envenenados Putin

Estas líneas se están entregando al periódico en la madrugada del viernes 25, pero vista la fluidez de los acontecimientos bien pudiera ser que a la hora de su publicación hoy sábado se hayan convertido en  obsoletas (lo que los periodistas creo que llaman “caliche”). Así y todo nos permitiremos hacer algunas breves reflexiones con el ánimo de contribuir al debate y generar conclusiones “prima facie”.

Hacemos la salvedad de que no somos “ucraniólogos” ni nada parecido. Solo nos une a Ucrania el hecho de que nuestra abuela materna, Adela y su familia eran ucranianos, judíos, de Odessa, a orillas del mar Negro, que para finales del siglo XIX era parte del imperio ruso cuya lengua fue la que primero ella aprendió. Llegó a la Argentina con documento emitido por aquel imperio, igual que Adolfo, quien se convertiría en su esposo, que siendo oriundo del Báltico -había nacido en Riga, Latvia- también llegó a Argentina con pasaporte ruso. Decimos esto porque venimos observando la proliferación de “expertos” en la materia que ocupa los titulares del momento que apenas habrán leído con rapidez lo que dice Wikipedia, lo cual no les impide pontificar sobre los acontecimientos de estos días. Esperamos estar excluidos de ese lote al ofrecer las siguientes consideraciones.

Como ocurre siempre que hay un conflicto bélico, la verdad es la primera víctima. Este no es la excepción. En nuestra opinión Ucrania, país soberano, tiene todo el derecho de tomar el rumbo que mejor le parezca en materia de política interna y exterior. Ello no significa que las orientaciones que decida puedan o no generar preocupaciones a sus vecinos. Ni más ni menos que lo que ocurrió en 1962 con la llamada “crisis de los misiles en Cuba” cuando ese país, que había tomado el rumbo comunista, decidió permitir que la entonces Unión Soviética instalara misiles en la isla, que dista solo 90 kilómetros de las costas de Florida. El entonces presidente de Estados Unidos (Kennedy) interpretó tal movimiento como inaceptable y exigió a la Unión Soviética el retiro inmediato so pena de invasión a la isla. De inmediato se estableció un férreo bloqueo naval para impedir que pudieran llegar a Cuba los suministros misilísticos. El mundo estuvo al borde de la Tercera Guerra Mundial por varios días hasta que Khruschev decidió recular y retiró los cohetes, para lo cual ni siquiera preguntaron la opinión a Fidel Castro que aún surfeaba en la cresta de la ola de su prestigio. Dicen que se disgustó mucho.

Es harto evidente que Rusia lo que quiere hoy es buscar el pretexto que le permita desatar una operación militar para rescatar a los “rebeldes” que aspiraron y lograron salirse del redil cuando se disolvió la Unión Soviética a finales de diciembre de 1991. Para ello han equipado y financiado a  los grupos rusoparlantes separatistas que habitan en la frontera entre ambos países y han difundido la especie de que el gobierno de Kiev comete genocidio al estilo nazi (palabras exactas de Putin en su discurso del lunes pasado, 21 de febrero). Ante tal pretexto promueven que esos territorios, que equivalen a 7% de la superficie de Ucrania, se declaren independientes, Rusia les da reconocimiento inmediato y sin demora las “nuevas autoridades” solicitan la intervención de Moscú para “resguardar la paz”, a lo que el Kremlin accede prestamente. Lo mismo hicieron hace veinte años en Georgia y en Osetia. Hasta ahora se salieron con la suya. Los únicos países del mundo que reconocen a Osetia son Rusia y -naturalmente- Venezuela.

Para ayudar a la comprensión pongamos un hipotético ejemplo venezolano: los wayúu del Zulia (guajiros) que no se perciben ni como colombianos ni como venezolanos sino como indígenas ancestrales, o lo mismo los yanomamis de Amazonas que no se identifican ni como brasileños ni como venezolanos, decidieran proclamar su independencia y pedir a Rusia, Estados Unidos o cualquier otro país que intervenga para garantizar dicha independencia y la paz. Si tal hipótesis suena bizarra entenderemos que extrapolándola a Europa es igualmente ridícula.

Este conflicto, asimismo, nos está demostrando que en el mundo globalizado la guerra se libra a punta de técnicas de comunicación, sanciones, sabotaje electrónico etc. Los soldados de carne y hueso solo sirven para garantizar la supremacía que se logre obtener y son los que se cuentan en la lista de muertos.

Si bien Europa en su conjunto es vecina del escenario del conflicto, ellos por ahora se mantienen dentro del marco del discurso, las declaraciones de principios y pare usted de contar, salvo Alemania que es rehén de la dependencia energética del gas y petróleo ruso que le llega por oleoducto. Si eso es así allá, ¿usted se imagina cuánto valdrán para ellos las declaraciones de apoyo a la democracia venezolana? Incluso, Estados Unidos hasta este momento ha aplicado sanciones fuertes cuyo efecto no es de un día para el otro, pero no han quitado a Rusia del sistema bancario mundial llamado SWIFT a través del cual se hacen todas las transferencias de fondos en el mundo. Clave para un país petrolero como Rusia cuyo principal ingreso es la exportación de energía.

Entretanto, en Europa y Estados Unidos el público está menos interesado en la integridad territorial de Ucrania que en la subida drástica del precio de la gasolina que afecta desde ya mismo al bolsillo de la gente. Nos consta que en Estados Unidos el tema prioritario no es el de Europa Oriental sino el de la bomba de gasolina donde un galón pasó de costar dos dólares a superar los cuatro.

Mientras tanto, los precios del petróleo (105 dólares el Brent y 70 el venezolano) benefician a quienes sí pueden exportarlo y no a Venezuela que ve pasar la bonanza por sus costados siendo que -gracias a la Pdvsa roja-rojita- apenas si tiene un repele para vender en lugar de los tres millones prebolivarianos.

Por último, el comentario tragicómico que motiva el titulo de estas líneas: “Venezuela y su pueblo están con Putin pa’ lo que salga”. Tal insensatez pronunciada por Nicolás nada tiene que ver con el venezolano de a pie y lo que revela es que quienes ocupan Miraflores no son sino peones de un juego cuyo control no les pertenece. En 1962, después de la megacrisis, la Unión Soviética y Estados Unidos convinieron en definir sus zonas de influencia. Al hacerlo Cuba y Fidel quedaron «colgados de la brocha”. No sería extraño que nuestros “próceres bolivarianos” puedan saborear la misma medicina.

@apsalgueiro1


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