismo militar como de la izquierda insurreccional, que se propusieron destruir el gobierno constitucional y democrático del presidente Rómulo Betancourt (1959-1963), lo que afortunadamente no pudieron lograr, ante el apoyo del pueblo a la democracia, que se manifestó  lleno de gloria en la abrumadora  participación electoral de diciembre de 1963, bajo la consigna “votos sí, balas no”.

Una anécdota rigurosamente confirmada por testigos, recoge el espíritu de sacrificio en aras de la unidad que guió el afán  unitario de 1958. Dicha anécdota la estampa en su biografía de Rómulo, el politólogo norteamericano  Robert Alexander (la tomo del estudio señalado de Suárez). Se encontraron en Nueva York  a principios de dicho año Betancourt  y Caldera, y se tornaba inminente la caída del dictador, en virtud de lo cual ambos líderes concertan una reunión, cuyo momento culminante retrata así Alexander. “En la reunión , Betancourt y Caldera llegaron, más allá de una mera tregua, a un entendimiento más amplio. Inició la conversación Betancourt diciendo que no tenía ambición de volver a la Presidencia. Rafael Caldera dijo con franqueza a Rómulo que él pensaba que, en razón de  la extendida  hostilidad  existente hacia Betancourt en muchos sectores, sería exageradamente imprudente para él intentar ser candidato en las próximas elecciones. Betancourt no solo no llevó a mal  el comentario de Caldera, sino que se mostró de acuerdo con el mismo”.  Betancourt terminó siendo candidato, al proclamarlo de forma entusiasta su partido,  ante la imposibilidad de lograrse una candidatura única, no obstante lo cual cumplió su palabra, junto a Villalba y Caldera, de fomentar el definitivamente suscrito Pacto de Punto Fijo, y acogerse con absoluto convencimiento y pasión a robustecer un gobierno de coalición que coadyuvara  a institucionalizar el novedoso experimento democrático bajo la égida de la novedosa Constitución de 1961.

Estos recuerdos del ayer deben ser un acicate de reflexión  frente  a la grave crisis de desacuerdos, pequeñas ambiciones, egos desbordados y falta de visión que hoy predominan en la oposición, más bien oposiciones políticas al régimen dictatorial de Maduro, dada su incapacidad para fomentar en su seno acuerdos políticos que fortalezcan su capacidad de respuesta frente a un enemigo del talante autoritario que nos gobierna.  Nunca es tarde para retomar el camino de la unidad,  y emular el ejemplo de aquellos hombres y aquella época donde se impuso la unidad y se dio vida al período histórico más luminoso de nuestra historia republicana a partir del año 1830.


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