Foto: Xinhua

El presidente Nicolás Maduro viajó hasta China para lograr nuevos acuerdos que significan seguir cavando la tumba de la nación. Son endeudamientos que comprometen severamente el aminorado futuro venezolano. El desespero ante la hecatombe que propiciaron hizo que volviera, en genuflexa actitud, a rendirse ante los pies del gigantesco imperio asiático. Fue una improvisada operación política para huir de la nación, mientras todo se hunde producto de la pésima gestión de quien buscar respiro en la lejanía. Esa actitud no causa ningún tipo de sorpresa conociendo el talante acomodaticio de quien desgobierna la nación. Quien llegó al complejo gubernamental de Zhongnanhai es un mandatario con un rechazo descomunal de la ciudadanía venezolana. Con pocas experiencias exitosas que exhibir, además de haber sido un inconsecuente en los pagos con ellos, su posición es extremadamente desventajosa. Esa debilidad es un manjar para la avidez china que anhela terminar de ponerle la mano a nuestros recursos estratégicos. Un mandatario acorralado en la propia salsa de su nulidad no está en capacidad para exigir más allá de las migajas. El viajero de marras, al no tener dotes de estadista, es tratado por funcionarios de cuarto nivel, y solo para darle algún barniz categórico, la fugaz aparición del premier chino Xi Jinping, como un gesto para quien entregó hasta el último aliento a las fauces del nuevo icono del sometimiento universal.

China aprieta el acelerador en la región. La segunda economía mundial sabe invertir fuertemente para ir construyendo una dependencia que les garantice ejercer la preponderancia en el hemisferio. Aplica la misma receta que en África, en donde trabajan diez mil empresas chinas con activos que abarcan 250.000 millones de dólares. Voces del continente han salido al paso a la ingeniosa diplomacia china que busca someterlos ante sus crecientes necesidades. El primer ministro malasio, Mahathir Mohamed, había advertido contra “una nueva forma de colonialismo” antes de cancelar proyectos chinos de infraestructura por 22.000 millones de dólares en su país.

¿Qué puede hacer Venezuela ante esta nueva forma de colonialismo? Con esta dictadura: en realidad, muy poco. Lo que gobiernan la nación son los responsables de haberla quebrado. La mayor fortuna de nuestra historia la dilapidaron en pocos años, haciéndonos una nación hundida en el abismo. Teniendo como parámetro esa realidad incuestionable, no les queda otra que entregarse ante el gran dragón. ¿Cómo les pagaremos? En la mentalidad entreguista del régimen: ofreciéndole a discrecionalidad todas nuestras reservas estratégicas. Comprometiéndolo todo con tal de permanecer en el poder. Que cada reserva nuestra tenga el sello imperial chino no les importa. Según especialistas, Venezuela les debe la tercera parte del producto interno bruto. Semejante terremoto financiero nos hace vasallos. Es por ello que actúan con absoluto desparpajo. Ya hemos visto el desastre ecológico creado por empresas chinas en el estado Bolívar. Son voraces termitas que en la búsqueda de minerales han arrasado con cualquier árbol que se presente. Actúan como los dueños de la nación. Nadie sabe los alcances de los convenios adquiridos -ni los de antes y muchos menos estos- es decir que nuestro futuro está supeditado a Pekín, siendo materialmente imposible cancelar tanta deuda acumulada, el destino de generaciones estará en manos de la ambiciosa China. Solo el cambio de administración teniendo a alguien como María Corina Machado puede hacer posible un viento a favor. Su defensa a los intereses del país será una garantía de lograr que se respete nuestra soberanía. Se acabará el vulgar saqueo chino a nuestras reservas.

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