Steve Paxton junto a Merce Cunningham. Foto Jack Mitchell

La danza moderna, expresión que había emergido con espíritu libertario a partir de los años treinta del siglo pasado, luego de tres décadas de su establecimiento comenzó a resentirse en su esencial motivación de ser reflejo del convulso ser humano de esa centuria.

Las inéditas técnicas del cuerpo hasta ese momento desarrolladas, que sirvieron de asiento a los conceptos arriesgados que se proponían, pronto mostraron signos de formalismo excesivo y de un progresivo distanciamiento del complejo mundo de emociones que buscaba recrear. El cuerpo idealizado y virtuoso se impuso una vez más sobre sus reales necesidades y sus conmociones internas.

Nueva York dejaba de ser el contexto sorprendente de donde surgieron las visiones corporales que transformaron la danza escénica de Occidente, para asumirse como un espacio luminoso, aunque ya establecido, que debilitó sus impulsos y estructuró en demasía sus formas.

Hace más de sesenta años la danza posmoderna comenzó a manifestarse de manera tímida, aunque radicalmente distinta. La Judson Memorial Church, una particular capilla neoyorquina de estilo renacentista construida a finales del siglo XIX, ubicada en Washington Square del Greenwich Village de Manhattan, que desde hacía una década se dedicaba, además de los oficios religiosos y a la acción social, a la promoción de las vanguardias artísticas, incorporó a bailarines inconformes o excluidos de la danza moderna, sus principios y sus esquemas.

Eran intérpretes que promulgaban el movimiento como una posibilidad para todos y no de un selecto grupo de escogidos, desvelando las factibilidades creativas de la improvisación, la soltura y el contacto, además de promover su sistematización técnica. Así como la Galería Judson exponía a los representantes del pop art, la Judson Dance Theater se convirtió en una impensable plataforma de experimentación y manifestación de un cuerpo expresivo alternativo. Bailarines, muchos de ellos entusiastas de Merce Cunningham y sus preceptos, encontraron en ese recinto alejado de los brillos de Broadway, un lugar donde ir más allá en la toma de conciencia de la danza como profunda vivencia y no como divertimento ni mera formalidad estética.

La primera presentación de esta agrupación tuvo lugar el 6 de julio de 1962 y Steve Paxton (1939-2024) se convirtió en una suerte de sacerdote de la improvisación dentro de los espacios sagrados y profanos de la Judson. A su vez Twyla Tharp, Trisha Brown y Lucinda Childs, inquietas creadoras, con el  tiempo solidificaron sus respectivos proyectos artísticos a través de la fundación de compañías afamadas mundialmente.

Steve Paxton

También Yvonne Rainer, Deborah Hay, Simone Forti o Meredith Monk, así como numerosos pintores, escritores, compositores y artistas experimentales representaron la institucionalización de una nueva danza dentro de los mercados internacionales de las artes escénicas, una tendencia en principio espontánea, abierta y no susceptible de rígidas codificaciones.

La danza posmoderna logró su asentamiento en los años ochenta. A finales esa década y a principios de la siguiente, Venezuela recibió información sistemática sobre sus postulados fundamentales, insertándose dentro de la dinámica de un sector naciente de la danza escénica nacional, que llegó a ser referente latinoamericano. Los proyectos institucionales de Neodanza, Espacio Alterno, Lapuesta, Caracas Roja Laboratorio, 100% Impro UMgramo, son claros ejemplos de esa realidad.

Del originario espíritu de la Judson Dance Theater queda reivindicado hoy su poderoso ímpetu y su irrefrenable sentido de libertad.


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