“Conoce a tu enemigo y conócete a ti mismo y librarás cien batallas victoriosas”

Sun Tzu, El arte de la guerra.

Si el bienestar de la población es criterio, la gestión de Maduro ha resultado un total contrasentido. Más todavía cuando, después de arruinar nuestras vidas, ¡pretende hacer creer que lo hemos reelegido!

Parece que el chavo-madurismo se hubiera propuesto, deliberadamente, hacer todo lo contrario de lo que se requiere para mejorar la situación de los venezolanos. Insólitamente, esta aseveración no está tan alejada de la verdad. Al desmantelar las instituciones democráticas y aquellas que promueven una economía de mercado funcional, supuestamente para hacer su “revolución”, las reemplazaron por mecanismos discrecionales, cada vez más personales y arbitrarios, para asignar los recursos de la nación y aprovecharse de ellos. Bajo banderas de “justicia social” fue privando en la toma de decisiones del gobierno, no la experticia o la vocación de servicio, sino la lealtad con quienes comandan el poder y la obsecuencia para con su violación del Estado de Derecho. Degeneró en un Estado Patrimonialista, fundamento del régimen de expoliación en que se convirtió el proyecto “bolivariano”. Atrincherada en sus nodos decisorios, una nueva oligarquía, militar – civil se apoderó del país, acumulando enormes fortunas. Hoy está interesada, obviamente, en continuar disfrutando de sus privilegios.

Sería temerario afirmar que, desde el inicio, el chavismo se propuso acabar con el país. Pero al haber mantenido, adrede, sus funestas políticas, es como si así lo fuera: destrucción de la economía y de la industria petrolera en particular; represión cruel de libertades civiles y políticas; aislamiento internacional; saqueo de los recursos de la nación en asociación con agentes extranjeros; y pare usted de contar.

Al iniciarse un proceso de negociación que abriga esperanzas sobre la posibilidad de superar la tragedia actual, entender las motivaciones del régimen debe ayudar a calibrar sus alcances y limitaciones. Resalta claramente que, entre aquellas, no está el bienestar de sus compatriotas. Su preocupación, casi exclusiva, es cómo conservar el poder. Y, como hemos venido argumentando, sólo se sostiene por, 1) la complicidad de militares corruptos y traidores, como de otros medios de violencia, incluyendo el aparato judicial; 2) algún apoyo externo que le suple necesidades vitales; y 3) una narrativa maniquea, capaz de blindar y absolver sus desmanes a los ojos de sus partidarios.

Este diagnóstico debe indicarnos qué teclas tocar para avanzar en la salida de la dictadura. Se esperaría que la negociación recién instalada entre personeros suyos y de la oposición democrática, abriese espacios y oportunidades para que la voluntad popular se expresara de forma clara y libre en tal sentido. Ello requiere que la oligarquía acepte respetar el ordenamiento constitucional y acuerde la realización de elecciones presidenciales y legislativas creíbles, con las necesarias garantías, sin coacción y con supervisión internacional. Sabemos que, en absoluto, está entre sus prioridades. Éstas se centran en lograr el levantamiento de las sanciones. Así extendería su existencia parasitaria más allá, contando con los recursos liberados. Lograr los resultados deseados implica, por tanto, crear condiciones que debiliten la posición negociadora de la dictadura, a la par que fortalezcan las de las fuerzas democráticas. Supone minar los pilares que sostienen al régimen, mencionados arriba, para que sus personeros se convenzan de que su mejor opción es aceptar alguna fórmula de transición a la democracia.

Es imprescindible resquebrajar el sostén militar de la dictadura. Esto no significa necesariamente un golpe que desaloje al fascismo del poder. Pero si lograr que, dentro de los cuerpos castrenses, existan suficientes militares proclives a respetar el orden constitucional y dispuestos a sustraerle su apoyo. Pero en absoluto correrán el riesgo de manifestarse en tal sentido si no vislumbran una alternativa seria de poder, dispuesta y capacitada para llenar el vacío que dejaría la implosión de la dictadura, que los ampare. Asimismo, la credibilidad en los mecanismos de justicia transicional que se propongan para facilitar esa decisión depende de que perciban que las fuerzas democráticas cuentan con la fuerza, las políticas y el apoyo requerido para consolidar con éxito su conducción del Estado.

