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A través de los medios de comunicación nos hemos enterado en días recientes de una información emanada del Servicio Nacional Integrado de Administración Aduanera y Tributaria, quienes participaron el cierre del mes de marzo con una recaudación en impuestos que superaría los 2.000 millones de bolívares, una vez finalizado el proceso de cobro del Impuesto sobre la Renta.

Voceros del oficialismo se han empeñado en utilizar la ocasión para subrayar que esto redundará en beneficios para la nación.

Sin embargo, esta declaración nos suena etérea y desvinculada de realidades concretas, cuando no se especifica a cuáles beneficios nos referimos.

Y en estos pensamientos andábamos, cuando la señora Ana, del barrio Las Flores de Yare, nos dijo: «Con una partecita de esos 2.000 millones de bolívares que se recaudó por el ISLR, ¿no podrían reparar todas las casas de latón, construir una escuelita y una cancha que no tenemos, poner el alumbrado y asfaltar la calle, que es de tierra?».

Los cuatro puntos cardinales de nuestra nación se encuentran colmados de pequeñas necesidades de la gente. Y decimos pequeñas cuando las comparamos con la riqueza de este país, que aún con la merma de la industria petrolera en los últimos años, sigue siendo uno de los más afortunados de la región latinoamericana, en cuanto a su potencial de prosperar. Pero son necesidades enormes para quienes las padecen.

Es una lamentable miopía gerencial la que lleva a gente como la señora Ana a sufrir de necesidades que sería posible resolver, si el ciclo virtuoso de la prosperidad en Venezuela se enfocara en el bienestar de la gente.

En líneas generales, es positivo escuchar la noticia de una recaudación elevada por el ente impositivo de una nación. Eso nos hace suponer que vienen buenas noticias en salud, educación, infraestructura y empleo, entre otras.

Sin embargo, para que esto se traduzca en hechos, se necesita una potente correa transmisora entre los haberes del gobierno y las necesidades de la ciudadanía, con el fin de que las rentas nacionales signifiquen un real bienestar, tangible para los habitantes.

Para que funcione adecuadamente, esta correa transmisora debe estar aceitada con un compromiso con la gente, manejada por profesionales de las diversas áreas específicas que deberían permitir que esa riqueza permee adecuadamente hacia toda la nación.

Podríamos ser como tantos otros países que se vanaglorian de basar el bienestar de sus ciudadanos en un sistema impositivo robusto, donde la gente desembolsa con satisfacción los tributos, porque sabe que irán sin duda alguna a satisfacer las necesidades del país y a construir una sociedad más robusta y sana.

La estructura del modelo fiscal de un país es un factor clave que influye en el modelo de crecimiento económico. El mejor sistema tributario debe ser fácil de cumplir para los contribuyentes.

Su objetivo debe ser promover el desarrollo económico al mismo tiempo que generar ingresos suficientes para el funcionamiento de un Estado y para el cumplimiento de las prioridades de un gobierno.

A la cabeza de los sistemas fiscales más competitivos del mundo, la República de Estonia está acompañada por Nueva Zelanda, Letonia, Lituania, Suiza, Luxemburgo, Australia, Suecia, Holanda y República Checa.

Y esto no significa que no requieran importantes cantidades de los bolsillos de sus ciudadanos, pero sí quiere decir que esto se ve revertido en bienestar y calidad de vida incuestionable para los contribuyentes.

También demuestra que son naciones que pueden presumir de prosperidad, creada con el trabajo de su gente y donde se puede aportar al sistema impositivo sin resentirlo, porque la productividad de los trabajadores es elevada.

Por el contrario, los sistemas fiscales mal estructurados pueden generar muchos gastos y niveles excesivos de presión fiscal, distorsionar la toma de decisiones económicas y perjudicar a las economías nacionales. En definitiva, no cumplirían la labor para la cual existen, que no es otra que traer bienestar a la gente.

No cabe duda de la enorme deuda que el Estado venezolano tiene con su ciudadanía, que arrastra desde hace décadas y que, en lugar de ver alguna mejoría, empeora en tanto y en cuanto avanza en el tiempo.

Resulta inconcebible por ejemplo que, en la Venezuela de la tercera década del siglo XXI, existan aún caminos de tierra, como el que conduce a la casa de la señora Ana. Es increíble que la petición de esta ciudadana sea la simple reparación de una vivienda de latón.

¿Cuántas canchas y escuelas nos faltan? ¿Por qué no hemos sido capaces de saldar esta deuda, cuando presumimos de las riquezas de nuestro país?

Cuando una señora Ana no clame por sus necesidades más elementales, entonces sí tendremos razones para celebrar una noticia cómo esta.


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