«La persecución es algo necesario en la Iglesia. ¿Saben por qué? Porque la verdad siempre es perseguida»

San Oscar Arnulfo Romero Mártir Salvadoreño.

(Homilía 29 de mayo de 1977).

Dos milveintidós años tiene la Iglesia fundada por Cristo sobre los hombros de Simón Pedro, y desde sus inicios siempre se ha visto signada por la mácula de la persecución y de la censura, y por el deseo de proscribirla, muchos han sido los gobiernos que han intentado acallar su voz, socavar sus bases y justificar desmanes en su nombre. La Iglesia Católica representa los hábitos de modelación de los instintos del ser humano, incluyendo desde luego los del poder, de allí el encono con el cual se ataca desde todos los ámbitos del poder a esta institución milenaria, que representa las virtudes de contención para la conducta humana; los ataques pueden ser verbales, físicos y de manera estructural como lo presenciamos en la hórrida y lúgubre Nicaragua de la tiranía Ortega-Murillo.

La detención de monseñor Rolando José Álvarez Lagos y sus acompañantes en la Curia Episcopal de Matagalpa demuestran el talante brutal y barbárico de un modelo degenerado del poder que busca deponer cualquier vestigio de virtud en la sociedad y demoler cualquier lugar en donde se produzca un contra discurso frente a la narrativa única para la dominación; los evangelios, la religión y las lecciones de coraje y valentía reseñadas en la Biblia le son absolutamente insoportables a la dupla Ortega–Murillo, sumidos en toda suerte de impiedades y perversiones indecibles, el resultado no podía ser otro que el atacar a la Iglesia y a sus representantes de manera inmisericorde.

Los atropellos contra la Iglesia por bandas de delincuentes tarifados, son además de una acto blasfemo y una agresión sin sentido, la demostración de la destrucción del Estado de Derecho en Nicaragua, la sociedad nicaragüense es profundamente católica, y desde luego, los sermones pronunciados y la palabra de Cristo expresada en la buena nueva de los evangelios son bofetadas para un binomio tiránico que pretende ser Dios, lo que vemos en Nicaragua es la consustanciación moderna del onirismo esquizoide que llevó a Calígula a creerse una deidad, por encima del bien y el mal. Como humanidad advertimos que los atavismos de la barbarie, la locura, el ejercicio esquizofrénico del poder son un atavismo que nos macula hasta estos días de verdades líquidas y temporalidades inmediatas de la tecnología, y es precisamente el concurso de las nuevas tecnologías que imperan en este convulso y entrópico siglo XXI, lo que nos ha permitido advertir como son destruidas las iglesias, vejados los sacerdotes, golpeados y empujados por vándalos plenos de pobreza de espíritu y sin hábitos modeladores de la conducta visceral, esas imágenes de profanación a elementos sagrados, biblias lanzadas la piso, cálices y ostias que semiológicamente son la sangre y la carne del Señor, se han profanado, pisoteado y vejado, bajo la orden de una pareja de consortes tiranos que han declarado a Nicaragua un país sin Dios.

La presencia del supremo, la ubicuidad del sempiterno Dios, de Jehová o Yahveh, eclipsa el cenit de una tiranía abyecta, conspicua, atea, inmisericorde y aviesa que en Nicaragua  pretende que Dios sea expulsado, pero eso es imposible, por más que cierren los templos, por más que usen a los vándalos para profanar las imágenes sagradas, objetos del culto y seguir crucificando al Galileo en esta vorágine de barbarie, la paz del señor, nuestro Dios estará presente en la justicia divina que espera el buen católico, y en este momento son los nicaragüenses bienaventurados entre los pueblos que sufren bajo la bota de un dictador, pues en cada tropelía cometida contra la Iglesia Católica, única y apostólica, resuenan como juicio sempiterno las palabras del verbo hecho carne en aquel sermón de la montaña:“Bienaventurados serán cuando los insulten y persigan, y digan todo género de mal contra ustedes falsamente, por causa de Mí”, esa escala espiritual aprendida y aprehendida por niños en el catecismo, es una lección superlativa de moral a la cual jamás podrá llegar una pareja como la que tiraniza a Nicaragua. Nuestra valiente Conferencia Episcopal Venezolana se ha solidarizado con los hermanos nicaragüenses -hermanos por origen común y en la unidad de la fe-. El llamado se orienta a unir nuestras voces para exigir a las autoridades nicaragüenses respeto a la vida, a la integridad, así como a la salud y bienestar de todos los obispos, sacerdotes, diáconos, religiosos y religiosas y los agentes de pastoral laicos, respetando su dignidad y garantizando sus derechos humanos, así como el pleno derecho de movilización y expresión de la libertad de culto y religión para todos.

