A casi dos meses de confinamiento global no habrá duda alguna de que la historia universal marcará un hito en 2020, con un antes y un después de la pandemia del coronavirus, pues los efectos descomunales causados en las economías y sociedades del planeta no se habían conocido otrora. Aun cuando conocimos un siglo XX pleno de conflictos mundiales que destruyeron la infraestructura de naciones de Europa y Asia, podemos reafirmar que en la actualidad jamás conoció el género humano tanta incertidumbre y zozobra sobre su futuro.

Por el contrario, como resultado de la Segunda Guerra Mundial la industria de armamento propulsó la economía estadounidense, al punto de que erigió un nuevo orden económico mundial concretado en los Acuerdos de Bretton Woods (1944), donde se decidió la creación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, usando el dólar estadounidense como moneda de referencia internacional.

Hoy el balance es totalmente distinto, ante el impacto de un enemigo letal, invisible, capaz de vencer el arma más poderosa, que se difunde rampante por el planeta, doblegando las economías desarrolladas del orbe. Le ha asestado un nocaut a toda actividad económica y social del género humano, contrayendo el crecimiento comercial positivo de naciones registrado durante décadas desde el siglo XX, como es el caso de Estados Unidos. Con más de 30 millones de personas sin trabajo desde el inicio de la crisis del coronavirus -la tasa de desempleo puede llegar a 30% en junio, pronostican los economistas-, el país se enfrenta a una crisis que va encaminada a ser la más devastadora desde 1930.

En el caso de la Unión Europea las cifras apuntan a una caída del PIB para 2020 de 9% y de 15 millones de desempleados; en el caso concreto de España, tardará al menos 2 años en superar la peor crisis en un siglo, se estima una caída de la actividad de 9,2% en 2020 y una recuperación de 6,8% en 2021, el paro ascenderá a 19%. Por este camino, este año se perderán cerca de 2 millones de empleos a tiempo completo, y en el caso de nuestro continente la pandemia amenaza con dejar entre 14 y 22 millones de personas más en pobreza extrema en Latinoamérica

Estas cifras demoledoras ameritan la reflexión sobre el nuevo rol del liderazgo político y social global, siendo oportuna la proyección de un nuevo reajuste del pensamiento y valores éticos de cada uno de los actores. En tal sentido, los gobiernos de las potencias planetarias deben asumir la fragilidad extrema de sus sistemas de salud, por tanto, qué sentido tienen presupuestos armamentistas mil millonarios en dólares, si no hay suficientes camas en los hospitales de Nueva York, Londres, Berlín, Madrid, París, donde desaparece la fuerza productiva más preciada, el ser humano. Como planteaba recientemente Antonio Guterres, secretario General de la ONU: “Creo que es obvio que nos falta liderazgo. Eso solo puede ser posible si los países clave, las potencias mundiales clave, son capaces de aproximarse, adoptar una estrategia común y entonces traer hacia ellos al resto de la comunidad internacional. El norte mundial no puede derrotar al coronavirus si el sur mundial no lo derrota también”.

En esa dirección Henry Kissinger (2020) plantea: “Ningún país, ni siquiera Estados Unidos, puede, en un esfuerzo puramente nacional, superar el virus. La atención a las necesidades del momento debe ir unida en última instancia a una visión y un programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez, nos enfrentaremos a lo peor de cada una”.

En tal contexto, los empresarios del mundo deben asumir como opina Jhon Gray (2020), que “para salir del agujero vamos a necesitar más intervención estatal, no menos, y además muy creativa. Los gobiernos tendrán que incrementar considerablemente su respaldo a la investigación científica y a la innovación tecnológica. Aunque es posible que el tamaño del Estado no aumente en todos los casos, su influencia será omnipresente y, de acuerdo con los criterios del viejo mundo, más intrusiva”.

Entre tanto, los trabajadores y sus organizaciones sindicales y gremiales globales deberán ampliar su espectro reivindicativo, superando las tradicionales gríngolas de un salario justo y un contrato colectivo, además de solicitar estas justas reivindicaciones, sus aspiraciones deben ubicarse en un plano superior, al exigirle a los gobiernos aumentar significativamente los presupuestos de salud, educación, seguridad social, como acuerdos nacionales para la reconstrucción de las economías y del bienestar en cada uno de los países.

Finalmente, siguiendo la liturgia cristiana, veremos el comportamiento de estos actores en sus respectivos escenarios, quienes tienen como atentos observadores a instituciones tan valiosas como lo son las iglesias y las universidades, dispuestas como lo han manifestado a servir de apoyo en las iniciativas en beneficio del progreso de la humanidad.


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