Foto EFE

Tras más de doce catastróficos meses de pandemia de COVID-19 y un año después de lo previsto, Tokio celebró con éxito los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de 2020 en julio de 2021, aunque sin espectadores. En febrero de 2022 le tocará el turno a Pekín, sede de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno, de nuevo en medio de una ola mundial de COVID-19 causada por la variante ómicron.

Como en tantos otros ámbitos, los últimos años han sido difíciles para los deportes. Pese a las adversidades que han enfrentado, los deportistas (así como las organizaciones deportivas nacionales e internacionales que los apoyan) han demostrado una enorme capacidad de adaptación y resiliencia. El impacto de los Juegos Olímpicos es indiscutible, no solo en términos económicos —puesto que 90% de los ingresos del Comité Olímpico Internacional (COI) se redistribuyen para apoyar a los atletas y organizaciones deportivas de todo el mundo—, sino también por lo que simbolizan. Según la Carta Olímpica, los Juegos representan las cualidades del «cuerpo, la voluntad y el espíritu», las cuales merecen hoy más aprecio que nunca.

La Carta Olímpica también afirma que el objetivo del Olimpismo «es poner siempre el deporte al servicio del desarrollo armónico del ser humano, con el fin de favorecer el establecimiento de una sociedad pacífica y comprometida con el mantenimiento de la dignidad humana». Dicho de otro modo, el Olimpismo reconoce que en nuestro mundo persisten los conflictos y las amenazas a la dignidad humana, y por lo tanto los Juegos Olímpicos no son un mero desfile o espectáculo carentes de significado o de conciencia ante los problemas más acuciantes de la humanidad. Al contrario: a lo largo de la historia, el deporte ha demostrado ser uno de los recursos más eficaces para superar las divisiones entre los pueblos y para reforzar los principios de solidaridad, igualdad y no discriminación.

Por esa razón, los Juegos Olímpicos no deben convertirse en un instrumento político de dirigentes y gobiernos para promover sus agendas nacionales, encubrir abusos o dirimir disputas diplomáticas. Los llamados a boicotear o a instrumentalizar políticamente los Juegos no solo atacan la tribuna equivocada (con frecuencia con resultados escasos y contraproducentes), sino que también menoscaban este acontecimiento global único y la plataforma excepcional que ofrece a los deportistas de países grandes y pequeños.

Los Juegos Olímpicos también son un catalizador de los ODS de la Agenda 2030, los que reconocen el deporte como un «importante facilitador» del desarrollo sostenible. El COI, que ya es una organización neutra en emisiones de carbono, utiliza su influencia también para alentar al Movimiento Olímpico a luchar contra el cambio climático y hacer del deporte un sector más sostenible.A partir de 2030, el COI exigirá que todas las ediciones de los Juegos Olímpicos tengan un impacto positivo en el clima. La igualdad de género es otra prioridad, como se hizo patente en Tokio 2020, en donde 49% de los participantes eran mujeres. París 2024 logrará la plena paridad, que continuará en ediciones sucesivas. Los Juegos también son una plataforma y una oportunidad para personas que se han visto obligadas a abandonar sus países por causa de un conflicto. En los Juegos Olímpicos de Verano de 2016 compitió el primer Equipo Olímpico de Refugiados del COI, una tradición que el Comité prevé mantener en futuras ediciones.

Es un hecho que el mundo está más polarizado y que hay tensiones políticas aumentando en varias regiones. Además, el mundo de hoy es muy diferente al de 2015, cuando Pekín fue elegida sede de los Juegos Olímpicos de Invierno. En este contexto, normalizar el uso de los Juegos como un arma política podría desembocar en interminables enfrentamientos internacionales que terminarían menoscabando sus múltiples beneficios.

En lugar de llevar las disputas geopolíticas al terreno deportivo, los países deberían adoptar la antigua tradición de la Tregua Olímpica y aprovechar los Juegos como una oportunidad para aplacar los conflictos internacionales y deponer las actitudes hostiles. Concretamente, en el caso de los Juegos Olímpicos y Paralímpicos de Invierno Beijing 2022, esta tregua fue adoptada por consenso por todos los 193 Estados miembros de las Naciones Unidas en su 76.ª Asamblea General, en diciembre de 2021.

Nadie, y mucho menos la familia olímpica, debe mostrarse indiferente ante los problemas que sufren las naciones y pueblos del mundo. Estamos convencidos de que ninguna acusación sobre violaciones de derechos humanos y represión debe tomarse a la ligera; por el contrario, es necesario que estas se aborden de manera adecuada y exhaustiva utilizando las herramientas dispuestas para tal fin, como lo son las instancias políticas y diplomáticas y los mecanismos multilaterales.

Por su parte, los Juegos Olímpicos deben continuar cumpliendo su misión de promover cambios que respondan a los desafíos de nuestro tiempo mediante los valores y actitudes que los atletas transmiten al mundo. Preservar y fortalecer los Juegos Olímpicos es una responsabilidad internacional. Debemos proteger la llama olímpica para que siga brillando con fuerza.

 

 


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