El comunismo es un sueño. Un sueño que antes fue utopía; después, en la práctica, una pesadilla para cientos de millones de personas; y, ahora, una ilusión para unos y una tiniebla para otros. Y una amenaza existencial para Estados Unidos (China, con su particular versión), tal y como siempre fue. Un sueño, en todo caso, que Karl Marx (y Friedrich Engels) convirtió en ciencia tras las ensoñaciones utópicas de escritores como Saint-Simon, Owen o Fourier. Un sueño (y mal sueño) vívido en lugares tan dispares como la Unión Soviética, Corea del Norte, Congo o Cuba. Un sueño que, quizás, jamás tuvo la más mínima oportunidad (el potencial norteamericano tras la Segunda Guerra Mundial quizá le situó en una posición tan dominante que impidió cualquier desarrollo económico, político o social alternativo), lo que todavía no sabemos a ciencia cierta es el por qué (naturaleza humana, condiciones adversas, defectuosa implementación, etc.). Pero un sueño que, finalmente, conviene recordar para no olvidar sus horrores. Aunque solo sea porque sigue vigente en las mentes de algunos y porque pretende liderar un nuevo orden internacional (China, como ya hemos comentado, con un socialismo muy a su manera).

El sueño surgió en las entrañas de la pobreza, la desesperación y el hambre; la explotación y la miseria más absoluta; la sumisión llevada al extremo y a la obscenidad. Porque solo sueñan con la libertad aquellos que no la poseen. Los Romanov y el pueblo ruso son, no cabe duda, un ejemplo de ello. En general, podemos afirmar que el motor de los movimientos socialistas o comunistas surgió de la desigualdad y el clasismo: las sociedades profundamente desiguales y clases sociales rígidamente compartimentadas del siglo XIX. Los pobres sabían que eran pobres, que sus posibilidades de dejar de ser pobres eran casi inexistentes y que sus hijos serían igualmente pobres. Y lo peor, con todo, ni siquiera era su pobreza. Pobres, sea como fuera, que, hasta la industrialización, estaban lo suficientemente aislados como para no representar un problema, pero que, de la noche a la mañana, comenzaron a concentrarse en las fábricas y en barriadas insalubres. Sujetos del inframundo que, de súbito, se encontraron unos a otros. Encontraron la conciencia de clase.

El comunismo no es socialismo, aunque lo parezca

El comunismo es, por tanto, muchas cosas, pero, en puridad, al menos en teoría, no es socialismo, pues este no deja de ser una fase previa de preparación social para la llegada del comunismo. Y quizás se encuentre aquí el defecto del asunto, en la errónea aplicación teórica de este sueño, que requería de una etapa de preparación que jamás se implementó. O quizás no, quizás sencillamente se trate de un imposible, de un modelo inviable.

En cualesquiera de los casos, lo cierto es que el socialismo práctico, el del día a día, parece encontrarse muy lejos de ser una etapa de preparación para la llegada del comunismo. Basta con pensar en Alemania, Francia, Suecia o España y en si, efectivamente, más allá de gustos personales, el SPD, el Partido Socialista, el Partido Socialdemócrata Sueco o el PSOE son unos partidos cuyo fin es la preparación de la llegada de un estadio comunista superior. No lo parece; y no será por los años que han estado en el poder desde 1945. No, obviamente, no: la socialdemocracia europea moderna no aparenta ser un estadio y, en sí misma, tiene demasiados elementos que la diferencian no solo del comunismo, sino del propio socialismo.

El aumento de la desigualdad, clave en un posible resurgir

Es más o menos aceptado que a mayor desigualdad, mayor aumento de la polarización y mayor facilidad para la expansión de las ideas necesarias para convertir el mundo, siguiendo la teoría inicial del sueño, en una sociedad mundial dirigida por científicos y economistas que organicen una federación de comunidades con gobierno propio en las que el trabajo se convierta en una actividad voluntaria y los productos sean distribuidos a necesidad del individuo. Es decir, según ellos, “un mundo más justo y mejor para todos”.

Sin embargo, el mayor receptor actual de la creciente desigualdad en las sociedades capitalistas, sobre todo occidentales, no se encuentra a la izquierda de la moderación, sino en las antípodas, la que, cada vez con mayor fuerza, capitaliza el voto del desengaño. Es la derecha y la extrema derecha, como se ha podido comprobar recientemente en Francia (y como se puede comprobar con un vistazo al Parlamento Europeo), Alemania con el auge de AfD, Grecia y Amanecer Dorado, Hungría, Polonia y España donde solamente un tecnicismo del sistema parlamentario ha permitido la conformación de un nuevo gobierno socialista en contra de lo que las mayorías expresaron en las urnas. Los pobres parece que ya no sueñan con repartir la riqueza, sino con acapararla. Pero, indudablemente, ello puede cambiar, sobre todo en esa mayoría planetaria no alineada por la que compiten Estados Unidos y China y que constituye mucho más mundo del que demasiados piensan que existe.

El capitalismo, ¿sistema fallido? 

