El título de este artículo es el mensaje que desea transmitir un grupo de laicos de la Iglesia Católica con el impulso de un proyecto llamado Coromoto 2020. Esta iniciativa busca “paliar el hambre en Caracas” y el objetivo es ayudar a 2.000 familias de 16 parroquias de la ciudad y de los colegios Mano Amiga.    

La situación de muchos en el país es crítica y las consecuencias del COVID-19 nos han afectado a todos de diversa manera. En estos momentos, sin embargo, hay venezolanos en condiciones de extrema vulnerabilidad y es la magnitud de la necesidad lo que ha motivado a este grupo de laicos a diseñar una vía para canalizar una ayuda de mayor impacto. En la página web www.coromoto2020.com, así como en las cuentas del proyecto en Instagram, Twitter y Facebook, puede leerse en qué consiste la iniciativa nacida en medio de estas circunstancias. Allí se dice cuáles son los centros de acopio que reciben la donación de alimentos y las vías para colaborar con dinero. La suma de muchos esfuerzos individuales consiste en tender la mano a quienes más lo necesitan.

Es importante tener en cuenta que más que “buscar comida para los necesitados”,  Coromoto 2020 actúa confiando “con todo el corazón en la capacidad de amar del venezolano”. Todos sabemos que este esfuerzo por ayudar con comida a los que lo necesitan no resolverá los problemas del país. De antemano se sabe que esto no solucionará las causas de nuestra crisis, pero moverse por amor y desear ayudar a otros que de modo urgente, inmediato, necesitan ante todo comer, abre una vía de sanación para esas heridas que son secuelas no solo del hambre física, sino de la emocional.

La crisis que vivimos está cargada en muchos sentidos de violencia y esta iniciativa tan humana puede ayudar a que esos miles de venezolanos necesitados reciban el mensaje de que no son ignorados por una buena parte de la sociedad. La entrega de un kit de comida a una de estas tantas familias no debe interpretarse como una respuesta motivada por la lástima, ni mucho menos como la entrega de un regalo, fruto de lo que “sobra” a algunos. Por eso importa comprender que el móvil es el amor, pues se busca tender una mano “amiga” (como se llaman los colegios) a quienes necesitan ayuda. Advertir la necesidad en otro, acercarse, intentar paliar uno de sus muchos sufrimientos es, sin duda alguna, expresión de que no se es indiferente.

Algo que me ha parecido novedoso y bonito es que los centros de acopio son diversos colegios de la ciudad, cuyos proyectos educativos e incluso espiritualidades (en el caso de los católicos) difieren entre sí, realidad que sugiere que este esfuerzo es por un bien común que nos trasciende. Personalmente pienso que esto de hacer alianzas entre todos los venezolanos que hacen vida dentro o fuera del país es, en estos momentos, esencial. Y un proyecto como este, que busca ayudar –durante el tiempo que se precise– a los que están actualmente en una situación límite aguda, en circunstancias de “inseguridad alimentaria severa” (Susana Raffalli), es una vía que ayuda a muchos a reconocer las necesidades de sus hermanos venezolanos y experimentar la urgencia que hay de trabajar juntos por un mejor país.

Aunque lo ideal es que a esta iniciativa sigan otras más sustentables en el tiempo, como la fundación de una escuela construida con base en la generosidad de muchos, o diversos modos de acompañamiento a todo tipo de necesidad, es esta gran injusticia del hambre lo que podría ayudarnos a advertir los fuertes hiatos entre las varias Venezuela. Por eso urge acortar las brechas y el mejor medio, que puede, además, ser inmediato, es el de atender una necesidad tan básica como la alimentación. Nadie puede rendir en la vida en medio de circunstancias de pobreza tan extremas durante un tiempo tan prolongado. Susana Raffalli habla de estados de “agotamiento” que generan, desde mi perspectiva, una fuerte desorientación existencial. Tras procesos de intenso sufrimiento, las personas precisan de una recuperación que los habilite poco a poco a insertarse en la dinámica de una mínima normalidad. El reto es, sin duda, muy grande, pero aunque sea doloroso e incluso traumático, el lado positivo de esta crisis podría resultar en una mayor unión entre los venezolanos y en un proceso de reeducación importante que acabe por centrarnos más en la realidad.

Pienso que la primera gran presión que necesitamos es la de un amor que sane heridas. Y aunque las que Coromoto 2020 busca curar parezcan solo físicas, dar un paso, en alianza con muchos otros, puede abrir el camino hacia una nueva Venezuela: hacia alianzas de mayor amplitud y alcance, que generen iniciativas que se orienten a subsanar causas más estructurales.


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