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Podría presumirse que Venezuela es un país donde la angustia, el miedo y la desesperanza se han apoderado del corazón de las personas, sea cual sea su posición. Sin embargo, algunas buenas noticias se cuelan. Los agricultores siguen trabajando,  el estado Portuguesa comienza a ser calificado como el granero de Venezuela. Nuestros beisbolistas en las Grandes Ligas son estrellas reconocidas. El planeta entero está comiendo arepas venezolanas. Dudamel es uno de los grandes directores de orquestas en el mundo. A estas alturas considero que los grupos, los líderes que pregonan la imposibilidad de lograr cambios son propagadores, quizás inconscientes del miedo y del abandono de la oportunidad de avanzar .

El mundo está cambiando, nuevas fronteras se abren. En las universidades más importantes del mundo: Yale, Harvard, Stanford, entre muchas, se comienza a profundizar en una importante materia de estudio “la felicidad”, no como aspiraciones de quinceañeras sino como posibilidad de desarrollo humano.

Reconocen que los países más felices, los más exitosos, los más prósperos, no lo son sólo por su probable éxito económico, por sus niveles de productividad y su PIB; son aquellos donde la sociedad y las escuelas dedican tiempo a formar seres humanos felices. La felicidad trae el éxito y no al revés.

Este nuevo paradigma abre nuevos campos de investigación que involucran una nueva dimensión cultural del ser humano. Están enfrascados en desarrollar nuevos programas no sólo de corte tecnológico y científico, sino “otros” pertenecientes al mundo de la subjetividad y  la moral. Son conscientes de que hay que crecer económicamente, vencer la pobreza y las enfermedades,  pero no se logra nada si no valoramos e invertimos tiempo y esfuerzos en hacer crecer lo más valioso que tiene el ser humano, su dimensión inmaterial, la que algunos dicen que pesa 20 gramos, porque aseguran que es el peso que se pierde cuando dejamos de existir y el alma vuela.

Con asombro, economistas y matemáticos comienzan a reconocer el profundo cambio que ha significado el aporte de la psicología positiva. Su principal creador, Martin Seligman, plantea un enfoque distinto de forma sencilla y directa: “La psicología no es solo el estudio de la debilidad y el daño, es también el estudio de la fortaleza y la virtud. El tratamiento no es solo arreglar lo que está roto, es también alimentar lo mejor de nosotros” (2003).

Este autor define este nuevo campo de la siguiente manera: “La Psicología Positiva es el estudio científico de lo que hace que la vida valga más la pena. Es la llamada de la psicología científica y práctica para estar tan preocupados por las fortalezas como por las debilidades. Tan interesados en construir cosas mejores en la vida como en reparar lo que está peor. Y tan relacionado con crear vidas plenas en gente normal como en curar la patología”. Seligman,comienza siempre por hurgar en la gente, buscando que confiese y reconozca cuál es el potencial humano que alberga entre sus costillas. En lugar de destapar problemas, debilidades, negatividades, conflictos, el científico comienza por preguntar: ¿Qué aspiras que tus hijos logren en su vida? Las respuestas corrientes son: “que sea responsable, optimista, generoso, que lo reconozcan como ‘buena persona’. Capaz de amar y merecer el amor”. En un segundo momento le pregunta a los padres: ¿De lo que aspiras para tus hijos qué aprenden en la escuela? La respuesta obvia, matemáticas , ciencias, razonamiento lógico, poco que ver con el desarrollo de cualidades espirituales propias del ser humano. Allí comienza la apertura que propone esta nueva visión psicológica: aprende a reconocer a los otros, que somos iguales pero diferentes. Y, que el mundo subjetivo que llevamos por dentro es el que no hace personas, en palabras de Kant “sobre mí,  lluvia de estrellas, dentro de mí la ley moral de Dios”.

Esta nueva estrategia psicológica se afinca en las potencialidades que tenemos cada uno de nosotros: ¿eres perseverante? ¿Cuánto esfuerzo le dedicas a lograr tus objetivos? Un camino muy distinto al practicado anteriormente, en lugar de inquirir ¿cuál es tu problema, tu conflicto, tu pena? Comenzar por sacar a la luz, la potencia que tenemos los seres humanos para vivir y sobrevivir.

En las escuelas de Nueva Delhi, en la India, el día escolar comienza con ejercicios para lograr que los estudiantes empleen sus energías en ser mejores personas, no sólo ganar campeonatos de matemáticas, o proezas en el manejo del idioma, objetivos que están logrando y con los cuales son reconocidos mundialmente, trabajan basados en  el pregón de la psicología positiva. Hay que empezar a construir ciudadanía a partir de la apertura a los valores que exaltan, superar el fracaso, ser tolerantes y optimistas. Dicen que en Bután el marcador del bienestar no es el PBI sino el nivel de la felicidad de la gente, que ya han aprendido a medir a pesar de su intangibilidad y subjetividad.