Ello nos lleva a una cuestión intrínsecamente relacionada con el capitalismo, ¿es un sistema fallido?. Las crecientes diferencias en la propia Europa, entre norte y sur y este y oeste, así como el escenario de América Latina, no se muestran muy alentadores. Es evidente que Cuba y Venezuela, dos ensayos diferentes de socialismo, no brillan en el panorama latinoamericano y menos aún pueden pretender presentarse como modelos exitosos ante la ruina que han dejado a su paso, pero es que su entorno, que debería ser un paraíso capitalista, no ofrece una imagen mejor. ¿Acaso alguien puede plantearse que Haití esté en mejores condiciones que Cuba?. Y no es un caso especial; en América Latina incluso el milagro chileno ya no lo es tanto, debido, en gran medida, al desigual reparto de la riqueza (lo que nos devuelve a la contradicción original del capitalismo). No obstante, el patio trasero norteamericano constituye la región más violenta y desigual del mundo, lo que, parafraseando a Karl Marx, se debería a que el capitalismo “produce a sus propios sepultureros”, esos que ni son izquierda ni tampoco derecha, sino usualmente aprovechadores que llegan al poder únicamente para convertirse a sí y a sus allegados en los nuevos oligarcas. Sepultureros de una región que, por ello, constituye un excelente banco de pruebas del nuevo orden internacional, en el cual, por cierto, China se muestra cada día más pujante y más cercana a los grandes polos de comisiones y corrupción.

He aquí, en China, sin ningún género de dudas, una de las claves de un posible desarrollo mundial del comunismo, o, mejor dicho, de un socialismo “made in China”, porque el socialismo chino es una versión un tanto capitalista de lo que se supone que es el socialismo y más generador de desigualdad que aquello que adjudican al capitalismo.

Y, sin embargo, la historia…

La historia pasa, ante todo, por la Unión Soviética, de Stalin a Gorbachov y de Kruschev a Brezhnev. Pero sería injusto, incorrecto e inexacto quedarnos con la experiencia soviética, por mucho que la abundancia de los relatos académicos, literarios y cinematográficos inviten a ello. Se produjeron múltiples ensayos socialistas (y todos con el mismo resultado fatal) más allá de la Unión Soviética y la Europa Oriental (Albania, Alemania Oriental, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumania o el especial caso de Yugoslavia).

Por supuesto, la República Popular China, a la que ya nos hemos referido. Un país con un potencial enorme que, pronto, ya en su nacimiento, en plena Guerra Fría, se convirtió en competidor de Rusia y, por ello, en jugador geopolítico ambiguo. Una ambigüedad que ha podido ser clave en su supervivencia, y también en su auge. Una ambigüedad exhibida también en la lógica interna. Además, Mongolia, Laos, Camboya, Corea del Norte, Nepal, Afganistán y, sobre todo, Vietnam constituyen ejemplos asiáticos del desarrollo de los modelos socialistas asociados a la descolonización o las derivas adoptadas por Estados no ya inmaduros, incluso famélicos.

En África, también se produjeron diversos ensayos, de Somalia a Etiopia, pasando por Argelia, Congo, Sudan, Libia o Angola. Un país, este último, independizado tras la invasión militar cubana (Operación Carlota en 1975, tras la Revolución de los Claveles portuguesa) y que constituye el segundo productor de petróleo del África Subsahariana. Todavía hoy, Angola continúa manteniendo excelentes relaciones con el régimen castrista. Un régimen, el cubano, que, a tenor de las palabras siempre engañosas del propio Fidel Castro a principios del régimen aludía no tenía muchas intenciones comunistas (¡”El pueblo de Cuba sabe que el gobierno revolucionario no es comunista”!). La necesidad geopolítica a veces obliga.

Y, por último, conviene señalar ensayos socialistas que no son excesivamente conocidos, como son los casos de la India (estados de Bengala Occidental, Tripura y Kerala), la Alemania entre guerras (Sajonia, Bremen y Baviera), Irlanda (Limerick), Francia (Alsacia), Persia.

…no está todavía escrita

Porque el futuro resulta impredecible hasta para los más ilustrados y eruditos. Marx y Engels, por ejemplo, señalaron que “el modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de cada país, crea él mismo la fuerza que, para librarse de la explotación, está obligada a hacer la revolución”. Lo que no parece haberse cumplido exactamente, puesto que por el contrario, el auge del Capitalismo ha reducido los niveles de pobreza mundial durante los últimos cincuenta años. Otro ejemplo lo encontramos en Vladímir Lenin que, como muchos otros revolucionarios, estaba tan lejos de atisbar la caída de los Romanov que esta le sobrevino fuera de Rusia y no le quedó más remedio que realizar una auténtica peripecia para regresar rápidamente a San Petersburgo.

Y es que sabemos lo que ha pasado, aun cuando se discuta sobre ello, pero es imposible predecir el futuro, especialmente si los Estados siguen sirviendo, como cuando Karl Marx y Friedrich Engels comenzaron a teorizar sobre el comunismo, a aquellos que poseen el poder económico, los sistemas judiciales continúan beneficiando a las élites y la desigualdad no cesa de aumentar. Corremos el riesgo de nuevamente retornar al sueño que en realidad fue una gran pesadilla.

@J__Benavides


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