Como es sabido, la elección de Qatar como sede se dio en medio de negociaciones turbias, cuyos tentáculos llegaron recientemente hasta las puertas del Parlamento Europeo y así mismo, tras denuncias graves en materia de derechos humanos y luego de no pocas críticas culturales, algunas elaboradas desde la incapacidad de leer y comprender otras realidades.

En Qatar quedó claro, así pues, que el fútbol es sobre todo un lucrativo espectáculo, que se rige mucho más por los propósitos mercantiles que por los deportivos. La FIFA, organización que lo maneja, actúa como una multinacional que lo monopoliza y dirige más allá de los Estados.

Dicho lo dicho, no hay duda, sin embargo, de la importancia de que la Copa se haya celebrado por primera vez en un país árabe musulmán, una, entre otras señales, de que el mundo se reajusta ante las nuevas circunstancias que lo rodean. No hay duda, tampoco, de que este certamen dejó ver en alguna medida las transformaciones que viene experimentando el balompié desde hace un buen rato.

Recordando a Albert Camus

Qué diría el futbolista y filósofo franco argelino, quien a mediados del siglo pasado acuñó la idea de que la patria es la Selección Nacional de Fútbol. Qué pensaría, me pregunto, si observara cómo hoy en día territorio e identidad ya no estaban tan claramente delimitados y que el esquema nacional según el que ha ido transcurriendo el fútbol ha experimentado algunos cambios, consecuencia de los procesos de globalización y del hecho de que la figura del Estado-Nación esté siendo replanteada y redefinida en varios aspectos, no solo en las maneras como se organiza y funciona, sino igualmente en tanto que referencia simbólica del patriotismo.

Cada vez es más frecuente toparse con entrenadores brasileños en África, holandeses en Asia, franceses en África o españoles en Asia, en fin; igualmente no es extraño identificar inversiones italianas alimentando equipos suramericanos, transnacionales alemanas comerciando con clubes mexicanos, petroleras árabes adueñándose de los conjuntos ingleses más emblemáticos; tampoco ver jugadores de todos lados que están en todas partes, cambiando de equipo. No se olvide, además, que, en paralelo, los fanáticos son cada vez más transnacionales y los clubes cuentan con seguidores en cada vez más partes.

En fin, no pareciera equivocado anticipar un cierto cambio (¿agotamiento?) del fervor nacionalista en las canchas de fútbol. Es comprensible, entonces, que un mundial de clubes integrados por jugadores venidos de todos lados y aupados por fanáticos de todas partes, pudiera ser la marca del balompié de un futuro bastante próximo.

El mercado internacional de piernas

En este contexto, se ha desarrollado un mercado de piernas cada vez más grande y dinámico que se rige conforme a las reglas que gobiernan el capitalismo. Como diría cualquier economista, las piernas son un “commodity” y se transan de acuerdo con los vaivenes determinados por las leyes de la oferta y la demanda.

Tal mercado tiene su epicentro en varios países europeos y representan el sueño dorado de cualquier jugador. Las políticas “proteccionistas”, mediante las que antaño se reservaba solo una pequeña cuota para los extranjeros, están casi en desuso. Por ejemplo, a nadie le parece raro, ni siquiera a los catalanes, ver al Barcelona con un buen número de extranjeros, pues la identificación y la fidelidad no se fundamentan tanto en los jugadores, como en los colores de la camiseta.

No es raro que muchos de esos futbolistas emigrantes salgan de su país alrededor de los 20 años (Messi se fue a los 13 de Argentina), que se mantengan bastante tiempo viviendo en otros lugares y que no tengan vínculos muy estrechos con su país. Sus compatriotas solo alcanzan a verlos por televisión y en las ocasiones en que son convocados a la selección de su país. En suma, las estadísticas muestran que esos futbolistas han pasado más de la mitad de su vida deportiva en canchas extranjeras, mientras que sus colegas de España, Inglaterra o Alemania, por mencionar algunos, han estado durante casi toda su carrera en su propio país.

Se desvanece el estilo nacional

Así, a manera de hipótesis, podría señalarse que la creciente rotación de jugadores y cuerpos técnicos a lo largo y ancho del planeta parece estar conduciendo a que los diferentes estilos futbolísticos nacionales se deslocalicen y en última instancia se difuminen, Como dice un amigo mío, actualmente hasta los rusos y los polacos se atreven a gambetear.

Como resultado de todo lo anteriormente expuesto, se ha ido desvaneciendo el “estilo nacional”, ese modo de jugar más silvestre, si se me permite el término, expresión, se solía decir, de la idiosincrasia de cada nación. Su lugar ha sido ocupado por gimnasios, técnicas corporales y esquemas tácticos más universales, así como un menú amplio de dispositivos tecnológicos de última hora. Respecto a esto último permítaseme una digresión: en pocos mundiales ha  habido tantas dudas y reproches respecto al arbitraje, no obstante el VAR, anunciado por la FIFA como el instrumento que garantizaría la infalibilidad respecto a la administración de la justicia en la cancha.

En comparación a como era antes, se observa en diversos grados cierto decaimiento en el fervor nacionalista. Ciertos autores argumentan que el fútbol se mueve en clave transnacional, al paso que la silueta de los países se va despintando conforme a las modificaciones de los parámetros económicos, sociales, políticos e ideológicos en torno a los que fueron emergiendo los nexos entre fútbol y patria. En este contexto, resulta comprensible que la FIFA se esté moviendo en torno al Mundial de Clubes, convencida de que propiciará nuevas identidades, más acordes con los procesos de transnacionalización del deporte.

El caso de los hermanos Williams

El Mundial de Qatar estuvo caracterizado (en un ambiente no ajeno a la xenofobia, hay que recordarlo) por la presencia de equipos armados con jugadores de diferentes razas y culturas, que en muchos casos no nacieron en la nación que representaban.

En efecto, distintos reportajes revelan que en Qatar 2022 estuvieron alrededor de 140 futbolistas que actuaron en un país distinto al que nacieron. Y como quedó anteriormente mencionado, solo Argentina, Brasil, Corea del Sur y Arabia Saudí acudieron al Mundial sin contar con extranjeros en sus filas. Como complemento, tales informes recogen que 55 de los 130 futbolistas convocados por las selecciones africanas nacieron fuera de ese continente. En este sentido y en aras de la brevedad, basta con hacer referencia al partido de Francia contra Túnez, en el que este último país incluía en su elenco nada menos que a 14 franceses. El mismo fue calificado en una crónica como una “lucha hasta cierto punto fratricida entre migrantes y asimilados a Europa”.

Pero nada más claro para mostrar el rostro del recién culminado campeonato que el caso de los hermanos Williams, hijos de padres africanos que migraron a Bilbao. Uno de ellos, Nico, integró la selección española y el otro, Iñaki, formó parte de la de Ghana.

La final

El encuentro entre Argentina y Francia me pareció un fiel reflejo del fútbol que se vio durante el torneo, desplegado por equipos más bien parejos y de similar estilo, con ciertas individualidades que marcaban la diferencia.

Me parece exagerado, entonces, que se diga que ha sido la mejor final en la historia de los Mundiales. Creo más bien que puede figurar entre las más inusitadas y emocionantes, gracias a los últimos veinte minutos (cuando el equipo francés decidió empezar a jugar, en lugar de limitarse a ver cómo lo hacían los argentinos), así como a las prórrogas y a la sesión de penales. Pero creo que las ha habido mejores.

 


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