“Los gobiernos deben promover y proteger el acceso y la libre circulación de la información durante la pandemia”, reclaman los expertos internacionales y así debe o debería ser.

Los popes de la ONU, las Américas y Europa encargados de custodiar la vigencia de la libertad de expresión, David Kaye, Edison Lanza y Harlem Désir, anticipándose a lo que es “habitual” en las crisis recuerdan que “la salud humana no solo depende del fácil acceso a la atención sanitaria. También depende del acceso a información precisa sobre la naturaleza de las amenazas y los medios para protegerse a sí mismo, a su familia y su comunidad. El derecho a la libertad de expresión, que incluye el derecho a buscar, recibir y difundir información e ideas de todo tipo, independientemente de las fronteras, a través de cualquier medio, se aplica a todos, en todas partes, y solo puede estar sujeto a restricciones limitadas”.

Hay que tenerlo presente.

Sabido es que en épocas de guerra la primera victima es la verdad. La censura, el control  de la información, la difusión de noticias falsas, las trabas al libre ejercicio del periodismo son armas ilegítimas de las que se vale cada bando en pugna, enancados en la “legitimidad” de su causa.

Esa es la experiencia con los conflictos armados, tan comunes. En cambio, respecto a casos de “pandemias” la experiencia no es tan rica y en cuanto al especifico del covid-19 las señales son confusas. Y como lo que sobra es información, lo que en principio es bueno, puede confundir mucho y conspirar contra el éxito de la lucha contra el enemigo común.

Se trata de la primera peste en épocas de redes. Y estas alocadas y desaforadas. El bombardeo informativo es continuo y explosivo y salta de lo humano a lo divino y viceversa. Y, a no olvidarlo, no existe quién pueda decidir cuál es la verdad y menos aun cuando se manejan tantas verdades absolutas. Son miles y millones que aparecen con la receta mágica, con la panacea y los que son capaces de fertilizar milagros, como si fueran papas. Caen por su propio peso y ridiculez, pero hay mucha gente que cree y los asumen. Al mismo tiempo, abundan los informes serios con fuentes muy confiables y apuntalados por reconocidas autoridades en la materia específica, pero en muchos casos totalmente contradictorios entre sí. Uno no sabe qué hacer ya y ni cómo lavarse las manos.

Es quizás el momento para la prensa. La hora para salir a recuperar una credibilidad bastante deteriorada y un liderazgo en bancarrota. Es hora de marcar la diferencia con “las redes”. De olvidarse de competir con estas y de librar batallas con enemigos de la libertad de expresión que han encontrado en “las redes” su mejor terreno, a la vez que  las utilizan como sus armas preferidas y a ellas recurren continuamente hablando del derecho a la información de los ciudadanos y muy especialmente del derecho y la “libertad de expresión” de quienes encaramados en el poder pretenden adueñarse de todo y manipular a esos ciudadanos que dicen defender y representar. Los ejemplos huelgan.

La prensa, los medios tradicionales, en los que aún la mayoría del público confía y cuyo respaldo buscan incluso cuando recurren a la plataforma digital, tienen el chance ahora de recobrar el capital perdido. La forma es muy simple, es procurar y dar la mejor información; la más cercana a la verdad para servir a cada ciudadano y a la sociedad toda. Solo basta con ser prudentes. Con preguntar, investigar, entrevistar, hurgar en donde sea, seleccionar, confirmar debidamente y chequear y equilibrar todo el material que se entregará a la gente. Para ser su guía y para diferenciarse de “las redes”.

Será bueno para todos; para la gente, para acabar con la peste y para la prensa y el periodismo profesional y en serio.

Es una ocasión.


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