En el arte militar el elemento sorpresa significa operaciones que son completamente inesperadas para cualquiera de los bandos opuestos y crea condiciones favorables para la victoria y economiza gran parte de fuerzas y recursos. Cuando los teóricos militares hablan de sus efectos la califican de un efecto que degrada significativamente la eficacia del enemigo. La sorpresa incrementa significativamente las posibilidades de éxito del atacante y reduce sus bajas. En algunos casos una gran sorpresa estratégica obliga al enemigo a retirarse. La historia atribuye a la sorpresa estratégica resonantes triunfos como el Caballo de Troya; la ocupación de Francia por Hitler; el ataque japonés a Pearl Harbor y la Guerra de los Seis Días de 1967, mediante la cual Israel destruye centenares de aviones egipcios en tierra.

La invasión rusa a Ucrania careció completamente del elemento sorpresa porque la inteligencia de Estados Unidos, en una minuciosa y planificada estrategia comunicacional anuló completamente la posibilidad de que Putin la usara como ventaja. La confusión inicial fue tan obvia que Putin se vio obligado a dedicar tiempo para reconsiderar sus opciones, suficientes para que Ucrania se preparara mejor para la defensa. La sorpresa estratégica está intencionalmente del lado del atacante, pero Estados Unidos la trastocó y bien pudiera estar agazapada en el campo de defensa que Ucrania que ya comenzó a desplegarse con una inesperada tenacidad que ha demorado los planes rusos de tomar Kiev en las primeras de cambio. No ha sido así, la insurgencia probablemente no lo impida, pero no esperaban esta firmeza. En cualquier caso, la guerrilla urbana que se espera de una ciudad de cerca de 3 millones de habitantes obligará a los rusos a pagar un precio muy alto por este crucial enclave.

La estrategia de hacer pública la información de inteligencia le ha granjeado a Estados Unidos una impresionante credibilidad en el mundo, invalorable en el desarrollo de este conflicto. Separar la información de la propaganda es decisivo y ya Estados Unidos, ante el mundo, se ha enseñoreado de la información veraz.

¿Guerra injusta?

¿Cómo se librará esta guerra del siglo XXI? En seguimiento de principios históricos y filosóficos la guerra justa es un conjunto de reglas de combate acordadas entre enemigos culturalmente similares. Es decir, cuando dos pueblos en guerra comparten una serie de valores, implícita o explícitamente, acuerdan los límites del conflicto. Pero cuando los enemigos difieren debido a sus diferentes creencias religiosas, raza, idioma o descontrol psicológico de gobernantes los conflictos son “menos humanos” y no se aplican las convenciones de la guerra. Este parece el caso del autócrata ruso. Putin le ha negado a Ucrania, no solo el derecho primario de su soberanía, sino de su mera existencia. Por otra parte, es bien sabido que la doctrina militar rusa tiene muy poco miramiento por los daños colaterales de la población civil. En Siria, la participación rusa ha sido responsable de decenas de miles de muertes de civiles en miles de incursiones aéreas y en lo que va del conflicto en Ucrania, ya es posible advertir el desinterés por evitar los daños colaterales.

Después de oír la justificación de Putin de “proteger a los civiles en las regiones separatistas” de Ucrania, sin la menor evidencia de que estuvieran bajo amenaza, quedan pocas dudas de que el autócrata ve a los ucranianos como un pueblo con quien comparte identidad moral. Una de sus desmesuras para justificar sus maniobras es la de acusar a Occidente de usar a Ucrania para invadir a Rusia. Estados Unidos advirtió por semanas que Moscú planeaba crear una justificación falsa para la guerra y es esto es lo que ha ocurrido. En una inaceptable distorsión histórica, impropia de un jefe de Estado del siglo XXI, Putin no reconoce la soberanía de Ucrania o su existencia como Estado.

Ambición, arrogancia y codicia

Ningún imperio caído ha sido restaurado a su poder original. Egipto, Persia, Bizancio, Roma, Napoleón, España, Otomano o el de Gran Bretaña nunca regresaron a lo que fueron. Aparentemente Putin no está aún enterado. Su justificación pública con el pueblo de Rusia fue históricamente errática, con falsedades como esa de que Ucrania está dominada por neonazis. El presidente y el primer ministro de Ucrania son judíos. La élite intelectual rusa debe sentirse abochornada con ese despliegue de armas e ignorancia. La ambiciosa aventura de Putin infligirá un enorme daño a la población de Ucrania y de Rusia.

Las sanciones que impusieron Estados Unidos y la Unión Europea el pasado viernes a Vladimir Putin, lo coloca en una compañía histórica sin precedentes en un país desarrollado, a un lado de los presidentes Bashar al-Assad de Siria y Nicolás Maduro de Venezuela.

El historiador John Prevas en su libro sobre Julio César, Power, Ambition, Glory advierte que “la ambición no es del todo mala. Dosis saludables pueden ser efectivas. El truco para dominar la ambición es saber cuándo las recompensas son suficientes. Sin control, la ambición puede mutar en arrogancia y codicia, dos de los impulsos humanos más destructivos”. Putin, como otros autócratas, muestra ese peligroso descontrol de ambición cuando sugiere la restauración del imperio de Pedro el Grande o del imperio soviético. El caso es que Rusia está hoy por hoy muy lejos del imperio zarista y la ex Unión Soviética. El tamaño de la economía de Rusia es menor que la del estado de Texas, de modo que el sueño de Putin de restaurar un imperio ocupando militarmente a un país cuyos ciudadanos lo rechazan en 90% es absolutamente irreal y de un costo económico inconmensurable para el moderado poder que pretende compensar recordando sus armas nucleares.

Algunos analistas han tratado de explicar la conducta de Putin a través de la “teoría del hombre loco”, comúnmente asociada con la política exterior del presidente Richard Nixon durante la Guerra Fría. Nixon trató de hacerles pensar a los líderes de bloque soviético que él era irracional y volátil. Según la teoría, esos líderes evitarían provocar a Estados Unidos por temor a una respuesta impredecible.

Otra especulación se refiere a la cómica distancia física que Putin le impone a su entorno y que tiene que ver con los antecedentes históricos de Rusia y otros autócratas en todas las latitudes que, habiendo cruzado la línea de sus ambiciones, mutaron en arrogancia y codicia desarrollando una constante paranoia de ser asesinados. Antes de que el zar Alejandro II de Rusia fuera asesinado el 1 de marzo de 1881, hubo cinco atentados contra su vida. Nuevos documentos revelan que Stalin fue envenenado por Lavrenti Beria, su jefe de policía secreta, con la complicidad de Gorgi Malenkov, y su sucesor, Nikita Khushchev. Darío II de Persia fue asesinado por uno de sus generales. El asesino del primer ministro Yitzhak Rabin de Israel fue un judío resentido. Miembros de sus escoltas militares asesinaron a la primera ministra Indira Gandhi y su hijo que la sucedió como premier de la India. La cabeza del intento de asesinato a Hitler en 1944 era miembro de su Estado Mayor, el general Stauffenberg. Un miembro de la Casa Militar de Anwar Sadat, presidente de Egipto, lo asesinó en un desfile militar el 6 de octubre de 1981.

Cuando el destino de una nación se personifica en la voluntad de un solo hombre y solo de él depende sus desgracias, las opciones para un cambio suelen simplificarse. Después de todo Vladimir Putin es el primero con la capacidad y la experiencia para entender los móviles que conducen a los asesinatos relacionados con el poder, él mismo ha sido acusado de ordenar gran número de ellos.

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