Comienza un nuevo año en Venezuela, un país que tiene 6 años seguidos sufriendo disminuciones en su producto interno bruto, con una hiperinflación de las más largas y elevadas del planeta, con una diáspora que pronto superará la padecida por países en guerra y en medio de un conflicto político que no termina de resolverse. Para remate, es un país con fuertes sanciones económicas y en default de su deuda externa.

En este contexto, la pobreza ha aumentado notablemente. La capacidad adquisitiva del venezolano se ha desplomado y cada día más venezolanos dependen de las transferencias del gobierno.

Por lo largo de la crisis y la desesperanza ante la bajísima probabilidad de un cambio político en el corto–mediano plazo, es entendible que algunos vean recuperación económica en algunos nuevos comercios de productos importados, en una Navidad muy diferente (con más movimiento) a la de años anteriores y con una elevada dolarización transaccional (algo normal que aparece en los países que han tenido hiperinflación).

No obstante, es muy temprano para asegurar que hay un cambio de tendencia en el comportamiento de la actividad económica. Es difícil hablar de recuperación de la economía venezolana, los problemas acumulados en los años anteriores se mantienen, no han sido resueltos y la confrontación política (que debería resolverse en unas elecciones competitivas) pareciera que cada día se exacerba.

Venezuela va encaminada a su séptimo año en recesión económica (ya hemos perdido casi dos tercios del PIB real) y si bien es cierto que muy posiblemente se acabe la hiperinflación, entraríamos en un fenómeno de inflación alta y persistente, la cual es muy complicada de acabar.

Por otra parte, tenemos el petro, el “utility” del gobierno. Nació como criptomoneda, luego mutó a unidad de cuenta, después a una especie de título de valor y hoy todo indica que la están preparando para entrar al juego como sustituto del bolívar (aunque a veces se parezca mucho al famoso CUC cubano, moneda convertible).

Lo cierto es que es la “sábila” del gobierno, sirve para todo, tiene supuestas propiedades mágicas, pero pretender que por sí solo cure la terrible enfermedad que tiene nuestra economía, es ser demasiado ingenuo. A todo esto, hay que agregarle que su partida de nacimiento no se cumple y su valor luce más un capricho de quien la quiere imponer en el sistema económico venezolano.

El petro, como moneda, está floreciendo con los mismos problemas del bolívar: una terrible falta de confianza. A simple vista, 2020 luce mejor que los espantosos 2018 y 2019, pero seguiremos teniendo el entorno macroeconómico más negativo de todo el planeta.


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