Un país envuelto en una crisis sin precedentes en su historia, producto de la instauración de un sistema totalitario desquiciado, nos trae episodios que causan estupor. Ahora el socialismo anquilosado exhibe como apertura el sello del confort de la marca Ferrari.

La joya automotriz es la debilidad de reconocidos magnates del jet set internacional. Tener un monoplaza de Maranello es un símbolo de distinción, entre aquellos que nadan en la abundancia, por ello es una agravio contra la honorabilidad del venezolano, que el gobierno haga alharaca con este tipo de cosas. No puede existir mayor abuso que mostrar al ciudadano, que hurga en la basura, la fortaleza aerodinámica de prototipos que solo pueden ser adquiridos por aquellos que han desfalcado a la nación.

Los pobres pulverizados de hambre no tienen interés en este tipo de artificios de bribones iletrados, llenos de vilezas y ambiciones desmedidas. Se hacen llamar revolucionarios, pero les deleita poder disfrutar de caprichos meramente capitalistas. Sus vestimentas son de exclusivos modistos italianos. Disfrutan de opíparos banquetes en hoteles cinco estrellas. Sus inmuebles son palacetes construidos con la delicadeza de quienes necesitan de una fortaleza para no escuchar la voz de un pueblo hundido en la pesadumbre.

El dispendio de semejante casta es el estigma de una administración que es una vergüenza. El gobierno Chávez-Maduro es el mayor ultraje del cual se tenga memoria. Cuando tengamos justicia real, casi todos los protagonistas del horror reposarán sus huesos en la cárcel. Son demasiados abusos que la investigación de las cuentas suizas es la punta del iceberg de un orquestado plan de aniquilamiento de nuestras reservas. Mientras las necesidades populares nadan en la angustia por carecer de todo, los revolucionarios se dan gustos exquisitos.

El problema no es que la Ferrari monte una concesionaria en Caracas, el meollo del asunto es el carácter hipócrita de los taimados dirigentes revolucionarios. Tanto despotricar del capitalismo para nadar en sus aguas. Cuando monten en estos autos que cuestan una fortuna, escucharan el sonido del motor que parece violines tocado por ángeles del séptimo cielo, mientras en los barrios se escucha el chillido de los estómagos hambrientos.

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@alecambero

 


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