Pergeño mis divagaciones de esta semana el jueves 24 de octubre, mientras los restos del dictador Francisco Franco son exhumados del Valle de los Caídos y trasladados a un cementerio municipal de Madrid. Son publicadas hoy domingo, cuando los argentinos se disponen a bailar, ¡otra vez!, el tango de la regresión peronista —¡Perón, ¡Perón, qué grande sos!—. No es capricho relacionar ambos eventos: el Pocho, es bien sabido y documentado, le tendió la mano al caudillo de España por la gracia de Dios —¡vaya gracia!—, en tiempos difíciles y circunstancias adversas para quien simpatizó sin disimulo con las fuerzas del eje. En los primeros años de la segunda posguerra, el líder justicialista concedió a España multimillonarios créditos a largo plazo y bajos intereses, destinados a financiar la importación de 400.000 toneladas de trigo, 120.000 de maíz, 8.000 de grasas y tortas oleaginosas, 25.000 de carne, 10.000 de lentejas y 50.000 cajones de huevos. A cambio, la nación suramericana contó con una zona franca para la distribución de sus productos en Europa y recibió barcos, textiles y aceitunas. En 1947, Eva Duarte —Don’t cry for me Argentina— visitó la “madre patria” y fue aclamada por una multitud en la Plaza de Oriente de la capital hispana, al grito de ¡Franco y Perón, un solo corazón! Dios los crió, ellos se juntaron y el pasado ¡pasó! Ojalá no se repita ni siquiera en clave bufa.

Hoy, 27 de octubre, se celebra el Día Internacional del Corrector de Textos; espero, por respeto a los guardianes del buen escribir y entender, no macular mis pareceres con imperdonables yerros, como el detectado por Adriano González León en el examen de un estudiante de la Escuela de Letras de la UCV, quien garabateó uvo por hubo, un atropello a la ortografía ante el cual, perplejo, el autor de País portátil se preguntó si el aspirante a escritor no se refería al marido de la uva. Malhablados de la República del Este atribuían el disparate a un narrador coetáneo de Adriano, cuyo nombre omito no vaya a maldecirme desde el más allá. Arribamos a la recta final del mes de la cerveza —Oktoberfest—, revueltas y aparecidos —Halloween—. Terminó la báquica apoteosis del lúpulo. Rescoldos y cenizas quedan en donde ardió la furia de ecuatorianos y chilenos, no a consecuencia de ebriedades a punta de la espumosa bebida —la de mayor consumo mundial (exceptuando el agua) después del té, el café y el jugo de naranja—, sino del aumento en las tarifas del transporte.

Con una expresión alemana sin equivalente en nuestro idioma, Schadenfreude, se nomina el goce suscitado por la desgracia ajena. No pasa de ser simple y llanamente un pasajero arrebato de tan malsana emoción, me dije, cuando adelantándose al aquelarre de la noche de brujas, víspera de santos y difuntos, el zarcillo Nicolás y su íntimo e intrigante rival bajo cuerdas, Diosdado Picapiedras —en el fondo la misma miasma—, daban saltos de alegría —“Toy contento, yo no sé qué es lo que siento, voy cantando como el río, como el viento”— y pronosticaban una hecatombe continental y una insurgencia masiva contra el Fondo Monetario Internacional, abriendo las puertas a un triunfal retorno del oscurantismo populista zurdo. En un repentino ataque de yo no fui, el irregular ocupante de Miraflores procuró poner freno a su desbocada lengua, pero, o le traicionó el subconsciente —psicoanálisis de bolsillo— o poco le importó contradecirse; con hipócrita desfachatez pretendió deslindarse de paros, guarimbas y movilizaciones, refiriéndose al presidente ecuatoriano en estos deplorables términos: “El estúpido de Lenín Moreno dice que yo envié a 200 personas a causar protestas allá. ¡Es un estúpido!”.

