El presidente Nicolás Maduro nos cuenta una y otra vez su versión del país, el de ahorita y el del futuro, el que, según él, va viento en popa, a toda velocidad. En un acto de prestidigitación verbal ignora la realidad y extrae de su chistera una nueva versión, llena de luces y esperanza.

El semillero de la patria

Así, con un optimismo que resulta incomprensible para el venezolano de a pie, el pasado domingo, en la conmemoración del Dia del Niño, tuiteó su felicitación expresando que eran “la alegría de nuestros hogares, quienes a diario nos enseñan, con su inocencia y amor, a ser mejores. A ellos dedicamos todo nuestro esfuerzo para garantizarles la Venezuela bella, feliz y próspera que se merecen”.“¡Qué viva el semillero de la patria!”, concluyó replicando a Hugo Chávez, quien a comienzos de su gobierno prometió que los niños de la calle serían transformados en los Niños de la Patria.

En su mensaje pasó por alto por alto al país que somos, dibujado por la pobreza, conforme lo indican diversas investigaciones, tanto nacionales como internacionales (la Organización de la ONU para la Alimentación y la Agricultura, FAO, muestra a Venezuela como el segundo país de Latinoamérica y el Caribe, detrás de Haití, con mayor porcentaje de población en estado de miseria).  Y asimismo soslayo el hecho de que la vida de la mayoría de los chamos transcurre envuelta en tropiezos de toda índole, relacionadas con su salud (mental y física), la desnutrición, el embarazo precoz, la violencia, el trabajo prematuro, la falta de recreación e, incluso, la carencia de cédula de identidad, lo que los vuelve casi invisibles.

Por otro lado, y como resulta fácil de imaginar, las circunstancias anteriores, empeoradas por la pandemia, frenan la inclusión al igual que la oferta escolar. De manera muy breve cabe señalar que en la mayoría de las escuelas existen problemas serios con su infraestructura y con los servicios básicos tales como agua, electricidad y transporte, amén de las fallas en la conexión a Internet, lo que complica la enseñanza a distancia.  Encima de todo lo anterior, lo más grave es la falta de maestros y profesores, dadas las pésimas condiciones en las que estos deben trabajar.

En suma, nos encontramos, pues, ante un paisaje social que estrecha notablemente las posibilidades de los chamos. Trazan la fisonomía de una sociedad azarosa que les pone la vida cuesta arriba y chiquitica, cuando apenas comienza. Viven, pues, en modo sobrevivencia, no es una desmesura indicarlo de esta manera. Han sido despojados de sus derechos básicos establecidos en la Convención Internacional de Derechos del Niño, así como en nuestra Constitución e igualmente en la Ley Orgánica para la Protección del Niño, Niña y Adolescente (Lopnna), cuyas normas denuncian la magnitud de las deudas que el país tiene con ellos.

¿Y el futuro? 

Vivimos tiempos determinados por grandes y variadas transformaciones de toda índole, que ocurren en todas partes e impactan todos los escenarios de la vida social. La Sociedad del Conocimiento es un concepto que se ha vuelto común para describir esta época, caracterizada por una enorme complejidad desde el punto de vista de las múltiples interacciones que están presentes en ella y en la que cada vez hay más acontecimientos imprevistos que irrumpen y que solo en parte podíamos prever, según lo expresan diversos intelectuales dedicados al tema.

Han cambiado los problemas y, por tanto, el tipo de saber que se requiere, añaden. Cualquier reflexión sobre el sentido de la escuela debe tener en cuenta el tipo de conocimiento que exige el mundo contemporáneo. Que prepare para adaptarse a la vida, desde luego, pero también para encarar el futuro.

Digresión sobre los Bricomiles

Durante su alocución del pasado martes, después del Día del Niño, Nicolás Maduro anunció que les encomendaría a las Brigadas Comunitarias Militares (Bricomiles), la tarea de recuperar las escuelas del país. “En cada escuela y liceo debe haber un responsable militar encargado para resolver, arreglar y poner las cosas como deben ser”, decretó.

Aquí entre nos, estimado lector, me parece que, en medio del drama educativo venezolano, esta decisión no es más que un tiro al aire.


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