Mi artículo de la semana pasada versó sobre la necesidad de abordar la desinformación con pensamiento crítico. Este artículo también toca el pensamiento crítico pero desde otra perspectiva: es una traducción libre de uno publicado en la revista digital Psychology Today, el pasado 2 de julio de 2020. Tal artículo llevó el título de “The psychology of bullshit” y su autor, Joseph M. Pierre, es médico y profesor clínico de ciencias de la salud en el Departamento de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento, en la Escuela de Medicina David Geffen de la Universidad de California, en Los Ángeles, y también es el jefe interino de Sistemas de Atención Comunitaria de Salud Mental en el Sistema de Salud Veteran Affairs Greater, en Los Ángeles, California.

Con su ensayo «Sobre la basura» (“On bullshit», Princeton University Press, 1986), el filósofo de Princeton, Harry Frankfurt, inauguró el estudio de la basura como un tema serio de investigación académica.

Tal como aprecia el lector, basura es la traducción que he utilizado para “bullshit”, un término que se utiliza en la jerga científica en Estados Unidos e incluso aquí en Venezuela. Para tal término, el Diccionario de la Real Academia Española tiene 9 significados y yo pienso que el que más se ajusta a su intención en castellano, y a un uso apropiado del lenguaje, es basura. En cualquier caso y para mejor entendimiento y comodidad del lector, en donde este encuentre la palabra “basura” puede sustituirla por su traducción literal.

En términos técnicos, la basura se define como «comunicaciones que resultan de poca o ninguna relación con la verdad, la evidencia o el conocimiento semántico, lógico, sistémico o empírico establecido». En pocas palabras, la basura hablada, o escrita, es «algo que si bien puede tener implicaciones, no contiene ni significado ni contenido adecuados».

El acto de hablar basura, o el de escribirla, no es mera tontería. Está materializado para parecer significativo, aunque en un examen más detallado, no lo sea. Otro de sus elementos clave es que hablar basura no es lo mismo que mentir. Un mentiroso sabe la verdad, pero hace afirmaciones que están destinadas, deliberadamente, a venderle a su prójimo falsedades. Los imbéciles, por el contrario, no están preocupados ni por la verdad ni por la mentira, por mucho que estén tratando de parecer que saben de lo que están hablando. En ese sentido, hablar basura puede considerarse como una demostración del efecto Dunning-Kruger, aquel  sesgo cognitivo según el cual los individuos más ignorantes tienden a considerarse más inteligentes de lo que son, mientras que los individuos con mayores conocimientos suelen ser más modestos a la hora de reconocer sus capacidades.

El psicólogo John Petrocelli, de la Universidad de Wake Forest, en Winston-Salem, Carolina del Norte, encontró evidencia que respalda que más allá del efecto Dunning-Kruger, la basura se manifiesta cuando hay presión social para proporcionar una opinión y obtener una validación que permitirá a alguien salirse con la suya. Hace 34 años, Frankfurt señaló que tales condiciones estaban presentes en Estados Unidos, en donde las personas se sentían con derecho, si no obligadas, a ofrecer «opiniones sobre todo» y en particular, sobre política, negando a menudo la realidad objetiva en favor de expresar opiniones personales apasionadas. Por cierto, aquí en Venezuela sucede lo mismo, de allí que no resulta extraño ver a simples ciudadanos suministrando opiniones como si fueran expertos en las áreas de política o economía, por mencionar dos de las más frecuentes.

También está la investigación del psicólogo Matthew Fisher, de la Universidad de Yale, misma que demostró que el efecto Dunning-Kruger se magnifica con el acceso a Internet y es que existe la tendencia a mezclar y confundir la capacidad de buscar información en Internet con conocimiento personal real. Las redes sociales también ofrecen un entorno que posibilita la presión social a generar basura con un anonimato que proporciona validación social. En 2018, los expertos en educación de la Universidad de Queen en Belfast, Alison MacKenzie e Ibrar Bhatt, lo resumieron de esta manera: «… junto con un ecosistema de redes sociales omnipresente y fragmentado y una alta inmersión en Internet, la vida pública ofrece abundantes oportunidades para producir basura y mentir, en una escala que apenas hubiéramos podido prever hace 30 años».

Mientras Harry Frankfurt originó los avances que en el campo académico desembocaron en el estudio de la basura, el profesor de Psicología de la Universidad de Regina, Canadá, Gordon Pennycook estudió a aquellos que la consumen. Él y sus colegas ganaron un Premio Ig Noble de la Paz por desarrollar un cuestionario diseñado para cuantificar la receptividad a un tipo particular de basura que llamaron «basura seudoprofunda» («On the reception and detection of pseudo-profound bullshit», Judgment and Decision Making, Vol. 10, No. 6, November 2015, pp. 549–563).

La escala BRS (por Bullshit Receptivity Scale) solicita a los encuestados que califiquen la profundidad de afirmaciones aparentemente impresionantes que se les presentan como verdaderas y significativas, pero en realidad son vacías. Dichas afirmaciones son construidas a partir de una combinación aleatoria de palabras tomadas de los tweets de Deepak Chopra y  frases obtenidas con el New Age Bullshit Generator (http://sebpearce.com/bullshit/). La escala ha revelado que el atractivo de tales declaraciones aparentemente profundas, pero en realidad sin sentido, varía entre los individuos como un rasgo psicológico continuo que puede cuantificarse.

Los primeros resultados de esa investigación sugieren que el consumo de basura es una tendencia en aquellos individuos que piensan más intuitivamente que analíticamente, aquello que el bueno de Daniel Kahneman, premio Nobel en el año 2002, llamaría Sistema 1 versus Sistema 2, respectivamente (“Thinking Fast and Slow», Farrar, Straus and Giroux, New York, 2011).

Dicho de otra manera, lo opuesto a la disposición a consumir basura —la detección de la basura— requiere de reflexión y análisis activo y deliberado, pensamiento crítico pues, en lugar de la simple aceptación.  Así, la propensión a aceptar basura puede reflejar más bien un tipo de flojera cognitiva y aquí subyace una magnífica oportunidad porque, si es cierto que la flojera cognitiva es un hábito, puede educarse hasta desplazarlo por uno mejor y productivo: el pensar críticamente.

 


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