Aplauden Nico y su combo las amenazas de Xi Jinping y apoyan los deleznables argumentos del parlamentario comunista Li Zhanshu, acusando a Occidente en general y a Estados Unidos en particular de instigar las manifestaciones hongkonesas de repudio al proyecto de ley de extradición de “prófugos de la justicia” a China, Taiwán y Maicao y en defensa de derechos consagrados en la Ley Básica de la Región Administrativa Especial. En este lado del mundo, la cara (ma)dura del régimen adquiere dimensiones superlativas, al respaldar de manera irrestricta el fraude electoral boliviano. Maniqueísmo puro —por ese serpentino proceder, el malogrado ex presidente peruano Alan García tildó de sinvergüenza al comandante eterno—. Sí, le concedí el beneficio de la duda a la pareja dispareja y por eso eché mano del vocablo  Schadenfreude; pero, tal reza el axioma jurídico, “a confesión de partes, relevo de pruebas”, Maduro y Cabello admitieron su injerencia, Foro de Sao Paulo mediante, en los asuntos internos de las naciones hermanadas en el Grupo de Lima, y ello nos autoriza a señalarles como sospechosos de incurrir en asociación para delinquir contra gobiernos no alineados a su ideología, fomentando acciones  agitadoras y propagandísticas a cargo de agentes provocadores a sus órdenes: así se deduce de las detenciones practicadas entre “manifestantes de acento venezolano”.

Maduro declaró: “Estamos cumpliendo el plan del Foro de Sao Paulo a la perfección. Todas las metas […] se han realizado. Esto es producto de la unión de los movimientos sociales revolucionarios de toda América Latina y el mundo”. ¡Nos salió planetario el platanote! Por su parte y para no quedar rezagado, Cabello aseveró: “Colombia, Chile, Ecuador, Brasil y Honduras están a reventar por una sobredosis de neoliberalismo […] la finalidad (del GSP) es acabar con el Grupo de Lima, desmantelarlo con nuevos gobiernos progresistas o incentivar más desestabilización».  Es curioso. El Grupo de Puebla, constituido en México (en paralelo al encuentro caraqueño de los foropaulistas) con la animación de Zapatero, la bendición de Lula da Silva y los aplausos de José Miguel Insulza, se hace llamar “Progresivamente”, y es considerado “un nuevo brazo del socialismo para incentivar la desestabilización”.

El par de citas evidencia el maniqueísmo de la usurpación. El mundo en alto contraste. Sin grises. Buenos y malos. Partidarios de su modelo reduccionista y fieles al culto chavobolivariano o bolichavista, la misma vaina es, los primeros; los adversarios del vasallaje inherente a su modo de dominación política y control social, y a las ideas decimonónicas sobre las cuales lo sustentan, los segundos. ¡Así de simple! Los malos, sin embargo, son mayoría. Todas las encuestas, incluyendo las ordenadas por el PSUV y los cubanos, arrojan al menos 85% de rechazo al gobierno de hecho. Eppur non si muove, diríamos remedando a Galileo. Y no se mueve en gran medida porque tampoco lo hace la oposición; una oposición atomizada, ayuna de estrategias, y, por ello, permeable a la oferta oficialista de arreglos consensuados sobre la base de repartos burocráticos, prebendas, canonjías y quién sabe cuántas cosas más. Aun cuando su desiderátum debería ser la unidad, se aleja de tal objetivo en razón de ambiciones y proyectos individuales y grupales. A ella dirigimos un recordatorio. El último día de este mes se cumplen 61 años del Pacto de Puntofijo suscrito por Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba. Sin ese pacto, suscrito un día como el de Halloween —todavía el pitiyanquismo no había contaminado la cultura popular con esta fiesta de fantasmas y calabazas—, la República civil hubiese muerto al nacer. Señores del G-4, han transcurrido más de dos décadas desde la aparición del pernicioso mal de Chávez, una enfermedad sin remedio porque sus agentes transmisores, Maduro, Cabello, Padrino, no prescinden de las gríngolas de la sinrazón dogmática ni para dormir. Esperamos una variante cualitativa de parte de Guaidó y la Asamblea Nacional, dirigida a superar la pesimista impresión de estar condenados a vivir por siempre bajo el yugo castro chavista. Torschlusspanik es otra intraducible locución de origen germánico y designa el miedo a que las oportunidades disminuyan mientras envejecemos… ¡Ah, quién hablara alemán!

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