Pocos pedidos motivan más a un periodista o escritor que aquellos que brotan de la sana interacción, de ese diálogo natural, a veces insospechado, con los lectores. Y aunque bien lo sabemos, nunca está de más recordarlo. Es decir, que nos lo recuerden.

Motivados, según me cuentan, por mi anterior columna, he recibido mensajes de lectores de la Iberosfera que me preguntan, animan o piden que escriba sobre diversos mitos, realidades y zonas de la historia y la vida de los cubanos poco abordadas en los medios. Cuestiones en las que subyacen desde el temor, la ingenuidad y el desconocimiento, hasta el desconsuelo, la envidia y la doble moral imperantes –ya sea de forma consiente o subconsciente– en esa sociedad, que es mucho más –y mucho menos– que miseria y exótico turismo en el subdesarrollo.

A todos los que me han escrito les prometo ir poco a poco abordando en estas columnas esos temas, que, lo confieso –aunque quizás no sea necesario– me seducen unos y otros no puedo dejar de pensarlos (en el exilio miamense he escuchado decir que Cuba es como un karma, y no está muy lejos de la verdad).

De ahí que regrese a aspectos relacionados con el retorno de Cuba a la lista de “Países que patrocinan el terrorismo internacional” que confecciona el Departamento de Estado de Estados Unidos.

Es cierto, como me han mencionado, que de esto no se habla mucho. Casi nada. De ahí el asombro de no pocos españoles, como es el caso de un amable malagueño, amante empedernido y conocedor de la música tradicional cubana. Jamás ha visitado la tierra donde su abuelo peleó alineado a Fidel Castro contra Fulgencio Batista y paradójicamente terminó fusilado por milicianos revolucionarios, sin juicio alguno, sin que ni siquiera se sepa a qué fosa fue lanzado su cadáver.

Querido Toño: el socialismo real es terrorismo a pulso. Vive de ello. Vive para ello. Y el socialismo utópico, incluso el acobardado o el acomplejado (que allí existe, no solo en la derecha) también lo es, pues –como mínimo– apoya o voltea el rostro a quienes lo practican.

No es una leve apreciación. Es un hecho que para la izquierda mundial Cuba ha significado la cuna histórica, el paradigma y el mayor patrocinador en el hemisferio occidental de las revoluciones socialistas, donde, muy a pesar del blanqueamiento y la epidermis de los medios de comunicación, el terrorismo ha sido un arma y una enfermedad congénita. Esa medalla, manchada de sangre y alimentada de incontables miserias, no hay quien se la arrebate al castrismo. Bien se la ha ganado.

En esto sí que ha sido una potencia –no en la educación ni en la medicina– esa isla mitad utópica, mitad real, en la que por más de 60 años, pese al supuesto enfrentamiento desigual con el imperialismo yanqui, nunca se han bajado las banderas de la lucha y la esperanza de finalmente convertir la región –y luego el planeta– en el megaproyecto comunista que daría la razón, a fuerza de estafas y balas, a esos nefastos venerables que siguen siendo Marx, Lenin, Gramsci, Mao, Castro, Guevara, Chávez, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y otros caudillos y grupos, por desgracia hoy en boga de la mano de la no menos radical ideología neomarxista.

En pocas palabras, Cuba sigue siendo, con sus defectos y virtudes, el más sostenido y preciado experimento de la izquierda hacia el nuevo orden mundial. Categoría que no hubiese alcanzado sin la persistencia del terrorismo de Estado. No sólo por lo más terriblemente sostenido, que son las políticas de terror contra los cubanos, sino también por su abrazo a grupos terroristas de otras partes del mundo y por su injerencia, con acciones no menos terribles, en otras naciones como Venezuela y Nicaragua.

Recientemente se ha destapado, gracias a un dossier publicado por la revista Semana, la estrategia de injerencia cubana en asuntos internos de Colombia. Otro país, como Venezuela, también muy codiciado por el castrismo desde siempre.

Cuando Mike Pompeo hizo pública esta determinación lo explicó claramente: “Cuba regresa a la lista luego de que incumpliera su compromiso de dejar de apoyar el terrorismo, como condición para su eliminación por parte de la administración anterior en 2015. El 13 de mayo de 2020, el Departamento de Estado notificó al Congreso que había certificado a Cuba bajo la Sección 40A(a) de la Ley de Control de Exportación de Armas por no cooperar plenamente con los esfuerzos antiterroristas de Estados Unidos en 2019”.

“Durante décadas, el gobierno cubano ha alimentado, alojado y brindado atención médica a asesinos, fabricantes de bombas y secuestradores, mientras muchos cubanos pasan hambre, están sin hogar y sin medicinas básicas (…) Además del apoyo al terrorismo internacional que es la base de la acción de hoy, el régimen cubano se involucra en una variedad de comportamientos malignos en toda la región. El aparato de inteligencia y seguridad cubano infiltró las fuerzas militares y de seguridad de Venezuela, ayudando a Nicolás Maduro a mantener su dominio sobre su pueblo, mientras permite que operen organizaciones terroristas”, recordó en su argumentación el Secretario de Estado.

Pero es que todo esto, y desgraciadamente muchísimo más, si bien los medios de comunicación a nivel mundial suelen callarlo, disfrazarlo o justificarlo, no es una situación desconocida por líderes políticos, sobre todo anticomunistas, o conservadores (perfiles de acción y pensamiento que desde hace 100 años vienen siendo esencialmente lo mismo, aunque no se escriban ni se entiendan igual, incluso por políticos y politólogos).

