Estamos como aletargados, dormidos, desorientados. Uno se pregunta: ¿qué hacer ante un panorama así? Y la respuesta brota inmediatamente: cada uno que haga lo mejor que pueda hacer. Por sí mismo, por los demás, por sus seres queridos, por los amigos. Hay que asociarse y presionar, pero no habrá fuerza si antes estamos débiles en eso que debemos hacer: en eso que nos toca hacer.

Cada uno en su trabajo, en su familia, en sus estudios, en lo que trae entre manos, puede hacer mucho por el país si hace bien eso que hace. No es fácil porque la vida cotidiana está difícil, pero la esperanza puede nacer justo en aquello que no se tiene. Espero lo que no tengo; espero porque algo falta y yo deseo tenerlo. Espero la promesa de un mejor mañana, de un día iluminado.

Todo lo que vivimos debería ayudarnos a mejorar, a surcar sendas más profundas en las que encontrar respuestas más sabias. Podemos aprender de lo vivido, de lo que nos hace sufrir, del dolor. Definitivamente nos está tocando aprender cómo superar situaciones duras y se entiende que muchos deseen emigrar; que los jóvenes, nuestra esperanza, deseen irse en búsqueda de nuevos derroteros. Pero los que aquí estamos y pensamos permanecer en el país tenemos que buscar razones cada vez más profundas para seguir luchando. Una amiga de la infancia que vive en Panamá me dijo el otro día que los que están en Venezuela están automotivados: tienen una motivación por la que quedarse.

Yo he visto cómo la motivación de algunos es ayudar a los demás. Me he encontrado con varios así. Y es que ayudar al prójimo da una alegría inmensa, porque lo saca a uno de sí mismo para centrarse en otros y así se experimenta el don de dar, el don del amor. Hay unos cuantos enseñando oficios a personas a las que les falta capacitación; hay otros que brindan gratuitamente ayuda psicológica en un país que genera mucha angustia y ansiedad, depresión y tristeza a muchos venezolanos. Cada uno que haga lo que pueda lo mejor que pueda. Porque es como una cadena: si impacto en mi ambiente, ayudo a muchos a impactar en sus ambientes. Una sonrisa a quien sufre, un estímulo al triste, una palmada de aprecio a tiempo es también parte de ese hacer bien lo que nos toca hacer.

Cada uno es instrumento que puede ayudar a otros y en este clima de desesperanza, podemos ser un rayo de luz para alguien. La esperanza se desarrolla poco a poco; va como corriendo la voz de boca en boca cuando escuchamos a alguien, cuando llamamos a quien vive solo, cuando lo visitamos, cuando preguntamos por su familia a un conocido. Una vez, por cierto, una cajera me dijo acerca de la señora que pagó antes que yo: “Esa señora siempre está así, feliz”. Lo dijo con añoranza, con admiración, pero también como recordando que se nos puede olvidar sonreír y apreciar lo bueno que tenemos.

Hacer bien lo que tenemos entre manos es primordial. Eso nos hará apreciar lo bueno de la vida, lo bueno de nuestro entorno, lo bueno en nuestros seres queridos, lo bueno en nuestras manos.


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