El Caracazo fue un hecho desencadenante de cambios políticos fundamentales en Venezuela. Ocurrió el 27 de febrero de 1989, pocas semanas después de asumir Carlos Andrés Pérez su segunda gestión presidencial.

En esa acción subversiva participaron, no cabe duda, agitadores de oficio. Pero por las características de su ola destructiva también intervinieron los agresivos integrantes del lumpemproletariado; esto es, según Marx, la clase social que se ubica por debajo del proletariado y que está integrada por personajes con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a aventureros, vagabundos, timadores, carteristas, rateros, jugadores, alcahuetes y mendigos. En pocas palabras, toda una masa informe, difusa y errante.

Cuando Hugo Chávez empezó a experimentar la fuerte oposición del sector demócrata, no dudó en abrir las puertas de su revolución al lumpemproletariado. De los primeros en ingresar a la corte rojita fue Joao de Gouveia, quien a finales de 2002 disparó a mansalva contra manifestantes que se encontraban en la plaza Altamira. En el lamentable suceso fallecieron 3 personas y fueron heridas otras 16, pero el criminal no pagó justa condena. Además, durante el tiempo que estuvo encarcelado se le trató con guantes de seda y se respetaron a cabalidad sus derechos humanos, algo que nunca se ha practicado con preso alguno de la oposición.

En la gestión de Nicolás Maduro la incorporación de esa clique se ha hecho a manadas, teniendo un papel estelar en ese cometido la incendiaria Iris Valera (alias Fosforito), quien dirige personalmente un ejército de convictos dispuesto a sacrificar la vida por la patria y la revolución, “sin recibir nada a cambio”.

Pero el asunto no se queda ahí.  El pasado 20 de octubre, en la clausura del Congreso Internacional de Comunas, refiriéndose a los hechos ocurridos en Chile, sin tapujo alguno, Maduro afirmó: “Estamos cumpliendo el plan: Foro de Sao Paulo; el plan va como lo hicimos… Es la unión de los movimientos sociales, progresistas, revolucionarios… Esa es la estrategia que trazamos”. Para situaciones de esa naturaleza, los abogados hacemos uso de un viejo axioma jurídico que dice: “A confesión de parte, relevo de pruebas” (Nullam quod sit confessio Domini), el cual significa que quien confiesa algo libera a la contraparte de tener que probarlo.

Lo que en verdad celebra Maduro no son las manifestaciones alborotadoras de los estudiantes chilenos, que fueron los primeros en salir a las calles. Él tampoco alaba las concurridas marchas de la sociedad civil, que se desenvolvieron de manera pacífica. Lo que realmente festeja el conductor de Miraflores es la violencia desatada por grupos de encapuchados, o sea, lumpen, que saquearon e incendiaron más de 80 estaciones del Metro de Santiago de Chile, el cual tiene 136 paradas.

Por extensión, lo que también ensalza nuestro poderoso líder rojito es la acción de los encapuchados que arrasaron con decenas de comercios de Providencia, un barrio de clase media en el que ejecutaron incontables destrozos. De igual modo, él aplaude que un grupo de vándalos haya ingresado a la iglesia de La Asunción y haya sustraído del recinto sus sagradas imágenes y el mobiliario, con el único propósito de destruir e incendiar todo en la calle y así obstaculizar el paso de la policía. ¡Vaya victoria!

Para Maduro (y los suyos) el camino de la felicidad igualitaria pasa por la implantación de revoluciones bonitas que tengan como norte las enseñanzas y políticas ejecutadas por líderes inmarcesibles como Joseph Stalin, Mao Tse-tung, Fidel Castro, Kim Jong-un, Hugo Chávez y él, sin importar las violaciones de los derechos humanos. Para esta corte de grandes autócratas rige un solo principio: la ley se acata por los demás, pero no se cumple por parte de ellos ni su entorno más íntimo o leal.

Nos resta un comentario final. Hay gobiernos de gobiernos y algunos de ellos, aunque hablen de igualdad y digan que actúan en beneficio del pueblo, están marcados por una deshonestidad rampante. Así de simple.

[email protected]

 


El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!