Nada más traicionero en una película que la advertencia “basada en una historia real”. La llamada suena a coartada a dos puntas. Si está “basada” se reserva el derecho de alterar los hechos, pero el “real” mantiene un razonable cabo a tierra. En descargo  de la admonición debe admitirse que la realidad, sin la muleta de un libreto que la concentre y afine, sería algo bastante soso. Alguien ha dicho felizmente que el cine es la realidad sin las partes aburridas.

En este caso, para nuestra fortuna el responsable es Francois Ozon, un director prolífico cuyo buen ojo lo lleva a un tema espinoso, por decir lo menos. En la muy católica Francia, un caso de pedofilia en la diócesis de Lyon, pasó inadvertido de no ser porque los agraviados decidieron llevar adelante, contra viento y marea, la querella contra el sacerdote, responsable de los niños que ellos eran en los ochenta.

Primer escollo, en muchos casos el crimen ha prescrito. “Gracias a dios”, como confiesa en público el arzobispo que ha echado tierra sobre el asunto y que puede al menos sacudirse el tema legal del panorama.

En realidad el tema de la película (y de la realidad aludida, vamos) no es el hecho, aberrante de por sí, sino su consecuencia inmediata, la estrategia deliberada de la jerarquía eclesiástica de echar tierra sobre el asunto.

El libreto, del propio Ozon, centra el tema en tres casos aceptablemente equidistantes en su situación. El banquero de buena posición, católico practicante que busca el apoyo de su iglesia; el escéptico activista que busca la solución por el lado de la acción política y el obrero de pocos recursos y vida sentimental complicada.

El recurso al trío es hábil porque cubre una gama importante, no exclusiva, de los agraviados (que se cuentan por cientos, según se arriesga por ahí). Y por este lado Ozon evade el arquetipo, lo cual hace su película aún más feroz. El cura  depravado no busca esconderse en la negación, sino en un movimiento más perverso aún. Admite su falta, pero también indica que confió sus problemas a sus superiores que no hicieron nada. La trampa entonces es doble. La iglesia no solo le ha fallado a los niños, también (si aceptamos la narrativa del sacerdote) le ha fallado a uno de sus integrantes. El tema no podría ser expuesto con mayor puntería. Pero los aciertos apenas si empiezan aquí. No hay histeria en el relato de Ozon, las tres víctimas han convivido con su drama, lo cual no les ha impedido funcionar en la sociedad con su cruz a cuestas. Son víctimas, sin duda, pero son capaces de encontrar en su búsqueda de justicia un sentido a su vida.

Y la vía que cada uno encuentra está en línea con sus posturas. El católico que quiere dar la pelea desde dentro de la iglesia, el que elige la apostasía y el que acompaña el movimiento recuperando su dignidad.

Un poco más siniestra, y más alejada de este matiz positivo es la posición de la iglesia. La jerarquía mantiene en todo momento una posición compasiva y empática que canaliza a través de la plegaria pero que va poniendo distintos diques de contención. El primero, el más sutil, es el del lenguaje, perfectamente articulado, de una dicción y un peso expresivo perfecto. Sobre esta posición distante y digna, falsamente interesada en el caso se alzan las palabras malditas del título. Ese “gracias a Dios” que se le escapa al obispo es a la vez una traición de su lenguaje y sus ademanes y una confesión de parte. Es “gracias a Dios” que la ley de los hombres ya no puede proceder, lo cual deja el problema en manos de la Iglesia. El libreto evita la estridencia, todo tiene la protección de un ritual, obvio en el caso de la jerarquía, menos aparente cuando el tema se desplaza al interrogatorio policial y al manejo legal. La película parece seguir la narrativa del sacerdote. Cuando se presenta, en una de las escenas finales, es un ser despreciable en su pequeñez, que no niega nada tal vez porque no puede, o no sabe. Este es el punto más corrosivo de la película porque el espectador, y el cura mismo,  intuyen que al final alguna solución vendrá a salvarlo. La película ganó el premio del jurado del Festival de Berlín el año pasado. Justo mérito a un filme valiente, que, pandemia maldita de por medio, solo está disponible en las plataformas.

Gracias a Dios (Grace a Dieu). Francia -Bélgica. 2018. Director Francois Ozon. Con Melvil Poupaud, Denis Menochet, Swann Artaud


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