Escribo estas líneas en medio de la incertidumbre y la perplejidad, entre el susto y la esperanza. Los días corren y no terminamos de saber cómo tendrán lugar y con qué efectos para la sociedad, las elecciones presidenciales. Algo escribí sobre los comicios en mi anterior artículo, no quiero repetirme, pero sí reiterar la enorme importancia que revisten para superar la casi eterna crisis política que abruma al país.

Las neuronas espejo

Hace algún tiempo supe por primera vez de las llamadas “neuronas espejo”, tema del que posteriormente me enteré un poco más, gracias a la lectura de varios autores dedicados al análisis de la empatía.

Fueron descubiertas en la década de los noventa y constituyen la base biológica que permite a los seres humanos poseer la característica que los hace tales, es decir, su sociabilidad, y como parte de ella, la posibilidad de ver las cosas “desde el punto de vista del otro”, de ahí su nombre.  Son las “neuronas de la empatía”, que contradicen el relato histórico dominante, a través del que se ha explicado la existencia de la especie humana, caracterizándola como egoísta, agresiva y depredadora, por naturaleza.

Así las cosas, su descubrimiento indica que la moralidad echa las raíces en la biología como consecuencia de los procesos evolutivos del cerebro. Los investigadores han abundado en los argumentos para sostener que el origen del comportamiento prosocial, incluidos sentimientos morales como la empatía, anteceden a la evolución de la cultura. Los humanos están «cableados para la empatía».

Esta se entiende como una gama de acciones mentales, sensitivas y emocionales, que ayudan a comprender a los otros, y funcionan gracias a mecanismos naturales y biológicos.

Estas neuronas, señalan los conocedores del asunto, nos otorgan de manera muy relevante la capacidad de relacionarnos con los otros, pues gracias a ellas es como podemos entender o interpretar las acciones de los demás y actuar en respuesta a ello. Sin embargo, afirman, las mismas no incorporan todos los aspectos que se engloban a la empatía, ésta no se reduce a su mecanismo si bien es cierto que representan la base de su funcionamiento, asunto que por supuesto no me siento preparado para explicar.

La empatía es una capacidad con la cual todos nacemos, pero como cualquier otra función del organismo tiene que ser ejercitada para no atrofiarse, es decir, que sólo podrá desarrollarse y perfeccionarse mediante su educación.

Resulta, así pues, que Biología y Neurociencias Cognitivas están poniendo de manifiesto una nueva visión de la naturaleza humana, que gana terreno aunque   es motivo de controversia en ciertos escenarios. Sin embargo, no hay duda de que las emociones constituyen la forma más primaria de relacionarnos con el mundo.

Obama: peor que el déficit fiscal

Lo que está ocurriendo pareciera indicar que se desactivaron las neuronas espejo, no nos alcanzan para ponerse en el lugar del otro, nos sigue dominando el “ellos y el nosotros”

En este sentido, me parece recordar que, a mediados de su primer gobierno, Barack Obama conmocionó a buena parte del mundo cuando en uno de sus discursos afirmó que “el déficit de empatía es un problema político más grave que el déficit fiscal”. Obama lo decía porque le preocupaba la polarización política extrema que veía en su país y el planeta.

Esa frase calza perfectamente para entender la sociedad venezolana. Pudiera decirse que entre nosotros el déficit de empatía se acerca al cuarto de siglo, período durante el que desaparecieron por completo de nuestro vocabulario político palabras como acuerdo, pacto, arreglo, consenso, diálogo, entendimiento, unión, alianza, colaboración, tratado, avenencia, armonía, ceder, convenio, coincidencia, cooperación, reciprocidad, asociación, solidaridad, todas ellas parte de una larga lista que se puede colocar en torno a la idea de la convivencia, asumida como la clave política para llevar a cabo un proceso de transición, una vez sea conocido el resultado de los comicios. En fin, creo que el inventario anterior es suficiente para mostrar el déficit de empatía, a partir del cual nos hemos dividido y polarizado, convirtiéndonos en un país que no es, ni de lejos, un lugar en donde quepamos todos en un ambiente de paz.

Hay que tener en cuenta que no es posible encarar la democracia del siglo XXI con los enfoques de antaño y sin concebir y desarrollar iniciativas comunes, tanto a nivel nacional como global.

«Los líderes relevantes serán aquellos que sean capaces de recuperar la ilusión colectiva», según lo ha señalado el conocido filósofo vasco Daniel Innerarity.


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