Los años que Vladimir Putin estuvo en la KGB, cuando todavía era joven, no pasaron en vano. Los aprovechó para dotarse de algunas fórmulas que durante más de dos décadas le han garantizado el ejercicio autoritario del poder, con un costo interno muy bajo y con poca, casi nula, resistencia internacional.

El autócrata ruso –quien a raíz de la crisis con Ucrania ha colocado a Europa al borde del conflicto bélico más grave y extendido desde la Segunda Guerra Mundial– se ha valido de distintos métodos para acabar con sus adversarios domésticos e ir afirmando su autoridad en el ámbito planetario.

En Rusia, a los periodistas que denuncian sus desafueros y los de su círculo íntimo, los asesina o desaparece. A los políticos que pueden competir con él, aunque sea en los procesos amañados que convoca–caso Alekséi Navalni- primero los envenena y, luego, cuando se recuperan, les ordena a sus tribunales que los condenen a prisión. A organizaciones no gubernamentales, como Memorial, que defienden los derechos humanos, las persigue y clausura. Nada lo detiene, ni se detiene ante nada. Frío, calculador, con espíritu de agente secreto de una de las policías más temibles en la historia de la humanidad, ha construido el inmenso poder que ahora detenta. Le importa poco la escasa popularidad que ha logrado en la Federación Rusa, particularmente entre los jóvenes. Ese no fue obstáculo para que promoviera la reforma constitucional que le permitirá gobernar, en teoría, hasta 2036. ¡Casi cuatro décadas en el Kremlin!

En el espacio internacional, su plan expansionista crece a un ritmo vertiginoso. Aspira –lo subrayan destacados analistas, menciono solo a la norteamericana Ann Applebaum y al venezolano Félix Arellano– reeditar en el siglo XXI una versión remozada de lo que fue el imperio zarista o, en época más reciente, la URSS.

Para extender su influencia, se vale de distintos procedimientos, ninguno de ellos ortodoxo ni apegado a los códigos de coexistencia pacífica avalados por la Organización de Naciones Unidas. En el Medio Oriente, a raíz de su apoyo al presidente sirio Bashar al-Ássad y al retiro de Estados Unidos y Europa de ese escenario, su influencia en la región ha alcanzado cotas elevadas. En las dos últimas elecciones norteamericanas utilizó a sus hackers: primero, para perjudicar a Hillary Clinton y favorecer a Donald Trump; luego, intervino para debilitar la campaña de Joe Biden porque deseaba la reelección de su amigo Trump.

Además del hackeo, Putin recurre a la invasión armada y a la guerra asimétrica en distintos teatros de operaciones. En 2014 asaltó y anexionó la península de Crimea, parte del territorio insular ucraniano. También en 2014, a partir de abril, valiéndose de grupos prorrusos muy activos que se encontraban en el este de Ucrania, en la zona de Donbás, fomentó el movimiento separatista que condujo a la creación de la República Popular de Donetsk y la República Popular de Lugansk, ambas reconocidas formalmente por Putin el lunes 21 de febrero, en un acto que representa una clara violación de los acuerdos de Minsk –los cuales garantizaban la integridad territorial de Ucrania– y al derecho internacional defendido por la ONU. Este reconocimiento constituyó, además, un sabotaje a los esfuerzos diplomáticos realizados por el canciller de Alemania, Olaf Scholz, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, quienes se habían reunido con Putin en Moscú, y por la Unión Europea a través de su canciller, Josep Borrell, y de la ONU. Además, Putin financió a los mercenarios que se constituyeron en el brazo armado de los agentes prorrusos en cada una de esas «repúblicas». En cambio, en Chechenia decapitó a los sectores separatistas que fomentaban la independencia de esa pequeña zona con respecto de Rusia.

Ahora se ve con claridad que el reconocimiento de Donetsk y Lugansk como «repúblicas independientes» perseguía pavimentar la vía para desencadenar desde esos territorios la invasión masiva a Ucrania. Con ese movimiento se cerró el círculo en torno de esa nación. Por el norte Putin contaba con el respaldo de Bielorrusia y por el sur con el control de Crimea.

Fracasados los esfuerzos diplomáticos de la Unión Europea y Estados Unidos por detener al jerarca ruso, solo queda ver cuál será la reacción de las naciones del viejo continente y de Estados Unidos, además de las sanciones económicas ante esta nueva agresión de Putin. El ejército ucraniano se muestra incapaz de contener el avance de las tropas rusas, preparadas desde hace años para esta confrontación. El liderazgo europeo y el presidente Biden tendrán que vencer poderosas resistencias internas para llevar la lucha al terreno militar

Los gobernantes y el Parlamento Europeo deberán decidir cómo será la nueva coexistencia con el mandatario ruso. La experiencia con Hitler y Stalin y el Ejército Rojo, luego de concluida la Segunda Guerra Mundial, indica que esta clase de autócratas expansionistas solo detienen sus ambiciones, si frente a ellos se forma una fuerza multinacional cohesionada y firme que los detenga. De ese espíritu de resistencia y lucha surgieron los Aliados y la OTAN. En Ucrania está en juego la supervivencia de la democracia occidental y el sistema de libertades sobre los que se fundó la cultura europea a partir de la Revolución inglesa, la Revolución francesa y, más recientemente, del derrumbe del imperio soviético.

Putin representa un peligro para los ucranianos, los europeos y la humanidad amante de la democracia y la libertad.

@trinomarquezc

 


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