PETRO

En alguna columna anterior dentro de estas mismas páginas nos hacíamos la reflexión -y a la vez la pregunta- en el sentido de que las democracias liberales, hasta hace poco mayoría continental, algo estarían haciendo mal siendo que en este último lustro los gobiernos que las practican han sido desplazados del poder y -lo que es peor- casi siempre a través de elecciones y -mucho peor aún- elecciones libres y legítimas. Aclaramos que el adjetivo “liberal” en estos casos no es sinónimo de una particular visión económica sino equivalente al respeto de las libertades. El más reciente ejemplo es el triunfo de Gustavo Petro en pulcras elecciones de primera y segunda vuelta.

Hay que ser conscientes de que en esa segunda vuelta, en la que el hoy electo se impuso por un escaso 5%, el escenario electoral era “todos unidos contra Petro”, lo cual da pie a la especulación de que la oferta electoral solo permitía elegir entre el mal menor siendo la otra alternativa -la de Hernández- la de un “outsider”, con apenas una oferta difusa preñada de populismo, y la muy atractiva y casi única promesa de luchar contra la corrupción instalada ya como elemento existencial en Colombia y en buena parte del planeta. Aun así se impuso Petro, a quien -en forma demasiado simplificada aunque tal vez no equivocada- se califica como una versión, un poco menos chabacana, del difunto Zeus venezolano.

Hay quienes dicen que los pueblos, cuando los dejan expresarse, no se equivocan. La otra versión es que sí se pueden equivocar engañados por el espejismo de  promesas concebidas como campañas de moderno mercadeo asesoradas por expertos. Aun si por un momento pudiéramos aceptar esta última visión, resulta difícil afirmar que en México, Venezuela, Perú, Brasil, Argentina, Chile, Honduras, El Salvador, y hasta en la última elección legislativa de Francia este pasado domingo, los pueblos puedan equivocarse tanto y tan feo. Por eso es que estimamos lícito preguntarnos qué es lo que las democracias liberales han hecho mal aparte del cíclico cambio pendular de las opciones políticas.

En Colombia, igual que en Venezuela, el andamiaje del estamento político se fue deteriorando de tal manera que el descreimiento y la falta de confianza ciudadana en esas estructuras actuó como un látigo apropiado para castigar y pasar factura al estamento en su conjunto dando pie a la encarnación de una alternativa desconocida pero iconoclasta. En Venezuela no fueron solo los pobres y los postergados quienes entronizaron a Chávez. Buena parte de la clase media vio en él al caudillo que en su condición de militar y discurso incendiario parecía que iba a enderezar el entuerto heredado de una clase política irremediablemente desgastada, corrupta, ajena a los problemas del país, etc. El resultado lo conocemos.

En Colombia la realidad -con sus ajustes vernáculos- no parece ser diferente. La pobreza y la desigualdad (muy superiores a las que tenía Venezuela) han dado pie a más de medio siglo de singular violencia armada, han mantenido postergada a una importante porción de la población, han permitido el florecimiento del narcotráfico y la corrupción a niveles insospechados, etc. En ese caldo de cultivo no es de extrañar que más de la mitad de los electores hayan apostado por un cambio. La cuestión es ver qué clase de cambio van a tener. Parece que la lección de Venezuela no ha sido tomada en cuenta, parece que los valores que sustentaron el voto juvenil que aupó a Petro no se conectan con el status quo. El cuadro de 2 millones de venezolanos absorbidos con extremo sacrificio por una sociedad pobre pero generosa no parece haber pesado lo suficiente como para decantarse por ofertas más razonables, aunque menos atractivas en su presentación.

Aun así, cuando las cartas ya están echadas, no deja de hacerse presente el oportunismo del Partido Liberal cuyo jefe, el expresidente César Gaviria, hasta hoy respetado por quien esto escribe, anuncia que su grupo legislativo acompañará al señor Petro proporcionándole una sólida mayoría legislativa que le permitirá -por lo menos hasta que se peleen- adelantar su programa de gobierno que -tal como está expresado en discursos y entrevistas – no es malo, pero ya sabemos cómo aquellas moderaciones transmutan en variaciones virales letales como el covid.

La noche del triunfo Petro se expresó ante sus seguidores con cierta mesura. Reconoció que los resultados presentan la existencia de dos Colombia y ofreció su compromiso de convertirla en una sola. Este columnista recuerda vívidamente la noche en que Chávez resultó electo en diciembre de 1998 y dirigió su discurso de triunfo desde la sede del Ateneo de Caracas. La moderación y convincente tono de su engañosa oratoria tranquilizó a muchos, incluyendo al suscrito quien -en demostración de tonto candor- se pronunció por aquello de “wait and see” (ver para creer al menos por un  tiempo).

¿Qué le depara Petro a Colombia? Puede ser que se dé cuenta de que una es la visión desde adentro del Palacio de Nariño, muy distinta a la de quienes protestan en la plaza afuera. Así fue Alan García (2), Lula, Ollanta Humala, Menem, etc., y así parece que lo pudieran estar empezando a entender Boric y, algo menos, Castillo. La otra vertiente es que transmute en un Chávez, un Ortega, un Putin o un Díaz-Canel, que enceguecido por la inflexibilidad ideológica desmonte las instituciones, llame a alguna constituyente, gobierne en forma asamblearia constante, destruya el aparato productivo, coarte las libertades democráticas que hoy -con duro esfuerzo- ofrece Colombia y a la vuelta de pocos meses -cuando ya el desastre esté consumado- los colombianos se vean reflejados en el espejo de Venezuela.

Mientras tanto Nicolás, ajeno por completo al principio de la no injerencia que tanto predica, tiene la desvergüenza de atizar explícitamente a los militares colombianos, hasta ahora pulcros constitucionalistas, ¡para que sigan el “glorioso ejemplo” de sus vecinos! En Venezuela aquella utopía de la unión cívico-militar parecía un chiste. Hoy no solo no es chiste sino que sus términos se han trastocado y son los militares quienes avergüenzan al colectivo nacional, al menos “por ahora”, como dijo el eterno aquel fatídico 4 de febrero de 1992. Los militares colombianos parecen ser un poco mejores, al menos hasta hoy.

Pero… como dicen los chamos : “Ustedes  lo votaron, ahora se la calan”.

@apsalgueiro1

 


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