Para el mundo occidental la historia de la emigración es bíblica por excelencia. Después de que Adán y Eva violaron el mandato de Dios de no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal, el Creador los conminó a abandonar el jardín de Edén. Ese fue el origen de la primera emigración humana.

En el campo historiográfico el proceso se cumplió de manera diferente, pues en sus primeras manifestaciones la acción estuvo asociada a la supervivencia de los cazadores y recolectores. Fue mucho más tarde que los desplazamientos se llevaron a cabo por razones comerciales (Grecia y Roma) y de conquista de nuevos territorios (invasiones bárbaras). Más cerca de nuestra época las emigraciones fueron impulsadas por razones bélicas, conflictos políticos internos y hasta necesidades laborales.

Producto entonces del desastre que ha significado la revolución bolivariana para Venezuela, le ha tocado ahora a nuestro pueblo padecer la penuria emigratoria. La cifra de los desplazados ya bordea los 4.500.000, número que seguirá creciendo si no se produce un cambio político y económico en el país, a corto plazo.

La cuestión es que la no solución del drama tiene importantes repercusiones para los que se van, los que se quedan y los distintos países receptores de los compatriotas que se marchan. Filippo Grandi, alto comisionado de la Organización de las Naciones Unidas para los Refugiados, fue rotundo al señalar recientemente que si sigue el flujo de migrantes venezolanos habrá problemas muy serios.

Muestras de lo anterior ya se están manifestando en Perú a través de actos xenofóbicos. En diferentes medios de comunicación de nuestro país se registraron hechos específicos: salvaje golpiza a una joven venezolana, sin motivo alguno, por parte de policías peruanos; un grupo de supuestos militares de dicho país distribuyó entre la población volantes con mensajes contra los venezolanos; y ciudadanos que marcharon gritando: “Maduro recoge tu basura, fuera venecos”.

Frente a los eventos anteriores el presidente encargado Juan Guaidó fue enfático al declarar: «Hoy invocamos a la solidaridad del mundo. En lo personal es muy doloroso ver que no solamente estamos sufriendo aquí, sino que también hemos sufrido para poder insertarnos de nuevo en otra sociedad».

Es relevante destacar que tanto el gobierno del Perú como importantes medios de comunicación de dicho país condenaron con firmeza toda forma de xenofobia contra los venezolanos.

Más allá de los esfuerzos que se hagan por sensibilizar a los habitantes de los países receptores de nuestra emigración, es inevitable que mentes aisladas, pacatas e impregnadas de radicalismos enfermizos recurran al ya fuera de contexto ¡ana cariná róte! (¡solo nosotros somos gente!) de nuestra nación caribe en la época de la Conquista de América. La expresión era dirigida por igual a cualquiera otra tribu de su entorno y a los conquistadores españoles.

Es por eso que los que los venezolanos que parten en busca de un mejor horizonte y los que aquí nos quedamos, transmitamos a los países hermanos el bello mensaje contenido en el poema que nos legó Aníbal Nazoa (1928-2001) y que luego fue musicalizado con gran éxito fuera de nuestras fronteras por Soledad Bravo, titulado “Punto y raya”. Una parte significativa de su letra dice así:

Entre tu pueblo y mi pueblo,/ hay un punto y una raya./ La raya dice no hay paso,/ el punto, vía cerrada…/ Caminando por el mundo/ se ven ríos y montañas,/ se ven selvas y desiertos,/ pero ni puntos ni rayas…

 


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