No es fácil la reconstrucción económica y política del país. Menos fácil, todavía, es la ético-cultural. Esta toca, en efecto, lo más hondo y trascendente de la libertad personal, desde donde se definen las líneas orientadoras también del tener y del poder.

Por donde quiera que caminemos los humanos nos topamos, buen Sancho, con la ética. Porque, en cuanto racionales y libres, somos ineludiblemente éticos (al igual que filósofos); damos siempre a nuestra vida, a nuestra libertad, algún sentido, así sea uno puramente anárquico y espontaneísta, como es el caso de los nihilistas. Quien se declara “a-moral”, es porque tiene un código moral propio, puramente subjetivo. Lo cierto es que, así como el hombre no ha podido-puede-podrá dejar de pensar, lo mismo cabe decir del decidir en conciencia en lo tocante a bien-mal moral. El problema está en el código ético que se sigue, el cual, por lo demás, implica, en un modo u otro, una interpretación de la dignidad y del deber ser personal. De esto se desprende que una marcha societaria sólida, sustentable, exige un esfuerzo compartido para acordar una plataforma ética común. Lo contrario generaría una Babel insostenible y autodestructora.

En este marco reflexivo hemos de ubicar la relación de economía y política con ética. Aquellas no se hacen por sí mismas, ni funcionan autorreferencialmente, no son autárquicas. Es el ser humano, en cuanto económico y político, el que las crea, maneja y orienta. Y este ser humano les imprime su sello personal; hará de ellas instrumentos de servicio o insolidaridad, de altruismo o egoísmo y cosas por el estilo.

En Armagedón, 4 jinetes hacia el apocalipsis posmoderno (Universidad Metropolitana, Caracas 2009), J. I. Moreno León, hablando de la vinculación entre práctica de la conducta ética y ejercicio del sentido común, recuerda “un imperio (el romano) que llegó a dominar parte importante del mundo conocido para entonces, con grandes avances en su desarrollo como sociedad, pero que colapsó, entre otras razones por una crisis de valores que generó la destrucción de ese conglomerado social como civilización dominante”. Muy iluminadora al respecto resulta, por cierto, la Carta de San Pablo a los Romanos (capítulo 1), escrita hacia el año 60 d. C., la cual describe el estado de descomposición ético-religiosa de ese pueblo, entonces en la cumbre de su poderío. Algo aleccionador para todo tiempo y, por supuesto, también, para el presente global y venezolano. Tarde o temprano los desvaríos se pagan y las virtudes dan buenos frutos.

Lamentablemente el desarrollo científico-tecnológico, así como el económico, político y cultural (en sentido estricto) no corren siempre parejos. De allí las crisis permanentes de los seres humanos y de la humanidad como conjunto. Sucedió en el Imperio Romano y pasa ahora con nuestra sociedad de la información en rauda globalización. La historia evidencia no solo la limitación y la fragilidad del ser humano, sino también su pecaminosidad.

El caso venezolano es patente al respecto. Tuvimos un desarrollo económico y político que no se armonizaron con el ético-cultural. No se cultivó una economía de efectiva solidaridad, ni una política gestora de corresponsabilidad ciudadana. Los medios de comunicación se desligaron en buena medida de su función de servicio público, y la educación prescindió del formar seriamente en valores. No se privilegió la atención integral a la familia, primera escuela y célula social. Todo ello abrió en algún modo la puerta al actual régimen totalitario destructor.

Resulta imperativa, por tanto, una reconstrucción en los diversos ámbitos de la vida nacional, particularmente en el campo ético-espiritual, con miras a impulsar un progreso integral. Para ello es preciso establecer prioridades sociales y fomentar un espíritu colectivo corresponsable. Algunos nos hemos atrevido hasta formular decálogos de praxis nacional para el día después. Pero, por encima y más allá de cualquier determinación, hay algo que resulta evidente: Venezuela no echará adelante sin una conversión ético-espiritual. Hay mucho odio, egoísmo, inmediatismo, indiferencia, que curar, y mucha honestidad, solidaridad, generosidad, calidad humana, que promover.


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