Soy miembro de una generación que creció a la sombra de un profundo sentimiento de culpa. Se nos hacía sentir responsables de la suerte de los más necesitados, los cuales estaban englobados en una palabra omnipresente, dura, de indiscutible fortaleza moral: Proletario. Así con mayúscula. Y era nuestro deber, casi que una obligación sacramental, puesto que de un dogma se trataba, luchar por la defensa del desvalido proletariado. La fe social no dejaba espacio para reflexiones, menos para hacer consideraciones sobre la visión paternalista que encerraba dicha lucha, a la que estábamos obligados como condición sine qua non para ser alguien.

Este credo existencial se veía reforzado por los mesías de aquel momento: Fidel y el Che. Del primero se hacía continua referencia a su discurso “Palabras a los intelectuales”, que pronunció el 30 de junio de 1961 en La Habana, donde dijo: “Nosotros, los hombres del pueblo, los hombres de la cultura proletaria…”. En cuanto al segundo, de su discurso «Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental», cuando en 1967 soltó: «Sépase que hemos medido el alcance de nuestros actos y que no nos consideramos nada más que elementos en el gran ejército del proletariado”. Y solo cito una en cada caso, porque si me dedicara a citar más el fastidio, eso que de muchacho llamaba “ladilla”, sería de dimensiones incalculables.

Es necesario escribir que la palabreja tuvo éxito, fueron muchos quienes la emplearon antes, y después, de ser popularizada y convertida en mantra de la subversión, redención y revolución, por parte de ese par de burgueses devenidos en revoltosos que fueron Marx y Engels. Por ejemplo, se le quiso achacar a Gustave Flaubert aquello de: “El sueño entero de la democracia reside en elevar al proletariado al nivel de estupidez del burgués. En parte, éste es un sueño que ya se ha realizado”. La verdad es que dicha frase la escribió el filósofo y sociólogo Gustave Le Bon en su obra Psychologie des foules (Psicología de las masas), que fue publicada en 1895. Pero bien sabemos que a “la izquierda” le está permitido manipular a su antojo todo aquello que le interesa, y poner en boca de quien le apetezca hasta el Padre Nuestro si es necesario.

Ese mismo grupete se ocupó de enterrar todo aquello que les vincule con aquellos que no les interesa. Por eso es por lo que la frase del mismísimo Benito Mussolini que reza: “El proletariado no está dispuesto a combatir en una guerra de agresión y conquista tras la cual él simplemente seguirá igual de pobre y explotado que antes” la ocultan bajo siete velos negros. ¿Cómo se les ocurre permitir que nuestra palabra sagrada sea empleada por el padre del fascismo?

Tampoco se puede hablar de la unidad inicial de soviéticos y alemanes. El domingo 23 de agosto de 1939, Joachim von Ribbentrop, ministro de Exteriores del gobierno nazi, viajó a Moscú y firmó un acuerdo de colaboración con su homólogo ruso, Viacheslav Molotov.  Ese convenio incluía un tratado de no agresión entre ambos países, y se comprometían a desarrollar acuerdos económicos y colaboración política. Para colofón de este pacto se incluyó una cláusula secreta, de la cual se supo mucho después, en la que se establecía el reparto del territorio europeo entre los serafines Hitler y Stalin.

Por supuesto, usted le tocaba el punto a un izquierdoso y lo menos que se ganaba era una mentada de madre. Pero volvamos a los años sesenta, setenta y parte de los ochenta del pasado siglo. En aquellos años las luchas “revolucionarias” estaban COMPROMETIDAS con la organización y liberación del proletariado, así con mayúscula. Y usted los encontraba arreando gente, como si de chivos se trataran, hacia sus delirios grandilocuentes. Conocí unos que comían remolacha a toda hora, porque querían orinar rojo… Y no son exageraciones de mi parte.

¿Cuándo se acabó el romance con los desposeídos? Sabrá Pepe. No me crean, pregúntenle a cualquier chavista, madurista, o cualquier miembro de esa fauna, o a los supervivientes de aquellos tiempos, que todavía engolan la voz cuando hablan del pueblo, o usan el término camarada, qué ha pasado con los proletarios. Cuidado si no les mientan la progenitora hasta la quinta generación.

© Alfredo Cedeño

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