La visión de un documental de Netflix, Dilema social, sobre las redes que han entrado en nuestros más íntimos recintos existenciales, esencialmente veraz aunque se puede preguntar hasta qué punto, nos plantea en boca de altos gerentes y notorios inventores de la propia industria, resultados apocalípticos para toda la especie. Nos sacan todos los contenidos del alma para convertirlos, adicción patológica mediante, en algoritmos que no pueden sino manejarnos como pequeños animalejos a su antojo. Las conclusiones pueden ser aterrantes: fin de la libertad y la razón, de la verdad que esas facultades producen, así de simple. Y el modelo de negocio está tan esencialmente instalado en los mecanismos societarios y en nuestros espíritus cada vez más solipcistas y condicionados que solo milagrosamente, colectivamente, ¿revolucionariamente?, se podría superar. Ha tenido gran difusión y debate porque ya es ineludible. ¿Ha visto a Jaimito y su telefonito?, ¿Y al papá y la mamá  y al abuelo de Jaimito? Al menos concluyamos que es una amenaza seria. Mi objeción es que no es tan nueva: ya ese patriarca del conductismo, Skinner, había dicho que el hombre “es un ratón algo más complicado”. Y los medios tradicionales y la publicidad desde hace mucho penetran esencialmente nuestros destinos. Pero bueno eso no le resta su proyección exponencial.

Del cambio climático poco hay que decir no solo porque tanto se dice, sino porque lo vivimos, lo sufrimos crecientemente. Los huracanes multiplicados, las sequias inclementes, el mar que devora la tierra, los incendios descomunales, la alarmante disminución de la biodiversidad, la contaminación que enferma y mata, los polos que se deshacen, el calor que crece sin cese y los presagios de que no alcanzaremos los mínimos necesarios para que nuestro mundo, nuestro humilde planeta, no termine pronto siendo invivible. Aquí siempre hay que recordar a la bestia de Donald Trump, pero también a otros muchos que no hacen lo que tienen que hacer, ¿no es así Greta?.

Y en lo político y lo social no podemos sino esperar desastres, después de ese suceso imprevisible que es la pandemia viral que nos encierra y destroza decenios de logros productivos y no solo cuenta en decenas de millones sus víctimas y en millones sus muertos, sino que producirá una hecatombe económica cuya recuperación será lenta y dolorosa, además de lo que necesitaremos de energía psíquica para salir del enclaustramiento y reinventar la vida de todos los días. No digamos lo que pasará en los países del tercer mundo que ya eran países de altos guarismos de pobreza. Carajo, la cantidad enorme de dinero que cuesta ser pobre, decía César Vallejo. Pero no solo es el virus criminal que nos enviaron los dioses, ya el planeta entero, ricos y pobres, con escasas excepciones, exhibía un inmenso malestar. Sin líderes o con líderes como Trump o Bolsonaro o Putin o los neofascistas  ya en el poder o creciendo y creciendo. Y los populistas mintiendo, robando, disfrazados de cualquier manera, mamarrachos y delincuentes. Y las calles incendiándose de ira y de fuego, hasta la sabia y prudente Francia o la modélica Chile. La desigualdad creciente parece haber sustituido a la pobreza como fuente del descontento generalizado, al menos en los países más avanzados. Y, por lo demás, ésta sigue existiendo en centenares de millones en su forma más extrema y cruel, que ahora se multiplicarán sin lugar a dudas. El comunismo murió, pública y notoriamente, el capitalismo liberal no ha sido la solución como indica el deplorable estado de la especie.

¿Qué diremos de Venezuela que ya era un hoyo que no hacía sino crecer y llenarse de podredumbre antes de la catástrofe viral? ¿Qué terminaremos por ser, un irreparable despojo de una banda de trúhanes y un pueblo que no alcanzó a tener una respuesta para salvar sus vidas?. Es probable, somos de las grandes alarmas del planeta.

La noche será larga e impenetrable, el futuro un muro, aquí y allá. Solo queda recordar que siempre ha amanecido, hasta ahora diría un empirista.

Centinela, ¿qué hora es de la noche? es un verso de Ernesto Cardenal y una angustia de todos.

 


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