JUAN BARRETO / AFP

Contrariando lo dispuesto por el presidente saliente de Colombia, doctor Iván Duque, el entrante mandatario Gustavo Petro, economista y exguerrillero, detuvo el acto de toma de posesión al mandar a buscar la espada del Libertador, la verdadera, la que usó Simón en batalla.

Podemos elucubrar acerca de las motivaciones que lo indujeron a hacer esa pausa en “tan solemne acto”, pero lo cierto es que lo simbólico supera el mensaje de guerra o belicoso, porque la espada –qué duda cabe- es un arma que bien utilizó Bolívar en campañas de guerra de la independencia.

Por cierto, Petro sabe de piedras, de armas, de secuestros y de extravíos de espadas, especialmente esa misma, la que mandó a buscar para que “adornara” su acto de toma del cargo como nuevo presidente de la hermana república, nuestra vecina y querida Colombia, nuestra vecina que no tiene pensado mudarse.

Que se sepa, nunca antes se había interrumpido un acto de investidura por orden del propio recién nombrado presidente. En el caso que nos ocupa, Gustavo Petro hizo historia el pasado domingo 7 de agosto, cuando, durante su toma de posesión, detuvo la ceremonia y ordenó traer a la Plaza de Bolívar la espada del mismo Libertador.

¿Estaba en la agenda, una improvisación al muy odioso estilo chavista? Vaya usted a saber. Una insolencia, una malcriadez, un arrebato delirante de Petro, porque el nuevo presidente se opuso así a una de las últimas órdenes de su predecesor, Iván Duque, quien había rehusado ceder la espada de Bolívar para la ceremonia alegando motivos de seguridad.

«Como presidente de Colombia, le solicito a la Casa Militar traer la espada de Bolívar. Una orden del mandato popular y de este mandatario», dijo Petro. Y agregó: “Soy un revolucionario que ha llegado al poder por la vía democrática, pero que sigue representando los ideales por los que comenzó su lucha, entre otras cosas, el pensamiento bolivariano”.

No tengo dotes adivinatorias y para Colombia deseo lo mejor ante la llegada al poder del exguerrillero Gustavo Petro. Sus aseveraciones no son más que muestras de insolencia, y desde luego, del que se cree con todo el poder para hacer y deshacer en nombre y representación del pueblo colombiano. Un demagogo más.

Todos los mesiánicos practican esa supuesta identificación del que manda con el pueblo, en realidad falsa. Perón y su Evita, Hitler, Stalin, Noriega, entre muchos otros, y hasta el Fidel Castro de los primeros años, manipuló al y con el pueblo. Hugo Chávez no se quedó atrás.

En el caso de Fidel, ayer su hermano y ahora Díaz-Canel –hace tanto que se le olvidó-, usaron y usan al pueblo para justificar su apego al poder. Siguiendo los pasos del difunto, la usurpación continúa con la perversa manía de manipular las miserias del pobre; compra y venta de sueños y conciencias; la igualdad hacia abajo.

Los mesiánicos, en realidad pillos, manipulan al pueblo para hacerle creer a los incautos esa mentira en procura de su apoyo.  Esa falsa identificación con el pueblo es la mentira para justificarse ante este, y los tiranos comienzan por creérsela ellos mismos.

En la misma ceremonia pudimos observar que el rey no se levantó cuando se mostró la espada del Libertador, y ello encuentra sustento y razón porque la espada de Bolívar no es un símbolo del Estado y su exhibición no formaba parte del protocolo establecido.

Imposible pretender calificar de irrespetuoso al rey en este caso. Improcedente y sin lugar alguno intentar forzar una falta de respeto de Felipe VI que no existe y desconoce la historia real de lo que sucedió en Colombia.

La mayoría de mandatarios asistentes y representantes de diferentes países de Latinoamérica y el mundo se levantaron y aplaudieron ante la llegada del símbolo patrio colombiano a la Plaza de Bolívar. Pero ese no fue el caso del monarca español, quien permaneció sentado.

Permítaseme recordar aquí el hecho según el cual, don Fernando de Peñalver, consejero y sabio mentor de Bolívar, tenía el privilegio de permanecer sentado cuando llegaba el Libertador, mientras todos los otros presentes debían ponerse de pie en señal solemne de respeto a su autoridad.

 


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