Lo cierto es que esta verdad necesita ser ya no sólo notificada: urge ser explicada y repetida, una y otra vez, en una campaña, hasta que se entienda. Un partido como Vox debería hacerlo. Y ya no solo por los cubanos, sino también por los españoles. Ojo con esto.

Tanto el contexto como la historia lo evidencian. A pesar de innumerables violaciones de derechos humanos, la gran fábrica de miseria, el crimen como guerra necesaria, el apoyo a terroristas, su cotidiano terrorismo de Estado y el desastre que a todas luces sufren los cubanos y que el mundo puede al menos contemplar: el verdadero rostro del castrismo continúa siendo lavado por diferentes sectores de la izquierda global, sobre todos los que promueven el nuevo orden mundial, donde el neocastrismo encuentra el escenario ideal para hacer desfilar, entre no pocos aplausos, su agenda ideológica.

Y hablamos, a la par, de amenaza para el mundo y de justicia y decencia. Y de memoria. Y de estrategia. No en balde la congresista republicana, de origen cubano, María Elvira Salazar, se sintió obligada a presentar en el Congreso de Estados Unidos su primer proyecto de ley, dado a conocer como Ley Fuerza, cuyo propósito es que el régimen cubano no pueda ser eliminado de la lista de “países patrocinadores del terrorismo internacional” de USA.

La propuesta, identificada con el código HR 287, fue respaldada por los congresistas, también de origen cubano, Mario Díaz-Balart, Carlos Giménez, Nicole Malliotakis y Alex Mooney (sí, aún tenemos legisladores en activo). Y además ha sido apoyada por otros como Stephanie Bice, Neal Dunn, Kat Cammack y Michael Waltz.

Salazar, periodista de profesión, muy conocida por sus programas de entrevistas políticas en la televisión hispana del Sur de la Florida, explicó en las redes sociales las razones por las que la dictadura cubana no debe ser eliminada de dicha lista, al menos hasta que no realice acciones, esenciales en toda democracia, que ella ha detallado en su anteproyecto.

La hija de padres cubanos, criada en la Pequeña Habana, en Miami, ha vuelto a poner el dedo en la arcaica llaga castrista, precisando al régimen –a cambio de ser eliminado de dicha lista negra del Departamento de Estado– a cumplir con requisitos a los que la dictadura caribeña, por su criminal naturaleza, no va a aceptar.

¿De verdad pensaría la dictadura de La Habana acceder a liberar a sus presos políticos? ¿Dejarían que organizaciones internacionales de derechos humanos investiguen a fondo las cárceles castristas? ¿Permitirían la transición del comunismo hacia un sistema que garantice la libre expresión de los ciudadanos? ¿Y la realización elecciones libres, democráticas y justas? 

Eso sería lo ideal. Lo que anhelamos la inmensa mayoría de los cubanos. Lo que debería ponerle como premisa el mundo a Cuba. Lo que debería ser. Pero como dicen los españoles: Ni de coña. Eso es lo que responderá, con su requeteconocido discurso demagógico, el despotismo habanero. Tampoco nada nuevo.

Pese a todo está muy bien que Salazar haya lanzado este proyecto, que como ella misma describiera en un video publicado en su cuenta de Twitter, “le dice a cualquier administración, demócrata o republicana, que no puede quitar a Cuba de la lista, hasta que no se porten bien”. Este es el objetivo.

No ha perdido ni un minuto Salazar, lo ha hecho en sus primeras 24 horas en el Congreso, y está clarísimo que su temor es que la nueva Administración (Joe Biden y Kamala Harris) saquen a Cuba de la lista.

¿Lo podrán lograr Salazar y sus colegas? ¿Será posible con una Cámara Baja a favor de los demócratas? ¿Ocurrirá el milagro? Lo dudo. Aunque quisiera que mi pesimismo se equivocara rotundamente. De cualquier modo, eso está por verse. Tal como muchos otros tópicos relacionados con la permisibilidad de impunidad a los regímenes de Cuba, Venezuela y Nicaragua. No perdamos de vista que Biden fue el vicepresidente de Barack Obama. Es imposible que no pensemos en que su política, aunque esta vez como presidente, no difiera mucho de aquellos 8 años.

Esto apenas comienza. O recomienza. Y de lo que no hay dudas –o no debe haberlas pues son hechos– es que, a pesar de innumerables violaciones de derechos humanos, muy a pesar de la gran fábrica de miserias, del crimen como guerra necesaria, del apoyo a terroristas, de su cotidiano terrorismo de Estado y del desastre que a todas luces sufren los cubanos y que el mundo puede al menos contemplar, a flor de piel: Cuba es el más sostenido y preciado experimento hacia el nuevo orden mundial.

Por ello la libertad de Cuba sigue siendo un ideal, un fantasma que baila, más bien se menea, en el mismo limbo. En el drogado limbo de la progresía. He ahí el detalle. El pollo (envenenado) del arroz con pollo.

Pero cuidado, mucho cuidado, que el resto del mundo (así, como lo lees) podría ser su sombra, su cauce o sus antípodas. Y en las consecuencias –aunque pretendamos lo contrario– todos tenemos una irrenunciable responsabilidad. Este es nuestro mundo. Sólo pido que, por favor, no lo olvidemos. Pues la izquierda, al otro lado de la línea roja, nunca lo hace. Y no es por gusto, mi querido Toño.

@LuisLeonelLeon / [email protected]

Cortesía La Gaceta de la Iberosfera


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