La fiesta está en todo su esplendor. La música del tocadiscos (el “picó” como lo llamábamos) en el centro de un mueble largo de madera con dos grandes altavoces empotrados a los lados, suena llenando todos los espacios. Dos señoras muy parecidas entre sí bailan y ríen animadamente, mientras algunos hombres hablan de beisbol, de política y del último chiste de Jaimito. Un grupo de niños corre de un lado a otro y pasa por el medio de la improvisada pista de baile. El olor de las hojas de plátano que envuelven las hallacas sale de la cocina e inunda la sala en un vapor apetitoso que se funde con la fragancia del pino natural que preside el espacio albergando a sus pies un buen número de regalos de diferentes tamaños y formas.  Esta escena se repetía año tras año en la casa de mi abuela en Caracas en la Nochebuena y la Navidad.

La banda sonora de estas pequeñas películas estaba compuesta predominantemente por la música de la orquesta más popular de Venezuela para ese entonces: la Billo’s Caracas Boys, dirigida por Luis María Frómeta, un saxofonista dominicano que había llegado al país dirigiendo la orquesta Santo Domingo Jazz Band, para tocar en el Roof Garden, probablemente el más famoso salón de baile de la capital venezolana para la época. Los dueños del local le cambian el nombre a la orquesta ─sin notificación previa a sus integrantes, ni siquiera a Frómeta─ y la rebautizan como la Billo’s Happy Boys, creando inmediatamente malestar en la capital dominicana que se sintió lógicamente despojada de uno de sus activos musicales al ser desaparecida del nombre de la orquesta. Posteriormente, la orquesta tomaría como definitivo la Billo’s Caracas Boys, incorporando a su nombre el de Caracas, la capital venezolana donde residiría Billo Frómeta hasta el final de sus días.

Quizás por el azar, o de manera premeditada, Billo supo encontrar una fórmula musical que caló ampliamente en el gusto del venezolano. La orquesta contaba con dotación de Big Band, pero musicalmente no se acercaba a ninguna de sus pares de la región, ni siquiera de Venezuela. Para dar un poco de contexto, en Nueva York estaban las orquestas de Frank Grillo “Machito”, Tito Puente y Tito Rodríguez, que se careaban musicalmente en el Palladium. En Puerto Rico, la Orquesta de César Concepción llenaba salones de baile. En Venezuela, las Orquestas de Luis Alfonso Larraín y la de Porfi Jiménez también ofrecían una propuesta musical más interesante y elaborada.

La de Billo no contaba con arreglos sofisticados y su repertorio incorporó entre otros géneros bailables dos que serían claves para ganarse la preferencia del público: el porro colombiano y el pasodoble.  Ahí radicó su éxito, su música era fácil de bailar.

Además, Billo supo ganarse el corazón de los venezolanos componiendo canciones que tocaban la fibra especialmente de los caraqueños, como “Canto a Caracas”:

Es que yo quiero tanto a mi Caracas

Que solo pido a Dios cuando yo muera

En vez de una oración sobre mi tumba

El último compás de alma llanera

O “Epa Isidoro”, dedicada a un famoso cochero de la capital:

Epa Isidoro

Buena broma que me echaste

El día que te marchaste

Sin acordarte de mi serenata

Y por supuesto las canciones dedicadas a uno de los equipos de beisbol más populares del país, el Magallanes:

Magallanes será campeón

Este año les ganará

La gente que va al estadio

Entonan esta canción

(…)

Comemos Tigres,

Comemos Leones,

Comemos Águilas y Tiburones

En nuestras reuniones familiares, el melómano más serio era mi padrino, quien siempre nos guió por el camino de la buena música a sus tres hijos (mis primos), a mi hermano y a mí. Para él la música de la Billo’s era música “gallega”, un término despectivo para describir arreglos deliberadamente simples sin ningún tipo de malicia en su ritmo o armonía. Así lo manifestaba de viva voz cada vez que podía. Mis tías lo escuchaban sin parar de bailar. No había tiempo para debates, sólo para celebrar y pasarla bien, aunque la música, algunas veces más que otras, parecía darle la razón a mi padrino:

Por eso siempre escucharás

Que viva España

Y siempre la recordarás

Que viva España

La gente canta con amor

Que viva España

La vida tiene otro sabor

España es la mejor

Mi padrino no solo nos guió, también creó en nosotros sin proponérselo un grupo de 5 guerrilleros de la salsa, quienes comenzaríamos a amenazar la hegemonía de la Billo’s en el tocadiscos. Así la salsa brava fue poco a poco tomando el control del repertorio navideño en la casa de mi abuela: de “Los Cadetes” pasábamos al “Timbalero” de Willie Colón y Héctor Lavoe. De “Juanita Bonita” a “Falta” de Los Hermanos Lebrón.  De “El Brujo” a “Sin sabor nada” de Eddie Palmieri. Para mediados de los ochenta mi hermano estudiaba en Estados Unidos y la nostalgia lógica por la distancia lo había hecho refugiarse con pasión en la salsa y en la música venezolana. Así que cada vez que regresaba a Venezuela para las navidades, venía con casetes grabados que escuchábamos en su walkman subiendo del aeropuerto de La Guaira a Caracas y con discos de vinyl que solo habíamos visto en fotos. A partir de ese momento y de manera irreversible, la salsa había logrado destronar a la Billo’s en nuestra Navidad.

Coda: Algunos años después tuve la oportunidad de tocar el timbal en la agrupación “Quinoa”, un grupo de gaitas que había surgido en el colegio Santiago de León de Caracas, y que alcanzó el éxito en su categoría. Tocó en la Concha Acústica de Bello Monte, en el Estudio Mata de Coco, en la UCAB, en RCTV y en muchas fiestas privadas. En una oportunidad tocamos en el Club Playa Grande y alternamos nada más y nada menos que con la Billo’s Caracas Boys. ¿Cómo explicarle a mi padrino lo que estaba viendo, escuchando y sintiendo en ese momento? La Billo’s que tocó esa noche era una gran orquesta, con un pulso increíble. Es cierto que sus temas pueden ser simples, pero los músicos que vi esa noche mostraron ser maestros en sus instrumentos. Recuerdo particularmente al baterista, el maestro Alfredo Padilla ─donde las baquetas se hacen astillas─ quien había sido timbalero de Ray Pérez y los Dementes, Perucho Torcat, y fundador junto a Oscar D’León y luego director de la Salsa Mayor. La música, como todas las artes, siempre estará sujeta al gusto personal de cada quien. La Billo’s cuenta con una gran legión de seguidores y por algo será. No en vano son poseedores de un Récord Guinness por el concierto en los carnavales de Santa Cruz de Tenerife en 1987 ante 250.000 personas.


Alejandro “Ale” Marquis, es músico, melómano y productor de contenidos. En su canal de YouTube se ha dedicado a resaltar el legado de los maestros pianistas de la llamada Salsa. Creador junto a Luis M. Guzmán del podcast “Querida Salsa”, disponible en las principales plataformas de difusión.


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