Nuestra Conferencia Episcopal venezolana, siendo pioneros en la fortaleza como don del Paráclito se compromete solidariamente con el espíritu de todos los miembros de la Iglesia, única, santa, católica y apostólica; en estos duros momentos de embate que atraviesa la fe católica, frente a la idea blasfema, antinatural e incompatible con la lógica del amor de Dios, de declarar a la hermana Nicaragua una nación sin Dios. Que la presencia de Santa María bajo la advocación de la Inmaculada Concepción guie y sea amparo de la grey católica nicaragüense y revierta estas prácticas innominadas en contra de la fe católica de un pueblo que sufre diariamente el calvario de la falta de libertad.

En estos momentos hace mucha falta la presencia de San Juan Pablo II, quien siendo víctima de los horrores de la izquierda, tuvo la inspiración del Espíritu Santo para dar un mensaje a la juventud chilena en 1987, quienes padecían bajo la bota militar de una dictadura de derecha como la de Augusto Pinochet, y sin titubeos, en el Estadio Nacional de Santiago, reconoció que ese lugar era un sitio de competencias y laureados deportistas, pero también había sido escenario de un intenso sufrimiento, arrancando los aplausos de la multitud; allí frente al tirano el Santo Juan Pablo II, les impelió a mirar a Cristo, a no tener miedo, reconociendo los atropellos que sufría el pueblo chileno, un Papa valiente que se atrevía a retar al mal, a conjurar el pecado, indicando que no se puede vencer el mal con el bien, sí no se tiene la esencia de Dios; nos hace falta la valentía de San Juan Pablo II, quien nunca fue presa de ideología alguna. En esa arenga a los chilenos se resume lo que hoy nos hace falta, mirar a Cristo como un reformador social, mucho más que un reformador social, mirar a Cristo como al mismo Dios, cerca de Cristo hay luz de vida, lejos de él hay oscuridad y muerte.

San Juan Pablo II, en su tránsito como hombre dejó esas palabras en el Chile de Pinochet y en su valentía va el óbice de esta columna, mirar y buscar a Cristo, sin miedo, ese es el mensaje: en medio de la dictadura de Pinochet se atrevió a denunciar los atropellos de aquella forma de ejercer el poder, expuso el Santo Padre, los síntomas de enfermedad y hasta de muerte espiritual, en 1987 nuestro mundo requería de una profunda revisión espiritual, en palabras de San Juan Pablo II: “No permanezcáis pues pasivos, asumid sus responsabilidades”, esa valentía es la que necesitamos de un pontífice, Juan Pablo II el hombre, el líder espiritual, asumió la máxima de Cristo de la verdad y la libertad, así el optimismo triunfará sobre el pesimismo estéril, nos decía Juan Pablo que debíamos luchar contra el mal, contra el pecado y el odio, venciendo el pecado mediante el perdón de Dios como resurrección, renunciando en el corazón de cada uno a la ira como pecado personal, ese pecado surge cuando se pierde el sentido de Dios. Nos advertía aquel santo del siglo XX que este mundo se volvería contra el hombre y eso es lo que está sucediendo. Lo que ocurre en Nicaragua, el triunfo del mal sobre el bien, la derrota de la libertad por la maldad, debe y tiene que ser respondido por el Sumo Pontífice Francisco I, pero ante el silencio del Vicario de Cristo, no somos quienes para juzgarlo y menos para solicitarle una respuesta contundente que sea agradable a nuestros deseos y aspiraciones, pues eso no se corresponde con la obediencia y aceptación de la voluntad de Dios propia de los buenos cristianos católicos, pero ese silencio no imposibilita a que acudamos a la hagiografía, esa rama de la teología que estudia la vida de los santos. Desde el punto de vista histórico, narrativo, literario o dramático para encontrar en la respuesta de San Juan Pablo II, la manera santa y espiritual de reprender y reprimir al mal vivido por los hermanos nicaragüenses, esa respuesta fue pronunciada en 1987, bajo la dictadura de Augusto Pinochet, en medio del Estadio Nacional de Santiago de Chile, escenario del horror y el secuestro de miles de jóvenes que sencillamente desaparecieron, y es justamente esa fortaleza y sabiduría, como dones del Paráclito lo que necesitamos para reconfortarnos y decir como lo hiciera Cristo, frente al catre donde yacía la hija de Jairo, “talitha qumi” que en castellano significa “Niña a ti te digo levántate”, así mismo, la mayoría de pueblos como el de Nicaragua, Venezuela y Cuba, debemos guardar la fe inquebrantable de que llegará el día en el cual esa niña que es la libertad y la democracia, volverán de la muerte.

