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Las grandes empresas se están adentrando cada vez más en el ámbito de la salud pública: las oportunidades de mercado «atraen» a compañías que tradicionalmente no participaban en el sector de la salud, como Amazon, Google y Microsoft, a trastocarlo; otras se ven «empujadas» por el imperativo —que situaciones como la pandemia de la COVID-19 pusieron de relieve— de actuar en forma responsable como parte de la comunidad (por ejemplo, para eliminar las desigualdades sanitarias).

Cuando esas fuerzas de empuje y atracción se intersecan, suele haber oportunidades importantes para alinear los objetivos económicos y sociales. Pero para que la filantropía empresarial mejore a la salud pública, quienes están a cargo de las decisiones y la asignación de recursos deben entender profundamente el sistema sanitario: sus instituciones, organizaciones y recursos, y las complejas interacciones entre ellos.

Según un marco establecido por la Organización Mundial de la Salud, los sistemas sanitarios dependen de seis pilares: provisión de servicios; desarrollo y despliegue del personal; obtención, análisis y uso de información sanitaria crítica; entrega de productos médicos esenciales, vacunas y otras tecnologías sanitarias; financiamiento; y liderazgo y gobernanza eficaces. Para cubrir las necesidades sanitarias de la población, esos pilares deben funcionar en armonía, en un complicado proceso del que forman parte los insumos, las actividades, los productos y resultados, y sus impactos.

Pensemos en los programas de vacunación contra la COVID-19, que dependen de los insumos —recursos financieros, personal, equipamiento y las propias vacunas, entre otros— que son en parte resultado de actividades como el desarrollo de productos y la provisión de servicios médicos (con toda la logística, infraestructura, capacitación del personal y supervisión que eso implica). Juntos, esos factores generan un resultado —vacunar a una porción suficiente de la población—, cuyo impacto es la reducción de la mortalidad y morbilidad debidas a la COVID-19.

Como también explica la OMS, un sistema de salud eficaz es justo y equitativo, tanto en la distribución de productos y servicios de salud como en la forma en que se financia. Además, enfatiza la eficiencia y eficacia, y responde a expectativas legítimas no relacionadas con la salud de quienes requieren atención, como el respeto y la compasión. En última instancia, un sistema eficaz garantiza que quien necesite un producto o servicio sanitario pueda conseguirlo y obtener los beneficios relevantes.

Este es el marco que debiera guiar a las grandes empresas —y a todas las partes involucradas— cuando participan en el ámbito de la salud pública. También debieran guiarse por el principio de que todas las inversiones directas en el sistema de salud deben fortalecer al menos uno de los seis pilares del marco. Para ello es fundamental contar con una estrategia clara y basada en datos para medir el desempeño del sistema sanitario.

Solo con un plan integral de monitoreo y evaluación —que no solo identifique los datos a medir, sino también cómo, cuándo y quién debe hacerlo— se puede garantizar que quienes estén a cargo de tomar las decisiones cuenten con la información necesaria para planificar, organizar e implementar programas de salud pública eficaces. Por ejemplo, puede ayudar a evaluar las áreas prioritarias, así como aquellas en las que se duplican servicios, mejorando de esa manera la asignación de recursos escasos. También puede mostrar cuáles intervenciones de salud pública generan un mayor impacto, y llevar un registro de los avances en los resultados sanitarios, lo que podría revelar brechas entre segmentos de la población.

Las organizaciones que procuren intervenir en la salud pública pueden usar esos datos —además de una mejor comprensión del marco del sistema de salud— para identificar dónde pueden generar un impacto mayor de acuerdo con sus ventajas competitivas o comparativas. Cuanto más conozcan el terreno en el que se adentran, más fácil les resultará detectar las necesidades insatisfechas y prever el impacto probable de sus acciones (incluidas las posibles consecuencias no buscadas).

Quienes participan en el sistema sanitario deben relacionarse de manera eficaz con otras partes involucradas, ya que los programas de salud pública suelen implicar a grupos diversos con prioridades y objetivos diferentes, que hay que armonizar para satisfacer objetivos sanitarios más amplios. Para que esas relaciones funcionen, sin embargo, son claves la confianza y la credibilidad. También en este caso puede ser de ayuda una estrategia eficaz para medir los impactos, que aliente la transparencia y la responsabilidad.

Por ejemplo, aunque se deben respetar los principios básicos de privacidad y confidencialidad, las organizaciones debieran compartir los resultados, positivos o negativos, de sus inversiones o intervenciones en salud pública —incluyendo los conjuntos de datos relevantes, siempre que sea posible— con otras partes interesadas. Además de fomentar la confianza, compartir con otros qué funciona y qué no aceleraría los avances en los resultados sanitarios. La evaluación independiente de los programas también sería de ayuda.

Para todo esto es necesario establecer un conjunto de indicadores clave de desempeño en los distintos niveles del marco para medir los cambios en el corto, mediano y largo plazo generados por cada programa. No hay que reinventar la rueda, los indicadores clave de desempeño debieran estar alineados con normas mundiales, de acuerdo con lo establecido en los documentos ya existentes sobre las políticas, para que todos las partes involucradas usen el mismo lenguaje.

El dato final fundamental para las empresas que ingresen al sector de la atención sanitaria es que los sistemas de salud no solo son extremadamente complejos, sino que además funcionan en un entorno en el que deben interactuar continuamente con diversas fuerzas políticas, socioeconómicas y socioculturales. Son todas esas fuerzas, no solo las interacciones con el sistema sanitario, las que generan los resultados de salud pública. Cuanto mejor entiendan los recién llegados esas interacciones, mayores serán las probabilidades de que logren un impacto positivo sobre la salud pública.

Traducción al español por Ant-Translation

Tom Achoki fue miembro del programa Sloan del MIT. Es profesor adjunto de la Universidad de Baylor y cofundador del Instituto Africano de Políticas Sanitarias (Africa Institute for Health Policy), una agencia de asesoramiento e investigación con sede en Nairobi, Kenia.

Copyright: Project Syndicate, 2024.

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