RAÚL

El Rey reina pero no gobierna, una posición política con algún parecido a la que se le confiere en el juego del ajedrez. El Monarca es la pieza capital, cuya suerte define la partida, pero su capacidad de movimiento resulta bastante limitada. El riesgo explica la cautela con la que debe proceder. Nunca, aún en los sueños infantiles, tuve la tentación de reinar, tampoco la de gobernar, ni siquiera en el, pequeño pero complicado, territorio de mi comunidad de vecinos. Aunque puestos a considerar, desde la barrera, creo que lo más difícil es reinar, un trabajo de enorme exigencia, al que ha de prestarse total dedicación, mucho aguante y, en el mejor de los casos, toda una vida. El Rey no es un político al uso, un prestidigitador de la mentira enfangado voluntariamente en la lucha por el poder. Eso no significa que no intervenga en la vida pública; más aún, el Rey es el POLÍTICO, por antonomasia, ejerciendo, en gran medida, a través de la pedagogía del ejemplo y el sentido del deber.

Reinar siempre es difícil, no en vano el Rey es el símbolo de la unidad y permanencia del Estado. En ocasiones esa dificultad llega a un punto álgido, sin que el monarca haya contribuido a complicar la situación que debe arrostrar. Al contrario cuando su comportamiento institucional destaca sobremanera frente a la mediocridad, la torpeza, la degeneración de otras instituciones, y la dejadez de sus obligaciones, por gran parte de la sociedad. En estos tiempos de igualitarismos pedestres, quiérase o no, guste o disguste, se afianza el carisma que apoya el liderazgo de las personalidades excepcionales. Tal vez por eso la Corona se convierte en la última ratio, en la esperanza irrenunciable.

Gobernar es otra cosa, seguramente tampoco fácil de hacer bien, tal y como puede deducirse de la labor llevada a cabo por nuestros últimos gobernantes. A pesar de la mayor libertad de actuación que les permite el texto constitucional. Y, si lo consideran conveniente, retorciendo, cuando no conculcando la propia Constitución, todo sea por el poder, principio y fin de sus intereses. Mientras, lo gobernado y los gobernados son simplemente la excusa. La coyuntura de repugnante degradación que atraviesa España en estas calendas, sitúa al Rey ante una partida de ajedrez que, seguramente, no le habría gustado jugar, pero está involucrado de forma inevitable y decisiva.

En la historia del ajedrez aparecen varias referencias, seguramente oportunas, para defender la posición del rey. Las hay a manera de advertencia frente a los errores más simples, dirigidas en buena parte hacia quienes tienen la obligación directa de ayudar al Monarca. Casi todos hemos oído hablar de algunas, por ejemplo, «el jaque del loco», contra la imprudencia absoluta que conduce a la forma más rápida de perder una partida. Otro aviso vendría del llamado «jaque del pastor». En esta circunstancia, el rey es, a la vez, el objeto del juego, y también uno de los jugadores; el otro, evidentemente, es el pastor. El apercibimiento en este caso va contra el exceso de confianza y el influjo negativo de los consejeros aduladores.

Hay otras partidas que, por su nombre, también darían qué pensar al Monarca y a quienes debieran jugar en su defensa, tal sería el llamado «jaque del legal», denominación proveniente del enfrentamiento entre Kermur, señor de Legal, contra Saint-Brie, en el París de 1750. Y, como no, la llamada de atención que supone uno más de estos jaques, el denominado «del peón traidor», peligroso siempre pero más en esta ocasión. No faltan otras lecciones, más positivas, dirigidas a estimular y mantener el esfuerzo a la búsqueda de las mejores soluciones; aunque, en algún momento, pudieran parecer imposibles. Son las grandes partidas de ajedrez de las que resaltaríamos la de Fischer contra Donald Byrne; o la de Kasparov contra Karpov en 1985 en un torneo en el que ganaría el campeonato del mundo el primero de éstos. A las que podrían añadirse las de Anand vs Shirov o las de Ivanchuck Poniomariov…

Como anécdota, llama la atención la confluencia de un conjunto de factores, de muy diversa naturaleza, en estos momentos, en torno al ajedrez. El protagonismo de Irán en la historia de este ejercicio intelectual; el papel de la inteligencia artificial, tema omnipresente en nuestros días, en relación con la del ser humano al que venció en el torneo de 1997 cuando Deep Blue derrotó al campeón del mundo Gary Kasparov, culminando un largo recorrido en el que aparece destacada la figura de Torres Quevedo o la de Richard Greenblatt. Desde hace más de mil años el Shâhnâmé (Libro de los Reyes), el poema épico de Firdawsi ofrece a la reflexión y al estudio de la estrategia la posibilidad de victoria, siempre que se persevere suficientemente.

Artículo publicado en el diario La Razón de España


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