Los dislates de Vladimir Putin llevan a preguntarse para quiénes se vuelven amenaza los valores que sostiene la cultura occidental. ¿A quién amenaza la democracia? ¿Quién puede sentirse amenazado por ella? ¿Los autoritarismos? ¿Las dictaduras? Si la democracia, como es su fundamento, se sostiene en la ley, en la voluntad popular, en la separación e independencia de poderes, en el control del poder, resulta comprensible que se convierta en amenaza para quien profesa la arbitrariedad, la concentración de poder, la anulación de los controles, la falsificación de la voluntad popular o la apelación mentirosa a ella. Valores como libertad, autodeterminación, no tienen entonces significado. Las elecciones se convierten en mentiras o trampas, la autoridad en opresión, el poder en autoritarismo o disfrute de riqueza y privilegios. Para los autócratas, la democracia es una amenaza.

¿Qué importancia tiene la adhesión de Nicolás Maduro al nuevo zar de Rusia? Cuando el jefe del régimen chavista expresa su solidaridad con Putin poco importa que aluda a la paz si se inclina ante quien desata la guerra, ni que recuerde la soberanía si se la ultraja, ni que se proponga “disipar las amenazas del mundo occidental” al tiempo que se solidariza con una amenaza ya ejercida. Es la solidaridad de un régimen que se pone del lado de la guerra y de la imposición autoritaria.

“La estrecha relación entre Venezuela y Rusia no pasa de ser una línea discursiva y retórica”, dice el analista político Jonathan Benavides. Después de las recientes conversaciones Maduro-Putin en las que se anuncia un “aumento de la cooperación estratégica” habría que pensar, sin embargo, que hay algo más. Por ejemplo: la intención de convertirse dentro del continente americano en ficha de una estrategia frente a Estados Unidos, la aspiración de asegurarse la protección de un autócrata rodeado de una casta que concentra la riqueza de un país fuerte política y militarmente, pero de escaso nivel económico, dependiente de la tierra, el petróleo y otras materias primas. Los acuerdos aluden a la cooperación técnica militar y científica militar. Lo más concreto, sin duda, vendrá bajo las formas de asistencia para el control de las comunicaciones y de la opinión pública, avanzadas formas de espionaje y persecución de los ciudadanos, florecimiento de mafias ligadas al poder.

Se trata de una solidaridad que no puede traernos sino daño. Ya nos están afectando. En primer lugar, en los niveles de seguridad, prestigio y confianza. La comunidad mundial que mira con recelo a Rusia traslada ese malestar a sus socios. Para Venezuela crece el recelo de los vecinos. La presencia de Rusia en Venezuela ha pasado a representar un potencial peligro para el continente. Si Rusia ha sido calificada como un Estado paria, el epíteto nos toca por asociación. A la acción de los gobiernos se junta para Venezuela la de las empresas y del sistema financiero y se expresa en el retiro de empresas petroleras, falta de confianza en el mercado internacional, sanciones que tocan el acceso al sector monetario y los mecanismos para la comercialización del petróleo. El mundo se va a acordar de estas solidaridades. La confianza mundial ha sido herida.

Todo hace pensar que seremos socios de un perdedor. Putin ha cometido tres grandes errores históricos y ya comienza a pagarlos, dice Fernando Mires. El primero, explica, creer que Ucrania no es una nación sino un simple territorio; el segundo, subestimar a las naciones europeas, y, el más grande, haber desestimado el papel de la política tanto al interior como al exterior de las naciones. Coincide con el historiador israelí Yuval Noah Harari, que destaca la resistencia del pueblo ucraniano y asegura que es muy probable que Putin se dirija hacia “una derrota histórica”. Para Harahi los últimos días han demostrado al mundo que “Ucrania es una nación muy real, que los ucranianos son un pueblo muy real y que definitivamente no quieren vivir bajo un nuevo imperio ruso”.

La vocación democrática puede más que la solidaridad de los autoritarismos.

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