Nadie sabe con exactitud lo que le espera al pueblo venezolano. Podemos inclinarnos en un sentido u otro, pero no es posible tener certeza de lo que ocurrirá en el futuro. Todo lo que acontezca queda entonces en manos de circunstancias y situaciones que nadie controla de modo absoluto. El tiempo irá registrando los pasos correctos que hayamos dado y, en algún punto, los avances que así tengamos serán determinantes para el cambio de rumbo. Ahora bien, ¿lo anterior implica que podemos cruzar los brazos y observar sentados el drama que venimos confrontando con la “revolución bonita”? La respuesta no puede ser otra diferente a un rotundo “NO”.

Este escritor tiene sus sueños. En ellos veo con particular nitidez a una nación que regresa a la normalidad y que, como consecuencia de ello, generará el retorno de un significativo número de nuestros emigrantes. La razón es obvia, Venezuela es un país realmente hermoso que tiene además una mezcla cultural inigualable, gracias a una población de migrantes de muchas partes del mundo que embellece y refuerza  nuestro gentilicio. Adicional a lo anterior, tenemos que el nivel de preparación de un importante número de nuestros jóvenes (y no tan jóvenes), es de muy buen nivel. Lo que acá hemos señalado no es nada exagerado.

Creo que la ocasión me abre espacio para aludir a esa manera de ser de los venezolanos que sorprende y agrada a muchos extranjeros. En mis viajes de trabajo por diversos lugares del mundo pude conocer la opinión de visitantes a nuestro país que no paraban de ponderar  la belleza de nuestra Tierra de Gracia y de nuestras mujeres, así como la amplitud de los venezolanos al recibirlos con especial cariño y familiaridad en sus casas, algo que no se veía en sus respectivas naciones de origen. Esa es una manera de ser y comportarse única que no encontramos en otros países del Mundo.

En mi caso personal, que me tocó viajar por el ancho mundo en razón de mi trabajo y que sigo residiendo acá en Venezuela, pongo de relieve que no cambio mi país por ningún otro del planeta, aunque me ofrezcan villas y castillos. Las razones de lo anterior están más que justificadas: un viaje a Nueva Esparta es una experiencia única; recorrer el estado Bolívar después de atravesar el Puente de Angostura en pleno atardecer, es inigualable; un recorrido por San Cristóbal, Tovar, Mérida, Mucuchies y Trujillo es una real delicia; visitar Maracaibo con su calor insoportable en las calles, frío intenso en sus restaurantes y adentrarse luego en su lago, bajando hasta Bobures, bien vale la pena; Coro es una ciudad que hay que caminar de arriba abajo, a pesar del calor; Puerto Cabello, Valencia, Maracay y San Juan de los Morros esperan con ansiedad a sus visitantes; la zona playera de Oriente (Puerto La Cruz, Cumaná, Río Caribe y Güiria) es una bendición de los dioses; finalmente Caracas, donde he residido la mayor parte de mi vida, es una ciudad emblemática, con un clima sin igual, a la que hay que hurgar en sus infinitos rincones pero sin dejar de subir a su majestuoso cerro Ávila.

Lo acá tratado es un tema al que hay que volver de vez en cuando; la razón es más que obvia: la esencia nunca debe olvidarse, ella constituye la naturaleza de las cosas, lo permanente e invariable de ellas. Concluyo entonces mi artículo de hoy resaltando mi firme convicción de que lo bueno y extraordinario llegará. En eso no albergo duda alguna. Aquí seguiremos nuestra lucha, hagan lo hagan los que se centran en destruir al país y enriquecerse en medio de la oscuridad.


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