I.

El próximo sábado se conmemoran cien años de su nacimiento. Fue actor principal en las iniciativas más destacadas que se impulsaron durante tres décadas, a partir de los años cincuenta, vinculadas al desarrollo de la ciencia en Venezuela. Falleció en 2003.

Además de tener un notable desempeño dentro de las cuatro paredes de su laboratorio, Marcel Roche fue, así mismo, un tenaz bregador institucional. Que yo recuerde, entre los hechos que recoge su currículum figura la creación, con fondos privados, en buena medida provenientes de su familia, del Instituto Luis Roche, orientado a la investigación en el área médica. También su participación relevante en la fundación de Asociación Venezolana de la Ciencia (Asovac), iniciativa clave para que la actividad científica diera sus primeros pasos formales, por llamarlos de alguna manera, en nuestra sociedad. Fue, así mismo, el director fundador del Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), suerte de buque insignia de la ciencia moderna en nuestro país e igualmente, por mencionar solo una cosa más, el primer presidente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicit), un organismo que, de acuerdo con un comentario chistoso de entonces, tenía nombre de fármaco y una misión entre esotérica e imposible para el país que éramos hace poco más de medio siglo: fomentar y orientar la investigación científica y tecnológica.

Su presencia en cada una de las instituciones mencionadas dejó siempre un trazo fácilmente reconocible en su concepción y orientación, así como en sus modos fundamentales de desempeño, conforme a un molde desde el que abordaba la ciencia y su papel en nuestra sociedad, labor que realizó, casi todos coinciden en ello, con amplitud, equilibrio, inteligencia, tino y hasta con cierto sentido del humor.

II.

Es esta una época distinta a aquella con la que Roche se las tuvo que ver. El país es otro, se encuentra desdibujado en muchos sentidos con respecto al que tuvimos antes, dicho sea esto sin caer en la trampa de la nostalgia, siempre mentirosa, como diría García Márquez.

El panorama no puede ser peor en lo que respecta a la situación en que se encuentran sus centros de investigación, sus universidades, sus empresas. No hay indicador que no refleje lo que sin exagerar pueda calificarse como una debacle.  Tal vez nada lo enseñe de manera más dramática que el hecho de que poco más de la mitad de nuestros científicos se encuentran en el exterior, al igual que alrededor de 200.000 ingenieros.

Qué diría Roche, me pregunto, si viera este escenario que en no pocos aspectos muestra la necesidad de recuperar lo que ya se había hecho Y que diría, por otro lado, de las condiciones desde las que el país encara este siglo XXI, tan marcado por transformaciones tecnocientíficas, aceleradas y radicales, que desafían al planeta entero en todos los planos de la vida humana.

III.

Además de ser un distinguido investigador, fue persona muy culta y escritor de muy buena pluma. Publicó varios libros, buena parte de ellos referidos, como cabe suponer, al tema de la política científica y tecnológica. Tengo particular preferencia por su la obra titulada Rafael Rangel: ciencia y política en la Venezuela de principios de siglo, de escasa difusión, no obstante su importancia y, reitero, su valor desde el punto de vista literario.

Despojado de su bata blanca y trajeado como historiador, cuenta en sus páginas la tragedia de un excepcional microbiólogo, de origen muy humilde, graduado a duras penas de bachiller, pero con charreteras de investigador, discípulo de José Gregorio Hernández, por cierto, víctima del racismo, de los maltratos propios de una sociedad de castas y hasta del propio presidente Cipriano Castro. Es una breve obra maestra en la que buena parte de sus páginas se ocupa del brote de la peste bubónica que tuvo lugar en La Guaira y otras zonas del país, y el papel casi novelesco que desempeñó Rangel en esas difíciles circunstancias. Releyéndola hace pocas semanas, no pude dejar de observar las similitudes, guardando las obvias distancias y diferencias, con la pandemia que nos azota estos últimos meses, incluso en sus aristas políticas.

En este, pero más aún en otros de sus libros, Roche mostró siempre, de una manera u otra, la cara social, digámoslo así, de la ciencia, cosa que en su época no era un punto de vista fácil de tragar, como no lo era tampoco el análisis de su desarrollo y consecuencias, a partir de las ciencias sociales.

IV.

Siempre me ha parecido que las casualidades hacen la vida, al menos tal es claramente mi caso. Por los años setenta, perdóneseme esta corta digresión personal, yo estudiaba tercer año de Derecho en la UCV y encontrándome un día en clase, sin que mediara algún motivo del que yo estuviera consciente, me paré del pupitre, regresé a mi casa y les comunique a mis papás que no me veía ejerciendo como abogado. ¿Qué quieres estudiar, entonces?, me preguntaron. Sociología, les dije. Que es eso, me dijeron con curiosidad y les contesté que no sabía bien de qué se trataba. Pos ándale, me dijeron con ese tonito mexicano que nunca perdieron del todo, mostrándome esa confianza infinita que me acompaña hasta el sol de hoy.

La pura casualidad quiso, así mismo, que siendo un estudiante de altibajos académicos, fuera, sin embargo, un razonable buen alumno en la materia que dictaba la querida y recordada profesora Olga Gasparini. Por ese tiempo se creó el Conicit y Marcel Roche, nombrado su presidente, la llamó a ella a fin de que organizara el Departamento de Sociología y Estadísticas de la nueva institución, dejando ver, como señalé antes, que estaba persuadido de la necesidad de mirar la ciencia también como asunto social.

Así las cosas, la profesora nos llevó a Mariadela Villanueva, a Marcel Antonorsi y a mí, todavía estudiantes, como parte de su pequeño equipo de apoyo en la recién creada institución. Desde entonces quedó sellada mi vida profesional, cuyo eje ha sido un tema que me parece importante, visto desde la óptica de las ciencias sociales. Una vida profesional que me ha resultado entretenida y hasta divertida, en cuyo trasfondo está Roche, alguien de quien no puedo decir que conociera de cerca, pero sí que admiré mucho y cuyo recuerdo tiene un espacio destacado en la parte más buena y grata de mi propia biografía.

 


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