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El 5 de enero de 2021 ya está en la historia. Hoy es el día en que Venezuela, en caída libre, da la vuelta en el aire y ve con no poco terror el fondo del abismo. Solo la más profunda oscuridad. Y tal parece que no ha terminado de llegar al fondo.

Como lo diría el politólogo Ricardo Combellas recientemente, el país amanece hoy sin instituciones. La Constitución no provee cimientos ni para la Asamblea Nacional que prorroga su mandato ni para los parlamentarios electos el 6 de diciembre. Como consecuencia, no hay Poder Legislativo amparado por la carta magna.

Nadie discute los hechos. La Asamblea que dirige el presidente interino Juan Guaidó fue, es y será la última institución con probada legitimidad, pues es el fruto de las últimas elecciones medianamente libres y justas que se hicieron en el país. El parlamento que se juramentará hoy es producto de unos comicios turbios, con más de 70% de abstención y con unos resultados poco creíbles.

También es un hecho que la Constitución no establece absolutamente nada en el caso de la prórroga de funciones de una Asamblea y mucho menos de la coexistencia de dos cuerpos legislativos. Así pasó con la presidencia usurpada y la interina. Pareciera un juego de palabras, pero lo cierto es que políticamente es un enredo que jamás se ha presentado en la historia.

La consecuencia más inmediata es un país que no solo tiene dos presidentes, dos poderes ejecutivos sino que además tiene dos legislativos. ¿Quién tiene la capacidad de gobernar? Pues está visto que el régimen, aunque dice tener el poder, carece de gobernabilidad y tampoco le interesa. El gobierno interino tiene la capacidad, el recurso humano, pero no ha podido ejecutar ninguna de sus decisiones.

La deriva parece ser la mejor manera de definir el presente del país. El que puede ejecutar decisiones toma las equivocadas y el que tomaría las correctas no puede implementarlas. Este enredo solamente traerá el agravamiento de la crisis humanitaria que vive el venezolano.

Nadie entiende la urgencia de una definición porque el ciudadano está centrado en la supervivencia. Pasa del horror al asombro y de allí a la acción porque no tiene tiempo que perder, de eso depende su vida. Debe resolver muchos problemas y por eso es posible que no se dé cuenta de la gravedad de la situación.

Algunos opinadores afirman que lo primero es el problema económico, pero la verdad es que mientras el enredo político no se aclare, poco se podrá hacer en otras áreas. Sobre todo porque el régimen no tiene interés de arreglar nada. Pero así como enfrentamos una realidad incomprensible en materia política y constitucional, así el mismo caos podría generar la respuesta. No perdamos la esperanza.


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