Jruschov y Kennedy

El lugar común que se usa en las aulas y en los espacios de opinión para caracterizar política, económica y militarmente en ese lapso comprendido entre 1989 y 1991, siempre se inicia así: «Después de la caída del Muro de Berlín, de la desaparición de la URSS y el fin de la Guerra Fría…» y a partir de allí se empieza un desarrollo para abordar cualquier tema derivado del cambio global que se comenzó a gestar en esos dos años. Uno de esos cambios fue la independencia de los 15 países que integraron el Estado soviético más los 5 estados no reconocidos, como Abjasia, Nagorno-Karavaj, Osetia del sur, Transnitria y Crimea. Más la definitiva disolución de las alianzas políticas y militares con otros estados como Albania, Hungría, Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, Rumania, Alemania Oriental. Ese lugar común se convirtió en una muletilla apropiada para académicos, políticos, militares e investigadores como una importante referencia histórica que cambió el curso del mundo durante 70 años.

Con la disolución de la URSS pierde esencia el tratado de amistad, cooperación y asistencia mutua llamado el Pacto de Varsovia, una alianza militar activada en 1955 para hacer frente a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, otra alianza militar occidental, activada en 1949 para frenar el avance del comunismo desde Europa del este hacia el centro, y para garantizar la defensa colectiva en caso de la agresión a alguno de sus miembros. La OTAN era la barrera militar de contención frente al expansionismo alentado desde Moscú.

Como decíamos, el hito fundamental que quebró la línea política y militar que caracterizó el enfrentamiento entre el este y el oeste del mundo, a todo lo largo del siglo XX, es esa etapa de 1989 – 1991.

Desde entonces, muchos de los Estados independientes, exaliados de la URSS se han pasado de bando y se han incorporado a la OTAN. Hungría, República Checa, Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Lituania, Letonia, Rumania, y la mayoría de las naciones que formaban la antigua Yugoslavia, entre otras, ya forman parte de la alianza occidental. En términos geográficos y políticos, la frontera de occidente se ha corrido bastante hacia Rusia.

Ucrania, una antigua nación miembro de la extinta URSS, desde 2008 es un firme solicitante para adherirse a la alianza occidental. Y a partir de allí empiezan los problemas. Ucrania, ubicada al sur de Rusia, es uno de las salidas principales y expeditas al mar Negro y se constituiría en el más importante acercamiento de la alianza atlántica al territorio ruso. Una incorporación de Ucrania a la OTAN le estaría resoplando militarmente en la oreja al Kremlin. Sería abrir el espacio de Ucrania para la instalación de bases militares, para la presencia física de soldados alemanes, franceses, italianos, españoles, turcos o estadounidenses a brinco de frontera y para el despliegue de misiles en el patio trasero de Rusia. Eso la Rusia de Putin no lo va a permitir. No lo creo.

La jugada política y militar de la alianza atlántica probablemente se va a estrellar contra el histórico desempeño del expansionismo ruso, acostumbrado a responder duro apoyado por la poderosa maquinaria de sus Fuerzas Armadas y su amenazante arsenal nuclear, disponible desde los tiempos también duros de la Guerra Fría. Adicional a eso, están sus otras alianzas para frenar el avance occidental en Eurasia.

Ya hizo algo en ese sentido en 2008 en Crimea, y lo está haciendo en las dos regiones al este de Ucrania, como Donetsk y Luhansk.

Desde esos tiempos de la caída del muro de Berlín, el oso ruso no se ha quedado tranquilo. En 1991 activó la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) con otros Estados vecinos y desde 1992 se alió a otros ocho más para activar también la Organización de Cooperación de Shanghái. Entre ellos están tres miembros más del club nuclear como China, India y Pakistán. Todos estos pactos anteriores son para garantizarse la defensa en caso de alguna agresión militar a alguno de ellos.

Pero, además, un poco para poner en contexto militar, Rusia es el número uno en el club nuclear por encima de Estados Unidos y China, y tiene las segundas fuerzas armadas a escala global. Mención adicional para reforzar y contrastar a nivel de los liderazgos responsables de tomar las decisiones finales en esta crisis que tiene rasgos similares a la crisis de los misiles de 1962, a 90 millas del territorio continental estadounidense. Vladimir Putin no es Nikita Jrushchov ni Joe Biden no es John F. Kennedy. En aquella ocasión con el mundo al borde del holocausto nuclear y la sobrevivencia de la humanidad pendulando en el dedo índice del primer secretario del Comité Central del Partido Comunista de la URSS y el del 35 presidente estadounidense, un eufórico Fidel Castro alentaba, en un abultado cruce de cartas de esos días, al camarada Jrushchov para que tomara la iniciativa e hiciera el primer disparo del arma atómica, aceptando en nombre del pueblo cubano la respuesta de Washington que los iba a borrar del planeta. Afortunadamente privó la sensatez. Y los misiles de la crisis fueron desmantelados y regresados a Rusia. Fueron esos tiempos en que Fidel, bravo con Jrushchov, puso a desfilar a miles de cubanos en las calles de Cuba, al ritmo de una conga que decía “Nikita mariquita, lo que se da no se quita”.

50 años después, con esta situación en Ucrania, el mundo vuelve a ponerse en vilo con una crisis diplomática, política y militar que puede poner a la civilización nuevamente al borde de una tragedia. Pero, Putin no es Jrushchov y Biden no es Kennedy.

Con Rusia, desde el año 2001, la República Bolivariana de Venezuela ha suscrito acuerdos políticos, militares y económicos durante la gestión del entonces presidente Hugo Chávez, acuerdos que conoce al dedillo el actual presidente usurpador, el señor Nicolás Maduro, en virtud de su gestión desde 2006 hasta 2013 como canciller de la República.

En síntesis, la crisis en Europa del este con Rusia es por Ucrania y de esa crisis Venezuela participa como peón, como alfil, como caballo o como torre, depende de la colaboración que le impongan sus acuerdos con Rusia. Y depende de cómo se desenlace la crisis. Si escala, y la OTAN acepta a Ucrania como miembro formal, las posibilidades de la invasión se incrementan y Venezuela estará allí, de este lado del océano Atlántico para apoyar a Rusia en actividades técnicas y militares, según las últimas declaraciones oficiales de ambos gobiernos. No hay que olvidar que Colombia es socio global de la OTAN desde 2013. Esa sociedad acaba de ser ratificada en diciembre de 2021 por el ministro de la defensa colombiano, el señor Diego Molano.

De manera que ese es el panorama de como nuestro país, históricamente ajeno a las estridencias del juego geopolítico mundial, se involucra y se compromete en este pulso diplomático, político y militar que sostiene Rusia y Estados Unidos, con la OTAN de por medio por el tema de Ucrania.

Como decíamos de entrada, después de la caída del Muro de Berlín, de la disolución de la URSS y el fin de la Guerra Fría, las cosas en el mundo han cambiado.

¿Como se va a desenlazar esta crisis en Ucrania? Putin no es Jrushchov y Biden no es Kennedy.

 

 


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