Las esperanzas renacen esta vez por confiar en las potencialidades humanas y no solo por el acopio de recursos naturales, nuevos armamentos y avances tecnológicos.  Aunque vivimos momentos de convulsión, partes del mundo están en guerra, el planeta es recorrido por diásporas masivas de países en la miseria , tratando de penetrar en territorios donde parecieran existir nuevas oportunidades, el enfoque sobre las potencialidades del ser humano hacen que podamos confiar en un futuro mejor.

Es verdad que estamos cargados de  emociones paralizantes, definidas como un sentimiento de desconfianza que impulsa a creer que va a suceder algo negativo, se trata de crear angustia ante un peligro que puede ser real o imaginario. Es el momento de reconocer que basta voltear hacia el ser humano, colocarlo en el centro de nuestra inquietudes y posibilidades para dejar el miedo de lado y comenzar un proceso que podría ser de reconstrucción.

En Venezuela podríamos reconocer que “lo negativo” ya esta instalado, que las peores cosas pasan cada día, como estar infinitas horas sin electricidad, sin agua potable, ser víctimas de atropellos sin castigo, permanecer en prisión aun siendo inocentes, enfrentar la muerte, actos de violencia que subsisten con plena impunidad. De allí el viejo dato (ya superado) que más de 70% de los crímenes en Venezuela quedan impunes. Los jueces no castigan las culpas, están allí para responder a presiones que los hace violar su deber natural, cual es impartir justicia.

Los delitos contra cosas y personas aumentan y los jueces no castigan, una peligrosa combinación que se define como prevalencia de la impunidad.

Sin embargo, en estos momentos quizás lo más importante no es refugiarse en el miedo,  por el contrario, es usar los infinitos recursos que tenemos los seres humanos para superar las dificultades.

Es muy sencillo, si más del 80% de los venezolanos, según todas las encuestas, piensan o creen que para superar las calamidades que afrontamos cada día, de manera inequívoca, hay que cambiar en todos los planos, es muy difícil que, en cualquier oportunidad que nos pongamos a prueba resultemos perdedores.

Ante la inminencia de una confrontación electoral cercana podemos preguntarnos cuál de los dos miedos será más poderoso, el que se desprende del poder represivo cotidiano o el que pregonan algunos sobre la inconveniencia y peligros de tratar de cambiar. Aducen que se podrían generar resultados perjudiciales, tales como legitimar a quien no se debe, ser robados de manera inequívoca, avalar fraudes que les daría oxígeno. Situaciones, algunas posibles y otras quizás, producto de la intención de infundir un temor paralizante que impida decidir con fuerza y en consecuencia convertir a los augures del fracaso y la resignación en la nueva cara de lo viejo. El instrumento paralizante para cambiar es el miedo, por ello se trata de expandir este sentimiento con diversas razones. Todos los valientes que pregonan que no hay que resistir en realidad lo que hacen es campañas para infundir miedo: “No participes porque las legitimas”, “no votes porque te van a robar una vez más”, “quieren que votes para mostrarte que son más fuerte que tú, te robarán el triunfo en tus narices y no podrás hacer nada, quedaras derrotado, aunque hayas ganado”. Quizás, el argumento más fuerte sea: “poder que ejerce la fuerza no sale con votos, así que es inútil votar”. Esto último tiene una conclusión muy peligrosa, si ningún poder fuerte es vencido con votos ¿entonces cómo saldrán? Aquí se trata de reavivar el terror a la violencia, a predecir la guerra.

Podemos intentar hacer un balance, si no participamos y ellos sí lo hacen, aunque sean pocos (Smartmatic demostró que cuando no hay testigos nuestros, pueden aumentar las cifras hasta donde haga falta) se anunciarán un falso triunfo, ganamos, somos legítimos. Si por el contrario participamos masivamente y tratan de robarnos, se abre un campo distinto de participación, se impone una deslegitimación ante el mundo entero derivada del intento de falseamiento del acto electoral. Está en nuestras manos vencer el miedo que tratan de infundirnos. En realidad ¿quién tiene miedo de verdad?, se preguntan ¿hasta cuándo podrán paralizarnos con represión y mentiras? Saben que su única oportunidad es seguir infundiendo miedo. América Latina ha sido calificado como un continente pesimista así lo muestra nuestra música y un arte llenos de penas y dolor, lo muestran los tangos argentinos y los boleros quejumbrosos del Caribe. Fomentar el optimismo y nuestro afán creativo deben ser nuestros nuevos rumbos. Cómo decían los verdaderos adecos, contra el miedo, vota blanco, o como quieras.

“No sólo la gente feliz soporta mejor el dolor y toma mejores decisiones de salud y seguridad cuando se ve amenazada, las emociones positivas pueden deshacer las emociones negativas” Martin Seligman.


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