Hoy más que nunca debemos reafirmar nuestra indeclinable determinación de proseguir con el esfuerzo de liberar a nuestro país. Nada debe sacarnos de esa senda, en la que han quedado sembrados muchos de nuestros mártires en cuyo honor se hace imperiosa la obligación de proseguir con renovados bríos, en el propósito de lograr el cese de la usurpación. Esta nueva traición no es sino un diapasón que debe alertarnos de los acechos del enemigo, cada día más artero en sus despropósitos.

Veamos este capítulo como la oportunidad de limpiar las aguas a donde somos convocados para beber en el mismo jilguero los venezolanos comprometidos con las ideas de libertad y de justicia. Es hora de limpiar el pozo para que quede purificado, sin secuelas del veneno que infiltran en sus corrientes los que se prestan a las mañas de la traición. Esa que era castigada en la Ley Inglesa con ejecuciones conocidas como «hanged, drawn and quartered o quemado en la hoguera o decapitado, sanciones que fueron suprimidas en los tiempos de los años 1814, 1790 y 1973″.

En nuestro ámbito, el Libertador Simón Bolívar experimentó en carne propia ese sentimiento tan aborrecible, cuando en más de una oportunidad fue traicionado. Lo vivió siendo un adolescente, presenciando el juicio contra su maestro Simón Rodríguez, defendido por el abogado Miguel José Sanz, de las acusaciones que lo relacionaban con los planes de Gual y España. Lo habían delatado como parte de esa intrépida conspiración. A nuestro precursor, el generalísimo Francisco de Miranda, lo juzgaron en Francia gracias a una red de intrigas que sirvieron para señalarlo como desertor y cobarde. En el curso de la historia siguió sus luchas y en esta hora bien sabemos de su coraje y entereza.

El Libertador Simón Bolívar escarmentó los efectos de la traición, cuando Francisco Vinoni, segundo al mando del Fuerte de Puerto cabello, en descarado acto de traición, liberó a todos los prisioneros españoles de las mazmorras, izó la bandera de España, reclamó el fuerte para el rey Fernando VII y amenazó con abrir fuego sobre la plaza, si Bolívar no se rendía. Bolívar jamás declino en la idea de hacer realidad sus sueños, tanto fue su terquedad que logró pasar el Páramo de Pisba, y luego liderar las batallas de Pantano de Vargas y la de Boyacá, en la que cayó prisionero el traidor Vinoni que terminó siendo fusilado de inmediato.

Luego Bolívar tuvo que sortear sus desencuentros con Piar, una vez éste rebelado, al que salió a perseguir el mismísimo Bermúdez, muy satisfecho de ese encargo porque siempre había responsabilizado a Manuel Piar de la muerte de su propio hermano. Desde luego, la irreverencia de Piar no atendía a negocios deleznables.

“William Shakespeare, en su inmortal obra El Rey Lear (1600), nos presenta la escena en la que el rey se percata de que su hija Regan le ha deshonrado. En el libro de Dante Alighieri, el noveno circulo más bajo del infierno está reservado para los traidores. Judas Iscariote, quien traicionó a Jesús de Nazaret, padece los más dolorosos tormentos de todos, es constantemente roido por una de las tres bocas de Lucifer”. Su nombre quedó tatuado en la memoria de la posteridad como símbolo de la traición, por eso para hablar de un traidor basta mentarlo como un Judas. De ahí viene el significado de «entregar», como se prestan estos judas de nuevo cuño a ceder las riendas del CNE en las manos de la más sanguinaria tiranía que haya conocido Venezuela.

Nuestros viejos líderes, esos que padecieron los rigores de la tortura en Guasina y Sacupana, nos recreaban con sus anécdotas en las que no faltaban los descoloridos rostros de los traidores y cobardes. Más de una vez José Agustín Catalá nos relataba esos cuentos que terminaron siendo la horca, el fusilamiento o, dicho de otra manera, el mayor castigo para los traidores: ser recordados por la traición de sus actos. Esos que delataron a mujeres y hombres, en tratativas con Pedro Estrada o Miguel Silvio Sanz. De boca de Carlos Andrés Pérez me enteré de las infiltraciones que Rómulo Betancourt había detectado para de inmediato proceder a extirpar esos forúnculos.

La traición no me sorprende, desde luego me produce mucha indignación y asco. Ya he confesado que resulta muy odioso apelar al consabido «yo lo dije». De las andanzas de los infiltrados hemos dicho lo que se tenía que advertir oportunamente. Esas piezas las utiliza el régimen para descubrir nuestra estrategia y lograr desacuerdos y desviaciones en la llamada unidad. Por eso no ha terminado de caer la tiranía.

Es hora de hacer la limpieza, por aquello de que «no hay mal que bien no traiga», saquemos beneficios de este penoso capítulo. Sigamos adelante, con firmeza y determinación, como dice el periodista Norbei Marín: ¡Hasta que caiga la tiranía!

@alcaldeledezma


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