San Juan Pablo II puede desde el cielo responder a las crueldades sufridas por los nicaragüenses bajo el yugo de la dupla Ortega Murillo, para ello citaré la última parte de su discurso pronunciado frente a Pinochet, en la dominada Chile y escuchado por cientos de jóvenes: “Cristo nos está pidiendo que no permanezcamos indiferentes ante la injusticia, que nos comprometamos responsablemente en la construcción de una sociedad más cristiana, una sociedad mejor, para esto es preciso que alejemos de nuestra vida el odio, que reconozcamos como engañosa, falsa e incompatible con su seguimiento toda ideología que proclame la  violencia y el odio como remedios para conseguir la justicia, el amor vence siempre¡como Cristo ha vencido! el amor vence siempre, aunque en ocasiones ante sucesos y situaciones concretas pueda parecernos impotente, Cristo parecía impotente en la Cruz ¡Dios Siempre puede más! En la experiencia de fe con el señor descubrí el rostro de quien, por ser nuestro maestro, es el único que puede exigir totalmente sin límites, optad por Jesús y rechazad las idolatrías del mundo y los ídolos que buscan seducir a la juventud, sólo Dios es adorable”

Justo en esas palabras pronunciadas hace treinta y cinco años, encontraremos los católicos la respuesta a las tropelías cometidas contra nuestra Iglesia, ser católico no supone ser siempre pasivo o contemplativo, menos vivir una vida falsa llena de extralimitaciones que esconden abismos morales, ser católico supone tener valor, sabiduría, inteligencia y sobre todo temor de Dios, el pueblo de Nicaragua perseguido por causa justa de profesar su fe será bienaventurado ante los ojos del eterno y jamás ningún poderoso podrá expulsar o exiliar a la ubicuidad de Dios del corazón de sus fieles, así que el Santo Padre que vive en Roma puede seguir en silencio contemplativo, en perpetua oración sin pronunciar palabra alguna acerca de los horrores vividos en Nicaragua, en el silencio de Roma se adicionan las palabras valientes del Papa bueno, del santo Juan Pablo II, elevado a los altares.

Finalmente, como hombre de fe, imploro a la Inmaculada Concepción, patrona del pueblo de Nicaragua, sea amparo y abogada nuestra ante su santísimo hijo y en su carácter de relicario del verbo permita revertir tanta maldad y orar por Nicaragua, por Venezuela, por Cuba y por los migrantes del Darién, mientras nos persiguen como creyentes e Iglesia, el silencio de Roma no parece detener el artero curso de la hoja que degüella a la paloma de la iglesia santa, única, católica y apostólica, esa sangre y ese sufrimiento serán entregados a Dios nuestro señor y justo juez, para que sea su justicia la medida exacta de estas tropelías. Frente al silencio de Francisco I, acudamos al comando de San Juan Pablo II, “No tengamos miedo”.

“Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios, una ley inmoral nadie tiene que cumplirla, ya es tiempo que recuperen su conciencia y que obedezcan más a su conciencia que a la orden del pecado… La Iglesia no puede quedarse callada ante tanta abominación… De nada sirven las reformas si están teñidas de tanta sangre… En nombre de Dios pues y nombre de este sufrido pueblo cuyos lamentoscada día más tumultuosos suben hasta el cielo, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios cesen las represiones” 

Ultima homilía de San Oscar Arnulfo Romero, mártir salvadoreño.


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