Lo mismo puede afirmarse respecto al apoyo internacional que sostiene a la dictadura. La mayoría de los países involucrados no tendrían por qué anotarse con Maduro si contase con las seguridades de que habrán de entenderse con un gobierno democrático afianzado, con amplio apoyo interno y externo, que respetará sus intereses, conforme a nuestro ordenamiento legal. Cuba, muy probablemente, sería diferente. Pero, ante el colapso que sus camaradas causaron a la economía venezolana, ya ese sostén de recursos desapareció. Ahora bien, esta nueva vulnerabilidad podría facilitar cambios en la isla si las democracias occidentales están dispuestas a ofrecer a cambio, alguna ayuda. ¿Wishful thinking?

Finalmente, el blindaje ideológico del fascismo procura, precisamente, impedir fisuras en el apoyo al régimen como las mencionadas. Aunque suena iluso pretender que fanáticos de una secta abran sus ojos y cambien de parecer, si puede reducirse su influencia sobre el resto de la población. Claro está, para ello se han valido del control de las palancas del Estado. Pero, nuevamente, proyectando como opción un proyecto democrático con planes creíbles, tanto a nivel nacional, sectorial o local –para eso está el Plan País–, con apoyo mayoritario, instituciones que restablezcan la confianza en Venezuela y la disposición manifiesta de actores internacionales, incluyendo a la banca multilateral, de contribuir con ello, las fuerzas democráticas tienen con qué ganar las simpatías de los aún indecisos.

Lamentablemente, una visión izquierdosa primitiva en sectores políticos y académicos de algunos países occidentales todavía cobija a regímenes proto-totalitarios como el venezolano. Continuar desnudando su naturaleza, con datos y testimonios sobre la miseria, la violación de los derechos humanos y los latrocinios de las mafias que controlan el poder, sigue siendo imprescindible para evitar que esta izquierda logre minar el apoyo de sus respectivos países a una transición democrática en Venezuela.

Debemos reconocer que las fuerzas opositoras, divididas como están, han perdido la confianza de buena parte de la población. Así lo señalan varias encuestas. Recuperar la unidad de propósitos, expresadas en posturas conjuntas ante los problemas nacionales y locales, es, por ende, un desiderátum. Para ello, no deben desaprovecharse las venideras elecciones, no obstante sus notorias limitaciones. Pero, contando ahora con que algunos países democráticos estarán pendientes, ofrecen oportunidades para que los liderazgos regionales que van emergiendo afiancen su relación con sus respectivas poblaciones y logren conectar los problemas locales, como el colapso de los servicios, la inseguridad y otras penurias, con la reactivación de esa opción política nacional a la que hemos estado haciendo referencias y, a la vez, denuncien las arbitrariedades y abusos del poder. Es improbable, dadas las circunstancias de las que se parte, que salgamos victoriosos en esa contienda. Pero no debe dejarse pasar esta oportunidad de compenetrarse con el sentir de la gente a lo largo del territorio y ganarse su confianza. Pueden ser, además, un trampolín importante para preparar el adelanto de elecciones presidenciales, sin descartar el referendo revocatorio que, en el calendario de Maduro, puede plantearse a partir del próximo año.

Algunos gritarán que participar en estas elecciones “legitimaría” el poder de facto. Traicionaría, por tanto, las aspiraciones democráticas de los venezolanos. No estoy de acuerdo. Mucho más importante, a mi entender, –aunque moleste a muchos decirlo–, es la legitimidad política de las fuerzas democráticas como opción real de poder. Pocos, de este lado de la contienda dudarían de que tenemos la legitimidad moral y muchos señalarán nuestra legitimidad histórica. ¿Pero hemos recuperado la legitimidad política que se alcanzó en las elecciones de 2015 –ascendencia, confianza en el liderazgo y disposición de lucha— para forzar a personeros de la dictadura a aceptar una transición a la democracia?

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