A pesar de los esfuerzos desesperados de uno de los aparatos de represión más crueles del mundo por callarlo, el encarcelado opositor ruso Alexéi Navalny volvió a poner el dedo en la llaga de la trama de corrupción en su país y dijo que sabe quiénes son los financistas y los testaferros del presidente Vladimir Putin. Además, retrata la figura de un oscuro ex agente de la KGB devenido en alguien capaz de todo “por sus baúles de oro”.

Como cuando anunció que regresaría al país después de que lo envenenaron con una droga usada en pesticidas y empleada contra otros críticos del gobierno, Navalny demostró que no tiene miedo y se erige como adversario formidable de Putin al elevar la apuesta frente a este: el 19 de enero –dos días después de su arresto– ordenó publicar la investigación sobre el palacio de más 1.200 millones de dólares que el mandatario se hizo construir en los últimos 15 años a orillas del mar Negro.

Y es que el gusto por esa zona parece estar en el ADN de la oligarquía comunista rusa, que como la del resto del mundo reserva los privilegios para ella. Después de la caída del comunismo en 1989 y la disolución de la Unión Soviética, anunciada por Mijaíl Gorbachov el 8 de diciembre de 1991, se conocieron detalles muy precisos acerca de lujosos palacios de verano de los jerarcas del Kremlin.

Navalny, creador de la ONG Fundación Anticorrupción y autor de numerosas investigaciones que ponen al descubierto negocios turbios del régimen ruso, causó sensación con el video Un palacio para Putin – La historia del mayor soborno, difundido el martes 19 de enero. La producción en YouTube, vista en las primeras horas por cerca de 53 millones de personas, muestra durante casi 2 horas la obra que según la investigación cuenta con una pista de hielo subterránea. Pero más allá de los detalles de esta y otras excentricidades, la averiguación apunta a un entramado de empresas fantasmas y de financiación que involucra a un club de íntimos de Putin, entre ellos Igor Sechin, que dirige la petrolera Rosneft.

El presidente ruso se apresuró a desmentir personalmente las evidencias, diciendo dos días después que el palacio no le pertenece a él ni a su familia, pero el estilo de esas operaciones parece delatarlo. El mandatario es señalado directamente en la investigación periodística conocida como los Papeles de Panamá sobre la mayor filtración de evasores en paraísos fiscales de la historia. Allí se corrió el velo precisamente de un entramado de sociedades “offshore” que contaba con testaferro de confianza para una red de gente cercana a Putin con el fin de ocultar riquezas.

Como ahora, que el Kremlin califica de “disco rayado” los señalamientos sobre el palacio de Putin, en 2016 –a propósito de la implicación del mandatario en el caso los Papeles de Panamá– llamó “encargo descarado” la investigación independiente del Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ) y dijo que se trataba de “hablar por hablar”.

En Venezuela, el régimen de Nicolás Maduro emplea argumentos similares. Ante las sanciones del Departamento del Tesoro en 2020 contra los hermanos Santiago José y Ricardo José Morón Hernández, señalados como testaferros de Maduro y su familia, la respuesta fue que se trataba de “cháchara”, de “intentos torpes, desesperados”. Sin embargo, la desesperación parece acosar en las noches a quienes no han podido desprenderse del temor de que Alex Saab, el testaferro mayor de Maduro, enseñe la ruta de los dólares y el oro del robo permanente, y ayude a Estados Unidos a descifrar también las claves de la conexión rusa de Putin y sus amigos venezolanos.


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