Irene Montero | Archivo

En los últimos tiempos, sobre todo por parte la extrema izquierda, se utiliza con ligereza la palabra «odio». Según ellos, afloran los odiadores por todas partes. Suele decirse que la animadversión como actitud es una evidencia de la falta de inteligencia. Lo que yo lamento de verdad es la escasez de inteligencia, sobre todo emocional, que viene caracterizando el panorama público español de los últimos tiempos. Cuando escucho a Pablo Iglesias, Otegui, Errejón o a las dos ministras Montero –María Jesús e Irene– solo percibo inquina y fobia. ¿Dónde está la raíz de tanta malquerencia? La profesora cubana Hilda Molina, exiliada en Argentina desde hace muchos años, señala el resentimiento como denominador común de todos ellos. El resentimiento es una enfermedad del alma, que suele incubarse en la infancia o en la juventud difícilmente vivida. De ahí suele germinar una ecuación perversa: odio, poder y dinero. Analicen con detenimiento a algunos personajes de la izquierda. Ya verán a dónde les llevan sus reflexiones al respecto. Es un proceso lleno de suciedad moral y emocional, una debilidad del ser humano en el que no todos cayeron. Muy al contrario, la historia está repleta de personas muy desfavorecidas que, en lugar de odiar, a pesar de sus enormes necesidades, supieron superarse, triunfar, amar y perdonar si ello fuese menester. El elemento común en estos casos es una visión optimista de la vida y el futuro y, sobre todo, la carencia de envidia. ¿Es legítimo que se dediquen a la política los resentidos, los envidiosos, los vengativos o los odiadores? Sí lo es. Es una de las grandezas de la democracia. Mientras no se demuestre lo contrario, cualquier psicópata puede gobernarnos, siempre y cuando tenga los apoyos necesarios y mayoritarios. Lo que ocurre es que, en democracia, votar es necesario y fundamental, pero no suficiente; hay que hacer mucho más, como, por ejemplo, respetar las reglas del juego, mantener los consensos, fomentar la pluralidad, aceptar la crítica y, sobre todo, sobre todo, no odiar al discrepante.

Artículo publicado en el diario El Debate de España


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